Segunda parte del artículo del historiador Sergio Alejo sobre las Guerras Cántabras.
Así sabemos que de los cántabros se ocuparían las legiones I y II Augusta, la IIII Macedónica y la VIIII Hispana, mientras que de los astures lo harían la V Alaudae, la VI Victrix, la X Gémina y es posible que también participase la XX Valeria Victrix. Este segundo frente estaría dirigido como ya he comentado antes por el legado Carisio. Pero Augusto estaba en el frente, y fue por ello que Veto no dirigió a las legiones que debían ocuparse de los cántabros, sino que fue el Prínceps en persona quien se encargaría de dirigir la invasión en ese sector.
Desde Segisamo (cerca de la actual Sasamón, Burgos) partió nuestro flamante general acompañado de sus leales legiones con intención de someter a los duros cántabros y a sus fortalezas establecidas en las alturas, las llamadas oppida. Desde esas alturas, los cántabros podían controlar las extensas y vastas llanuras y defenderse de los asaltos de las legiones romanas con ciertas garantías.
Las legiones romanas que servían bajo sus órdenes se dividieron en tres columnas y se esparcieron por todo el territorio cántabro entrando por diferentes puntos. Se establecieron campamentos fortificados desde los cuales llevarían a cabo los asedios de estas fortalezas. La intención inicial era hacerse con el control de los pasos principales y de esa manera cerrar el abastecimiento de los núcleos de población. Tras eso, debían lanzarse al asedio de los mismos.
Sobre estos asedios, la arqueología nos ha ratificado que sí que tuvieron lugar, y que fueron largos y costosos para ambos contendientes. Estos combates acabaron con la destrucción de varios de los asentamientos de los indígenas cántabros y con la reocupación de algunos de ellos por parte de guarniciones romanas que debían proteger y asegurar la retaguardia de sus compañeros.
Estela de Zurita, con la imagen de dos guerreros cántabros. Siglo I a.c. Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, Santander. Fuente: Oronoz Album.
Testimonio de los asaltos, son los restos de proyectiles de máquinas de guerra y de puntas de flecha romanas hallados en el interior de los recintos. Si a eso le añadimos las evidencias de destrucción mediante el fuego, ya tenemos un dibujo claro de lo que pudo ocurrir. Además de eso, podemos sumar los vestigios de los castra temporales que construyeron las legiones que participaron en dichos sitios.
El problema con el que se han encontrado hasta día de hoy los arqueólogos, es que los topónimos actuales de los lugares donde tuvieron lugar esos enfrentamientos son difícilmente localizables en las propias fuentes del momento, que son más bien escuetas en la determinación de los puntos en los que se levantaban los enclaves cántabros.
Aunque las fuentes antiguas, y concretamente el propio Augusto, valiéndose de su obra Res Gestae divi Augusti, las gestas del divino Augusto en lenguaje moderno, nos dan por finalizado el conflicto en el año 25 a. C., con una victoria romana, como veremos distó mucho de haber concluido en aquellas tempranas fechas. Ya lo dije al inicio del artículo, las Guerras Cántabras mantendrían en vilo a Roma desde el año 29 a. C., hasta el 19 a. C. El propio Prínceps necesitaría de sus mejores generales, entre ellos su propio amigo y cuñado Marco Vipsanio Agripa, para finalizar la larga contienda muchos años más tarde de lo deseado.
La cuestión es que, en parte a causa de una enfermedad (cosa bastante habitual en Augusto) y en parte a los pocos éxitos cosechados en esa campaña, nuestro gran líder se vio forzado a retirarse de nuevo hasta la tranquila Tarraco. Allí pudo hacer balance de lo acontecido en su periplo al mando de las legiones, y darse cuenta de que los no se había obtenido una victoria decisiva contra los indígenas. Cabe destacar llegados a este punto, que las tropas romanas se encontraron con unos enemigos más duros de lo que en principio esperaban. No eran agricultores y pastores armados con palos y que combatían en pequeños grupos de guerrilleros tal y como la tradición nacional se ha encargado de ensalzar a todos los niveles y en todos los períodos de ocupación.
Los cántabros y los astures combatieron en campo abierto y a gran escala en varias ocasiones contra las todopoderosas legiones romanas y les infligieron daños terribles. Eso no quiere decir que no se valieran de las emboscadas, pues sería de tontos no haber aprovechado la orografía del terreno para atacar a sus enemigos con ventaja. Ya en tiempos de Sertorio, los cántabros y astures habían formado parte de los ejércitos del renegado general romano, y este les había inculcado cual era la estrategia que empleaban las legiones.
Augusto con la corona triunfal. Gliptoteca, Múnich.
Además, los indígenas eran conscientes de lo importante que era el trigo para abastecer a las tropas romanas. Por ello, una de sus tácticas predominantes en esos años fue la de asaltar los convoyes que debían abastecer a los soldados. Sabemos que se produjo una escasez bastante importante de grano entre el ejército invasor y eso generó más contratiempos a la campaña.
Y eso nos lleva a la siguiente conclusión, que imagino fue la misma a la que llegó Augusto desde su retiro, y es que un conflicto tan largo acabó por desgastar a las legiones también. Las pérdidas fueron más altas de lo que en un principio se había calculado. Los factores determinantes fueron en gran medida, la tipología de enemigo al que se enfrentaron y también a las dificultades que les supusieron las anteriormente nombradas fortalezas situadas en las alturas. Su ubicación las hacía muy fácilmente defendibles y por ende suponían un desgaste enorme para los sitiadores.
Así pues, tras dos años de combates y tras estarse recuperando de otra de sus habituales dolencias en Tarraco, Augusto dio por concluidas las operaciones, que no quiere decir la guerra. El Prínceps mandó la noticia a Roma, donde se cerraron las puertas del templo de Jano, lo que significaba el fin de las hostilidades. El primer hombre de Roma recibió la oferta de celebrar un triunfo, pero lo declinó y se conformó con un saludo, algo de menor relevancia sin duda. Quizás era conocedor de que el conflicto estaba lejos de finalizar y no quería entrar triunfante en Roma sabiendo que en cualquier momento las cosas se podían volver a complicar. Y no iba muy errado en el tema, ya que al poco tiempo de que él mismo abandonase Hispania, los pueblos cántabros y astures retomaron de nuevo las hostilidades contra Roma. La historia no acababa aquí, y si queréis saber más sobre este conflicto no os perdáis la próxima entrega.
Hasta aquí mi primera colaboración con La Casa del Recreador, espero que os haya gustado el tema, y que por lo menos os haya abierto el apetito de saber más.
Bibliografía
- Goldsworthy, Adrian. Augusto, de revolucionario a emperador. La Esfera de los Libros, 2014.
- Peralta Labrador, Eduardo José. La guerra de montaña. Augusto contra los cántabros. Desperta Ferro, Antigua y Medieval, número 45.
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