Tenemos tendencia a pensar que las procesiones que se realizan en la actualidad son parte de las innovaciones del Concilio de Trento, pero su origen es mucho más antiguo.

Nos podemos preguntar por qué la mayor parte de las procesiones más importantes, espectaculares y multitudinarias de la Semana Santa se celebran en el sur de la Península Ibérica, particularmente en Andalucía, zona de colonización fenicia. Esta región ha desarrollado un modelo de Semana Santa propio, profundamente arraigado en la cultura popular y con una intensidad emocional, estética y ritual difícilmente igualada en otras zonas.

Los antiguos fenicios, civilización que floreció entre los siglos XIX y IV a.C. en la costa oriental del Mediterráneo (actual Líbano, Siria e Israel), destacaron como pueblo marítimo y comercial. Su territorio, una franja costera fragmentada en ciudades-estado independientes como Tiro, Sidón y Biblos, favoreció el desarrollo de una sociedad orientada al comercio, la navegación y la colonización de enclaves como Cartago y Cádiz. Esta estructura política descentralizada influyó en la diversidad de sus prácticas religiosas, aunque compartían una cosmovisión común.

Su religión politeísta, integrada en todos los ámbitos de la vida, veneraba deidades como Baal (señor de las tormentas), Astarté (fertilidad) y Melqart (protector de Tiro), con variantes locales. Los rituales se centraban en templos donde se buscaba asegurar prosperidad, fertilidad y protección divina. Esta espiritualidad absorbió influencias de Egipto, Mesopotamia y Grecia, mientras que los fenicios, a través de sus rutas comerciales, difundieron sus propios elementos religiosos por el Mediterráneo.

Las procesiones constituían eventos multifacéticos que entrelazaban lo sagrado, lo social y lo político. Aunque la escasez de fuentes fenicias directas obliga a reconstruirlas mediante hallazgos arqueológicos, inscripciones y referencias de egipcios, griegos, romanos y la Biblia hebrea, se reconocen aspectos clave: funcionaban como actos de cohesión comunitaria, marcaban transiciones vitales y reforzaban la identidad colectiva. Integraban música, ofrendas y el transporte ritual de imágenes divinas —como la diosa paseada en andas por las calles—, reflejando su conexión con la naturaleza y su condición de pueblo mercante-religioso.

Estas prácticas no fueron estáticas: interactuaron con tradiciones vecinas mediante un diálogo cultural bidireccional. Ejemplo de ello son los rituales romanos de Cibeles y Atis, cuyas procesiones compartían elementos formales con las fenicias, evidenciando patrones rituales mediterráneos trascienden culturas específicas. Del mismo modo, los fenicios adoptaron y adaptaron conceptos funerarios egipcios y simbolismos mesopotámicos, mientras su legado pervivió en rituales púnicos y grecorromanos.

Las festividades y procesiones no solo honraban a las deidades, sino que también actuaban como mecanismos de transmisión cultural, donde convergían el intercambio material y espiritual. Este entramado ritual, aunque aún con lagunas interpretativas, ilustra cómo una civilización sin imperio territorial logró dejar una huella duradera en la memoria colectiva del Mediterráneo a través de la movilidad de sus ideas y prácticas.

Influencia Cultural Fenicia en la Península Ibérica

Los fenicios destacaron como una de las culturas más influyentes en toda la península Ibérica, dejando un importante legado en las prácticas ceremoniales de los pueblos con los que entraron en contacto. Su sistema de creencias y rituales mortuorios conformaron un aspecto fundamental de su identidad cultural, con procesiones que probablemente servían como vehículo para expresar públicamente su cosmogonía y valores sociales.

Contexto religioso y propósitos

Las procesiones fenicias constituían el eje articulador de su religiosidad y cohesión social. Eran actos públicos en los que se combinaban elementos sagrados, políticos y comunitarios, diseñados para reforzar el vínculo entre los ciudadanos, sus dioses y la figura del gobernante o de las élites locales.

Recorridos sagrados

Partían generalmente de los templos principales y seguían rutas fijas consideradas sagradas, a menudo conectando santuarios o lugares de importancia religiosa.

Las procesiones probablemente se llevaban a cabo en las principales áreas urbanas, conectando templos importantes o santuarios al aire libre. Sitios naturales considerados sagrados, como montañas, ríos o arboledas, también podrían haber sido destinos o puntos de paso en los recorridos procesionales.

En muchas procesiones se transportaban efigies o representaciones de divinidades como Baal, Astarté o Melqart (el Heracles fenicio) en andas decoradas o carros ceremoniales.

Deidades y cultos

Las ciudades-estado fenicias celebraban festivales anuales dedicados a sus deidades tutelares, íntimamente vinculados a su panteón politeísta. Cada urbe honraba a sus divinidades principales mediante rituales específicos que reflejaban su identidad cultural y necesidades prácticas:

Tiro consagraba sus ceremonias a Melqart, dios protector asociado a la monarquía y el comercio. Su festividad principal coincidía con la apertura de las rutas navales en primavera, destacando el Egersis (rito de "despertar" al dios) mediante procesiones que renovaban pactos divinos y aseguraban prosperidad marítima.

Sidón centraba su culto en Eshmun, deidad sanadora. Sus celebraciones otoñales incluían complejos rituales que recreaban su muerte y resurrección, con procesiones que simbolizaban la renovación vital y la sanación colectiva.

 

Cartago destacaba en el culto dual a Astarté (diosa de la guerra y el amor, asimilada posteriormente como Tanit) y Baal Hammon (versión local del dios de la tormenta y fertilidad). Sus ceremonias combinaban libaciones con ritos ígneos, vinculados tanto a ciclos agrícolas como a la protección militar.

Estas celebraciones compartían elementos comunes: procesiones rituales para honrar a divinidades como Baal (en sus variantes locales), Astarté/Ashtoret (con funciones bélicas y fecundadoras) y Adonis/Tammuz (vinculado a ciclos vegetativos). Los ritos integraban dimensiones políticas y económicas -desde la consagración de rutas comerciales hasta la bendición de cosechas- mediante prácticas que iban desde representaciones dramáticas de mitos hasta ofrendas para garantizar continuidad cósmica y prosperidad terrenal.

El sistema festivo reflejaba la adaptación regional del panteón compartido: mientras El/Ilumquh recibía culto en áreas periféricas, las grandes metrópolis enfatizaban el patronazgo de sus divinidades epónimas, articulando religión, poder político e identidad cívica.

Ocasiones para las procesiones

Las procesiones fenicias eran una expresión religiosa de la cohesión comunitaria.

Por su carácter comunitario, las procesiones fenicias funcionaban como mecanismos para integrar a la población en eventos religiosos y ceremonias estatales, como coronaciones, funerales o festivales anuales que se desarrollaban en diversos contextos:

Festivales agrícolas: Vinculados a los ciclos de siembra y cosecha, destacaban en el culto a Baal, dios de la fertilidad y las tormentas.

Celebraciones de victoria: Marcaban triunfos militares o comerciales.

Rituales de purificación: Buscaban limpiar la ciudad ante epidemias o catástrofes.

Sus propósitos abarcaban desde honrar a las deidades —expresando devoción o buscando su favor— hasta conmemorar eventos míticos o históricos. Destacaban especialmente en festividades litúrgicas, como el festival de primavera y las primeras cosechas dedicadas a Baal y Astarté. Además, servían para implorar protección divina ante sequías o guerras, reforzar la cohesión social mediante actos colectivos y guiar rituales funerarios como transición simbólica para los difuntos.

No podemos olvidar que las procesiones de Semana Santa son procesiones fúnebres. Las ceremonias fúnebres eran centrales en el culto a Adonis y simbolizaban el ciclo vegetal mediante su muerte y renacimiento, y se atestiguan en prácticas como las representadas en el sarcófago de Ahiram de Biblos.

Las procesiones funerarias constituían un pilar de la expresión religiosa y social fenicia. Integradas en prácticas mortuorias complejas —que variaban según el estatus y la edad del difunto—, actuaban como manifestaciones colectivas de duelo y rituales de transición. Esta dimensión, junto con su influencia en la cuenca mediterránea y la península Ibérica, subraya su rol no solo religioso, sino también como eje de identidad comunitaria.

Las evidencias arqueológicas sugieren que tras el fallecimiento de un miembro de la comunidad fenicia, se iniciaba un elaborado ritual que comenzaba con la purificación del cadáver. Este proceso tenía como objetivo eliminar todas las manchas e impurezas que, según ellos, eran dejadas por la muerte al tener contacto directo con el cuerpo del fallecido. Esta purificación ritual probablemente daba paso a una procesión que trasladaba al difunto hacia el lugar donde se realizaría la cremación, que era su práctica funeraria predominante.

El estatus social del difunto determinaría la magnitud y características de la procesión funeraria. Para individuos de alto rango social, las procesiones podrían haber sido más elaboradas, incluyendo mayor número de participantes y la exhibición de objetos valiosos que posteriormente serían depositados como ofrendas. De acuerdo con los hallazgos arqueológicos, dependiendo del estatus del fallecido se levantaba un sepulcro para el descanso de sus restos, lo que sugiere que la procesión hacia dicho sepulcro habría sido proporcionalmente solemne.

Un aspecto particularmente interesante de los rituales fenicios era el tratamiento diferenciado hacia los niños fallecidos. Cuando el difunto era un niño, el ritual variaba un poco, ya que se han encontrado evidencias de que siempre eran enterrados junto con un adulto. Para los menores de un año, se practicaba un entierro de forma rudimentaria bajo el suelo de la casa en la que residió en vida, lo que sugiere procesiones más íntimas y domésticas, restringidas al ámbito familiar, en contraste con las procesiones públicas para adultos y niños mayores.

De forma semejante, en el mundo romano no había lamentos por la muerte de los niños pequeños porque la mortalidad infantil era tan alta que siempre habrían estado de duelo.

Características de las procesiones fenicias

Estas procesiones se caracterizaban por un ambiente de solemnidad extrema, música fúnebre con predominio de tambores graves, ofrendas especiales de incienso y perfumes, y participación de toda la comunidad en señal de sacrificio colectivo.

Funciones rituales y sociales

Las procesiones de los antiguos fenicios constituían ceremonias multifacéticas donde convergían la dimensión sagrada, el orden político y los intereses económicos. Más que simples actos rituales, funcionaban como mecanismos integradores que trascendían el ámbito religioso para consolidar las estructuras sociales y expandir la influencia de las ciudades-Estado.

En su vertiente espiritual, estas ceremonias buscaban armonizar el mundo humano con el cosmos. Por un lado, rituales como los vinculados a las primeras lluvias o las cosechas perseguían la renovación cíclica de la prosperidad. Por otro, el culto funerario incluía procesiones que acompañaban a los difuntos de élite hacia sus tumbas, acompañadas de ofrendas y cantos que honraban su tránsito al más allá.

En el plano social, las procesiones actuaban como columna vertebral de la comunidad. La participación de distintos estratos —desde sacerdotes hasta artesanos— fomentaba un sentido de identidad colectiva crucial para una civilización dispersa geográficamente. Simultáneamente, las élites aprovechaban estos eventos para reafirmar su autoridad: el dirigente que encabezaba o clausuraba el cortejo reforzaba su vínculo con lo divino, legitimando así su mandato ante el pueblo.

Estos actos también servían como plataforma educativa y diplomática. A través de símbolos y representaciones, se transmitían mitos fundacionales y tradiciones a las nuevas generaciones. Además, cuando las procesiones se realizaban en zonas portuarias, se convertían en escaparates de poder: exhibían la riqueza urbana y la piedad institucional ante mercaderes y embajadores extranjeros, facilitando alianzas políticas y acuerdos comerciales que ampliaban la red mediterránea fenicia.

Así, cada procesión sintetizaba un complejo entramado donde lo ritual alimentaba lo social, lo político se entrelazaba con lo económico, y la identidad local se proyectaba hacia un horizonte transmarino.

Estructura y participantes

Estas procesiones, que congregaban a toda la comunidad sin distinción de género, seguían un orden jerárquico acorde con la estructura social fenicia: el clero encabezaba el cortejo, seguido en sucesión por la realeza, la nobleza y el pueblo llano.

Participantes en las procesiones religiosas fenicias y sus roles

Sacerdotes y sacerdotisas:

Encabezaban los rituales, vestían túnicas de lino blanco con bandas rojas y portaban símbolos sagrados como cetros, incensarios y vasijas para libaciones. Su labor incluía dirigir procesiones, realizar oraciones, ofrendas y sacrificios rituales. En ciudades como Tiro, el sumo sacerdote de Melqart ocupaba una posición central, mientras que en otros lugares, sacerdotisas colaboraban en ceremonias específicas.

Autoridades políticas:

Reyes, magistrados o líderes civiles —como los sufetes en Carthago— participaban activamente para simbolizar la conexión entre el poder terrenal y el ámbito divino. Su presencia, junto a las élites urbanas que cabalgaban en carrozas adornadas con ofrendas de telas preciosas, aceites y vinos aromáticos, subrayaba el vínculo jerárquico y religioso.

Comunidad y pueblo llano:

La participación colectiva era esencial: ciudadanos comunes se organizaban según gremios o familias, llevando antorchas, estandartes con símbolos divinos y bendiciendo el suelo sagrado durante el recorrido. En algunas urbes como Tiro, las entradas separadas a los templos para hombres y mujeres sugerían una distribución ordenada durante las procesiones. Músicos y danzantes, con instrumentos como panderos, arpas, oboes dobles, tambores y liras, aportaban un componente sonoro y visual mediante ritmos hipnóticos y coreografías que oscilaban entre la solemnidad y el éxtasis.

Este entramado social y ritual no solo reforzaba la devoción, sino que también consolidaba la cohesión cultural y las estructuras de poder mediante una puesta en escena simbólica y colectiva.

Elementos rituales

Ídolos y símbolos: Los fenicios elaboraban estatuas de bronce o madera recubiertas de oro, como el posible Baal de Ugarit, y veneraban objetos sagrados como el betilo, piedra ritual que simbolizaba la presencia divina.

Música y danza en rituales: Estos elementos eran fundamentales en ceremonias públicas y procesiones. Instrumentos como liras, tamboriles, flautas y crótalos, antecesores de las castañuelas, creaban una atmósfera sagrada, acompañados de cantos en lengua fenicia. Relieves asirios de Khorsabad y escenas en cuencos de bronce fenicios reflejan estas prácticas, destacando la participación de músicos en contextos rituales.

Rol activo de las mujeres: Las mujeres no solo actuaban como oferentes, sino también como sacerdotisas y figuras centrales en las ejecuciones musicales y dancísticas. Fuentes iconográficas —como estelas y terracotas— las muestran ataviadas con vestimentas sacerdotales, danzando o tocando instrumentos. Esta integración de roles religiosos y artísticos tenía paralelos en ceremonias egipcias y romanas, sugiriendo un intercambio cultural o una tradición compartida en el Mediterráneo antiguo.

Rutas sagradas

Las procesiones eran rutas sagradas que salían desde los templos a espacios naturales. Por ejemplo, desde santuarios urbanos como el Templo de Eshmún en Sidón hacia montañas, manantiales o el mar. En Biblos, las procesiones podían dirigirse al santuario de Baalat Gebal.

Evidencia arqueológica y textual

Fuentes arqueológicas:

Estelas de Cartago representan a sacerdotes con tocados cónicos junto a altares, sugiriendo secuencias rituales.

Tumbas reales de Biblos muestran ajuar funerario con objetos ceremoniales, indicando procesiones fúnebres.

Relieves egipcios muestran delegaciones fenicias portando tributos, posiblemente en contextos festivos.

Las Estelas de Sarepta (siglos IX–VIII a. C.) tienen inscripciones que describen ofrendas procesionales a Astarté, mencionando participantes y tipo de sacrificio.

Relieves neobabilónicos de ciudades aliadas plasmaron en piedra escenas de fenicios llevando emblemas de Melqart, confirmando el carácter panmediterráneo de sus procesiones.

El sarcófago de Ahiram, rey de Biblos, constituye una de las evidencias más directas de la existencia de procesiones en la cultura fenicia. Datado entre los siglos XIII y XII a.C., este artefacto presenta relieves con escenas de figuras humanas en movimiento, dispuestas en un desfile organizado. Las imágenes sugieren que estas procesiones se dirigían hacia o desde un espacio sagrado, como un templo o un ámbito ceremonial, y estarían vinculadas a rituales funerarios o ceremonias de carácter religioso y real. El hallazgo en Biblos refuerza su relevancia como testimonio material de prácticas rituales en el contexto fenicio.

Un cuenco de bronce descubierto en Olimpia (Grecia), datado en el período fenicio, incluye escenas de figuras tocando música, realizando ceremonias religiosas y participando en actos rituales. Aunque no se describe explícitamente como una procesión, la disposición de las figuras sugiere un movimiento colectivo, lo que podría interpretarse como una representación de procesiones religiosas

Fuentes escritas

La mayor parte de la información que tenemos sobre las procesiones fenicias proviene de artefactos arqueológicos y representaciones artísticas.

La Biblia hebrea hace críticas a rituales fenicios, como la mención de "procesiones de Baal" en 1 Reyes 18, asociadas a la reina Jezabel.

Heródoto describe el Templo de Melqart en Tiro, donde una procesión anual incluía la quema ritual de una estatua. Luciano de Samósata menciona danzas en honor a Adonis en Biblos.

La falta de textos litúrgicos fenicios, a excepción de fragmentos de Ugarit, limita nuestra comprensión detallada.

Influencias y legado

Las procesiones fenicias influyeron en ritos griegos, como el culto a Heracles-Melqart. En Cartago, el Festival de la Renovación incluía procesiones similares a las tirias.

El culto a Astarté fue asimilado en el mundo romano como Venus Erycina en Sicilia, conservando elementos procesionales.

La preeminencia de la Semana Santa en el sur de la Península Ibérica no puede entenderse sin atender a una larga tradición de religiosidad expresiva y ritualizada que podría rastrearse hasta los cultos del Mediterráneo oriental, aunque no como una línea directa de continuidad, sino como una superposición de capas culturales en las que ciertos patrones simbólicos y sociales arraigados desde la Antigüedad se reactivan o reformulan en nuevos contextos.

Podemos pensar en la persistencia estructural de ciertas formas rituales que se remontan al Mediterráneo oriental y que se asentaron tempranamente en el sur y se activaron con la Contrarreforma y el Barroco.

Las procesiones fenicias incluían imágenes sagradas portadas en andas, cantos, lamentaciones, incienso y participación comunitaria. Las procesiones de Adonis, Osiris o Dioniso tienen paralelismos funcionales con las actuales, en cuanto a dramatización de la muerte y resurrección, purificación colectiva y uso de la ciudad como escenario sagrado.

El modelo fenicio, y más ampliamente oriental, tendía a una religiosidad de tipo participativo, dramático y sensorial, que contrastó con la sobriedad del culto romano más oficial y que no eliminó el sustrato anterior. Esta sensibilidad podría haber dejado una impronta cultural, simbólica y emocional duradera en la forma de vivir la religión en el sur.

Algunos creyentes se enfadarán al leer esto, pero Dios es el mismo siempre. Lo que cambia es la sociedad, el conocimiento de Dios y, por tanto, la forma de relacionarse con él.

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