La fundación de Lucus Augusti se sitúa hace poco más de dos mil años. Fue una fundación augustea, enmarcada en la política de integración territorial y administrativa del noroeste hispánico promovida por Augusto tras la victoria romana en las guerras cántabras (26/25 y 19 a.C.). La fecha de fundación se sitúa en torno al 15-13 a.C. Originalmente se pensaron como un bastión defensivo contra las tribus indígenas aún no romanizadas y, simultáneamente, servir como un centro administrativo crucial para la gestión y romanización de la región.
El propio emperador Octavio Augusto encomendó la fundación de la ciudad a su legado imperial, Paulo Fabio Máximo. Se han localizado tres inscripciones fundacionales o hitos que conmemoran este hecho, incluyendo inscripciones consagradas a Roma y Augusto por Paulo Fabio Máximo.
Lucus Augusti fue establecida como la principal fundación urbana realizada por Roma en el territorio gallego actual durante el reinado de Augusto. Su propósito era ser el epicentro político-administrativo de la zona, convirtiéndose en la capital de uno de los tres conventus iuridici del noroeste hispánico, el Conventus Lucensis, junto a Asturica Augusta y Bracara Augusta. Fue concebida como una entidad urbana principal en un proyecto amplio de urbanización.
Basándose en su primitivo trazado ortogonal, para Schulten, el origen de Lugo fue un campamental militar, utilizado por las tropas del general romano Caius Antistus Vetus durante las guerras cántabras para recuperarse y sanar heridos aprovechando los manantiales termales cercanos. Ese campamento jugó un papel estelar en las guerras cántabras y permaneció estable durante unos diez años, siendo reconvertido en asentamiento civil por Paulo Fabio Máximo bajo encargo de Augusto en su segundo viaje a Hispania. Para otros investigadores es una creación augustea planificada, no el resultado de la evolución de un núcleo indígena ni una colonia romana.
La ciudad se asentó sobre un estratégico altozano delimitado por los ríos Miño y Rato, aprovechando la existencia de manantiales termales. Su ubicación en una intersección de calzadas romanas le otorgó importancia como nudo de comunicaciones.
Presenta un urbanismo bien planificado, aunque adaptado a la topografía del terreno. Se rige por criterios de ortogonalidad, pero con una aplicación irregular y la existencia de varios ejes reguladores. Durante los tres primeros siglos, la ciudad experimentó un importante crecimiento.
Con el tiempo, la trama urbana originaria de época julio-claudia fue transformada, especialmente con el impulso urbanizador de época flavia, con un desarrollo espectacular, con reorganización del trazado urbano, aumento de la anchura de las calles, dotación de sistemas de abastecimiento y drenaje, y un gran aumento de la arquitectura privada. Este impulso flavio se relaciona con el proceso de municipalización tras la extensión del ius Latii, que buscaba promover el desarrollo urbano.
Entre los vestigios y elementos urbanos conocidos o identificados, destacan las termas romanas, el puente romano y el foro, que se ubica en la zona más prominente y corresponde a un tipo de foro clásico de época augustea, aunque sufrió transformaciones.
La muralla romana, considerada el elemento más importante conservado. Fue levantada posteriormente, entre finales del siglo III y principios del IV d.C., o entre 260 y 310 d.C., por orden del emperador Aureliano (año 270). Su construcción respondió a razones estratégicas y se adaptó a la topografía del terreno, modificando la fisonomía urbana y dejando parte de los barrios existentes fuera de su perímetro. Tiene una longitud de 2.266 metros y 86 torres, rodeando unas 34.4 hectáreas.
A pesar de los avances arqueológicos, el conocimiento del urbanismo de Lucus Augusti es limitado debido a que es una ciudad superpuesta y la evidencia arqueológica es fragmentaria. A lo largo de su historia, la ciudad ha sufrido degradación, incluyendo zonas dentro del recinto amurallado.
- La integración del territorio galaico en el sistema administrativo romano
La integración de Gallaecia en el sistema administrativo romano, particularmente impulsada en la época augustea con la fundación de las capitales de conventus y profundizada durante la época flavia mediante la extensión del ius Latii y la municipalización, fue un proceso que buscó la integración política, económica y cultural. Se basó en la creación de una red de centros urbanos y administrativos, el fomento de élites locales romanizadas y la adaptación del sistema romano a las realidades y ritmos propios del Noroeste hispánico, sin la eliminación completa de las tradiciones indígenas.
Contexto de la Integración:

Tras la finalización de las Guerras Cántabras (25-19 a.C.), Roma procedió a organizar los territorios del noroeste hispánico que acababa de incorporar. La integración de estos territorios se enmarcó en una política más amplia de Augusto para consolidar el dominio romano en Hispania.
Uno de los instrumentos más importantes fue la fundación de ciudades, concebidas como puntos focales para el control del territorio y asientos de instituciones administrativas. Estos distritos administrativos subordinados a la provincia, con capital en las ciudades de nueva fundación, actuaron como el eje vertebrador del proceso romanizador del noroeste peninsular. La creación o reorganización de los conventus fue una medida clave para integrar las provincias hispanas en la administración romana. Las capitales de conventus eran lugares donde los veteranos del ejército romano solían retirarse, facilitando su integración en la vida civil y política.
La llegada de los romanos supuso numerosos cambios para las sociedades preexistentes. La romanización es un proceso de aculturación, un intercambio cultural bidireccional entre la sociedad romana y las comunidades indígenas. En Gallaecia, estuvo marcada por la aculturación o asimilación entre la cultura castreña y la romana, generando sistemas de organización, hábitat, modos de vida e incluso lengua diferenciados de otras partes de Hispania. Fue un proceso lento y gradual, pero decisivo. La asimilación de elementos romanos fue menor en el sector occidental de Hispania, donde se mantuvo la organización indígena, que fue utilizada por la administración romana.
La extensión del ius Latii (derecho latino) por Vespasiano (69-96 d.C.) a toda Hispania fue un instrumento fundamental para la integración y el desarrollo urbano. En el Noroeste, a diferencia de la Bética, el ius Latii actuó más como un incentivo y punto de arranque de la romanización que como una confirmación de un grado de romanización ya adquirido. Este privilegio facilitaba la adquisición de la ciudadanía romana a quienes desempeñaban magistraturas locales (civitas Romana per honorem), lo que a su vez promovía el desarrollo de élites locales integradas en el sistema romano. La extensión del ius Latii llevó a la generalización del municipium como marco jurídico y político para las comunidades locales, transformando su estatuto y organización institucional para ajustarse al modelo romano. Esto implicó una reorganización del territorio articulada a través de la figura del municipium.
La presencia militar fue esencial para facilitar la integración de determinadas zonas en las prácticas culturales, fiscales y políticas de Roma. Bajo Vespasiano, el ejército en el Noroeste pudo haber servido como un vehículo de romanización, ofreciendo a los indígenas una vía para obtener la ciudadanía a través del servicio y asegurando la aplicación de las nuevas estructuras políticas derivadas del Latium. La actividad militar, incluyendo la construcción de infraestructura viaria, el control territorial, la obra pública y la explotación minera, contribuyó al establecimiento del poder romano y la integración territorial.
La romanización también se buscaba a través de la integración de las aristocracias locales. El ius Latii y la reorganización del culto imperial, incluyendo el establecimiento del culto conventual en el Noroeste, facilitaron el acceso de las élites a la ciudadanía romana y su participación en la vida política provincial e imperial. Esto no fue inmediato, sino que preparó la promoción de hispanos a los órdenes superiores (equester y senatorius) en el siglo II d.C.
Características del Desarrollo Urbano en Gallaecia:
Aunque se promovió la urbanización, el desarrollo urbano en Gallaecia fue parcial, lento y progresivo. A diferencia de otras regiones, prácticamente ninguno de los solares de los castros galaicos preexistentes fue ocupado después por una ciudad de modelo romano. Sin embargo, muchos castros sí experimentaron modificaciones estructurales y arquitectónicas que revelan el influjo romano. Aglomeraciones como los oppida pudieron haber experimentado una mayor promoción urbana. La municipalización de época flavia simboliza la romanización de los tres conventus en el marco de la ciudad latina. Ciudades como Lucus Augusti y Bracara Augusta, además de ser centros administrativos, atrajeron población diversa y mostraron signos de integración en los modelos sociales romanos. Lucus Augusti, en particular, se asocia al control administrativo y a la explotación de recursos mineros.

- El papel estratégico de Lucus como capital del Conventus Lucensis
Su posición fue clave para ejercer su función administrativa central sobre un amplio territorio, incluyendo la sede judicial, la promoción del culto imperial, el censo y la fiscalidad a través del tabularium, y el apoyo logístico y policial brindado por la statio Lucensis y la presencia militar. Su desarrollo consolidó su rol como centro neurálgico del poder romano en el Noroeste, aunque con un ritmo y particularidades propias en comparación con otras capitales como Asturica Augusta. Plinio el Viejo la cita explícitamente como una de las capitales conventuales de la Hispania Citerior.
Aunque Asturica Augusta era el principal centro de gestión del oro del Noroeste, la estratégica situación de Lucus Augusti y su función como capital de conventus le otorgaban un papel decisivo en el control logístico y la supervisión administrativa de los recursos auríferos, ya que muchas minas importantes se encontraban en los límites de los conventos Asturicensis y Lucensis. La red viaria que partía de Lucus Augusti, como la vía hacia la parte occidental de su conventus, facilitaba este control y el comercio.
- Paralelos en Hispania y el Occidente romano
Mientras que la muralla de Lugo se destaca por su excepcional conservación y por ser considerada un modelo, no es un fenómeno aislado. Existen numerosos paralelos de murallas romanas en Hispania y el Occidente del Imperio, especialmente las construidas o renovadas en el Bajo Imperio, muchas de las cuales son objeto de estudio y comparación con el caso de Lucus Augusti. La construcción de estas fortificaciones refleja un contexto histórico y estratégico más amplio en la Hispania tardorromana.
La muralla romana de Lugo es la muestra más monumental, mejor conservada y con mayor integración en el tejido urbano que la rodea, no solo en España, sino en lo que fue toda el área territorial del Imperio Romano. Fue un proyecto de ingeniería militar rigurosamente planificado, convirtiéndose en un paradigma de los recintos defensivos urbanos de época romana.
Aunque la muralla visible actualmente es tardorromana, debió suceder a otra anterior, aunque aún no detectada, probablemente de tipo simbólico. Un sillar de la muralla tardorromana, encontrado en la zona de la "Porta Nova" (Oeste-Noroeste), que estuvo embutido en el paramento, es considerado como un paralelo de interés, por proceder de otra muralla hispana y ser augusteo. Este sillar, conservado hoy en el Museo Provincial de Lugo, ha dado lugar a diversas interpretaciones por su aspecto desgastado. Se menciona como paralelo de relieves sagrados en murallas el caso de la muralla escipionea de Tarraco, con un relieve de "Minerva".
Su edificación actual fue una respuesta directa a la crisis generalizada que afectó al Imperio Romano en el siglo III d.C. y a las alarmantes noticias sobre la ruptura del "limes" o frontera del Rin. La datación precisa de la muralla en este período no es solo un dato cronológico, sino una revelación crucial sobre la estrategia romana de adaptación ante la desintegración progresiva del Imperio. La construcción de una fortificación de tal magnitud en un período de crisis generalizada y ruptura de fronteras no fue un acto aislado, sino una priorización estratégica de la seguridad interna y la consolidación de puntos vitales en las provincias. Esto significa que la Muralla es más que una estructura defensiva; es un síntoma tangible y una respuesta estratégica a un imperio en declive, marcando un punto de inflexión en la política militar romana de expansión a consolidación defensiva. Se construyó de una sola vez y de modo continuado, lo que sugiere una obra planificada y ejecutada sin interrupciones significativas en su fase romana original, más allá de reformas y reconstrucciones posteriores.
Las murallas tardoimperiales en Hispania presentan innovaciones respecto a las altoimperiales, siendo estas más patentes en la región noroeste peninsular. Parece que las ciudades romanas hispanas que en su planteamiento original no tenían murallas sintieron una necesidad más acuciante de construirlas entre mediados y finales del siglo III d.C.
Las murallas romanas de la Antigüedad Tardía, aproximadamente entre los siglos III y VI d.C., presentan una serie de características generales que las distinguen de fortificaciones de periodos anteriores y reflejan los cambios políticos, militares y urbanísticos del Imperio Romano.

A diferencia de las murallas del Alto Imperio, que a menudo tenían un carácter más simbólico y de prestigio, las fortificaciones tardoantiguas respondieron a una creciente necesidad de defensa contra incursiones bárbaras y la inestabilidad general del imperio.
Estrategia estatal y militar: La construcción de murallas se vinculó a una nueva concepción geoestratégica del Imperio, que implicaba la creación de fuerzas de defensa móvil (comitatenses) y la necesidad de ciudades fortificadas para estacionar tropas y proteger el territorio.
En la Galia, por ejemplo, las fortificaciones estaban fuertemente influenciadas por las necesidades del estado romano para mantener la seguridad y administrar (especialmente para recaudar impuestos) las provincias y sostener al ejército. También facilitaban la recaudación de impuestos y peajes, controlaban la red de calles y canalizaban el movimiento de personas y mercancías.
A pesar de su función defensiva, las murallas también sirvieron como un medio de auto-representación para las ciudades y, en algunos casos, como una forma de legitimar la autoridad imperial.
Una característica común es la reducción significativa del área urbana original del Alto Imperio que se amurallaba, dejando grandes secciones de la ciudad existente fuera del área defendida. Ejemplos incluyen Burdeos, Pérgamo, Sagalassos e Hierápolis. En la Galia, los circuitos defensivos tendían a ocupar una ubicación más periférica en relación con el tejido urbano anterior.

Las murallas eran generalmente más gruesas (entre 3 y 5 m, a veces hasta 7 m) y altas (10-12 m) que las de periodos anteriores, diseñadas para resistir ataques y facilitar la movilidad de los defensores en el adarve.
Las torres proyectaban hacia el exterior de la línea de la muralla, con plantas preferentemente semicirculares (en forma de U), aunque también podían ser rectangulares o poligonales. La distancia entre ellas se acortaba, permitiendo un mejor flanqueo defensivo. El desarrollo y auge de las grandes torres en forma de U se dio en la época de Diocleciano.
Puertas fortificadas: Las grandes aberturas del Alto Imperio fueron reemplazadas por pasajes estrechos y fácilmente controlables, a menudo flanqueados por torres y con complejos sistemas de entrada.
Era común la inclusión de fosos o sistemas de obras exteriores (proteichismata), que podían ser trincheras de tierra o, en algunos casos, muros exteriores paralelos a la muralla principal, para mantener al enemigo a distancia y proteger los puntos débiles.
Una característica distintiva y omnipresente fue el uso sistemático de materiales de construcción preexistentes (spolia), como bloques de piedra, sillares arquitectónicos y lápidas de monumentos anteriores. Esta práctica no solo era económica y logística, sino que a veces se hacía con un efecto decorativo o simbólico. Por ejemplo, en Córdoba, se reutilizaron piedras del teatro romano para las torres de la muralla.
Era frecuente el uso de opus emplectum (núcleo de mampostería y mortero con paramentos) y opus mixtum o opus vittatum (alternancia de hileras de piedra y ladrillo). La presencia de hiladas de ladrillo a intervalos regulares era común en algunas regiones, como la Galia del norte y el este del Imperio.

Aunque algunas murallas se construyeron en respuesta a amenazas inmediatas, la magnitud y complejidad de muchos proyectos sugieren una planificación sofisticada y no una construcción apresurada. La construcción de una muralla podía llevar años, incluso décadas.
La construcción de murallas a menudo implicaba una profunda transformación de la topografía urbana existente, con la demolición de estructuras anteriores para dar paso al nuevo trazado defensivo.
Alrededor de las murallas, se solían crear zonas despejadas o glaciares, que, junto con los fosos, servían para aislar física, funcional y cognitivamente las fortificaciones del resto de la ciudad antigua.
En muchos casos, los circuitos reducidos y las estructuras internas de las ciudades amuralladas sugieren una orientación hacia centros militares o lugares con una fuerte componente militar.
Las murallas de Lucus Augusti (Lugo) constituyen uno de los conjuntos defensivos mejor conservados de la Tetrarquía en la Península Ibérica. Pertenecen a una "primera generación" de fortificaciones construidas durante el período tetrárquico (finales del siglo III d.C. y principios del siglo IV d.C.).
La investigación arqueológica reciente ha permitido conocer con datos fiables el momento de su construcción. No se han encontrado materiales posteriores al período "constantiniano avanzado" (320-337 d.C.) en sus niveles fundacionales.

La construcción de estas murallas en ciudades de tamaño pequeño y mediano en el noroeste de la Península se relaciona directamente con la presencia del ejército romano en la región y con la nueva concepción geoestratégica del Imperio, donde Hispania y el sur de la Galia jugaron un papel importante en la recaudación de impuestos para la annona militaris.
La edificación de estas fortificaciones se considera una intervención estatal importante, ya que ciudades de segundo o tercer orden como Lugo difícilmente habrían tenido los medios económicos y técnicos para asumir una inversión de tal magnitud, que se extendía por 30-40 años.
Características Constructivas y Diseño:
Las murallas de Lugo, junto con las de León, Astorga y Braga, presentan evidentes similitudes estructurales, lo que llevó a Ian Richmond a acuñar el concepto de "estilo legionario hispano".
Incorporan los avances más recientes en diseños defensivos desarrollados a principios del siglo III d.C. en los campamentos romanos de frontera.
Proyectan hacia el exterior de la línea de la muralla y tienen preferentemente plantas semicirculares (en U). Se observa un acortamiento de las distancias entre las torres.
Las murallas fueron engrosadas (4-7 m) para facilitar la movilidad de los defensores, por lo que tienen gran tamaño, con 5-7 m de ancho en algunos puntos, lo que la convierte en una estructura formidable.

Presentan una mayor altura del muro cortina (10-12 m). Estaban preparadas para el uso de artillería sobre la muralla.
Se fortaleció el sistema defensivo alrededor de las puertas, que, salvo excepciones, dejaron de ser aberturas amplias para convertirse en pasajes estrechos de fácil control.
Se construyeron con un núcleo de mampostería trabada con mortero y paramentos de diferentes materiales. En el caso de Lugo es una mampostería de piedra irregular de lajas de pizarra, un material abundantemente disponible en las cercanías de la ciudad. Para los recercados de puertas y ventanas, se emplearon bloques de granito. El espacio entre los dos paramentos de la muralla se rellenó con una mezcla de argamasa caliza, piedra suelta, cantos rodados y, de manera notable, materiales arquitectónicos y epigráficos romanos reutilizados.
Una práctica común en la construcción romana tardía fue el uso de spolia, pero también sugiere una pragmática eficiencia en el uso de recursos disponibles y, posiblemente, una revalorización o una nueva utilidad para estructuras anteriores en un contexto de necesidad defensiva. La inclusión de piedras con inscripciones, que una vez fueron símbolos de orgullo cívico o memoria personal, como mero relleno estructural, es un indicador sutil pero poderoso de las presiones económicas y sociales del Imperio Romano tardío, donde la necesidad defensiva primaba sobre la preservación simbólica. Es altamente probable que los muros estuvieran enfoscados en todas sus caras, una práctica común para proteger la mampostería y mejorar la estética.
Se han encontrado evidencias de escaleras internas asociadas a las murallas.
Transformación Urbana:
La construcción de las murallas en Lugo (así como en Zaragoza y Barcelona) implicó una completa transformación de la topografía urbana, con nuevas estructuras y espacios vacíos intramuros, lo que condicionó la imagen y evolución de los centros urbanos hispanos durante los siglos postromanos. La concepción de la muralla incluía la capacidad de asegurar la autosuficiencia de la ciudad en tiempos de asedio, al encerrar un área importante que no solo comprendía los espacios urbanos, sino también tierras de cultivo, garantizando así el suministro.
Las murallas de Lugo se reconocen como la fortificación romana mejor conservada de Europa. Su característica más distintiva es la conservación íntegra de todo su perímetro, una particularidad que la convierte en un caso único a nivel mundial entre las fortificaciones romanas. Esta excepcional conservación, a diferencia de otras fortificaciones romanas que fueron demolidas o severamente alteradas en contextos urbanos, no es solo un hecho arquitectónico, sino un reflejo profundo de la evolución urbana de Lugo y la relación simbiótica de la ciudad con su patrimonio. Su supervivencia implica una interacción continua y adaptativa entre el tejido urbano y el monumento, lo que la convierte en un archivo vivo de las fases de desarrollo de Lugo.
Por eso está en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en el año 2000. La inscripción se basó en el Criterio (iv), que la identifica como un ejemplo sobresaliente de un tipo de edificio, conjunto arquitectónico o tecnológico, o paisaje que ilustra una etapa significativa en la historia de la humanidad. Este criterio subraya no solo su antigüedad, sino su capacidad para encapsular y narrar la adaptación y resiliencia de una ciudad y una civilización a través de los siglos, desde el Lucus Augusti original hasta la Lugo contemporánea.
La zona central declarada abarca 1.68 hectáreas, complementada por una zona de amortiguación de 59.88 hectáreas, lo que denota el compromiso con la protección de su entorno inmediato. A lo largo de los siglos, la muralla ha perdurado con escasas reformas estructurales que hayan alterado sustancialmente su fábrica original. Su estado de conservación la posiciona como un testimonio viviente de la sofisticada ingeniería y estrategia militar romana, sirviendo además como un puente tangible que conecta el pasado imperial con el presente de la ciudad.
Presenta una planta cuadrangular, aunque con una forma oblonga y lados curvos que se adaptan a la topografía del terreno. El camino de ronda o adarve tiene un perímetro de 2117 metros.

En su origen, la Muralla de Lugo estuvo dotada de 85 torres defensivas predominantemente de planta semicircular, aunque se registraban variaciones en su diámetro y flecha. De las originales, 71 torres se conservan hasta hoy, un número excepcionalmente alto. Algunas de ellas han experimentado alteraciones en su planta a lo largo del tiempo. Las torres se distribuían a intervalos regulares a lo largo del muro, oscilando entre 8.80 metros y 16.40 metros. Probablemente, todas las torres contaban con dos pisos superiores, provistos de 2, 3 o 4 grandes ventanas cada uno. De estos huecos, solo uno ha sido restaurado y es visible en la zona de la Mosqueira, ofreciendo una rara visión de su aspecto original.
Aunque la mayoría de las torres tenían una base circular, algunas eran cuadrangulares, una elección de diseño que proporcionaba ángulos de tiro más amplios y eliminaba puntos ciegos en las cortinas (los tramos de muro entre dos torres).
La muralla actual cuenta con un total de diez puertas, que reflejan su historia y evolución urbana. La coexistencia de cinco puertas romanas originales y cinco puertas modernas no es una mera enumeración, sino una crónica de la evolución urbana de Lugo. Las puertas modernas, abiertas entre 1853 y 1921, responden a nuevas necesidades de conectividad urbana, como el acceso a la cárcel, el seminario, la estación de tren y los hospitales. Esto ilustra de manera elocuente cómo la muralla, aunque concebida como una barrera defensiva, se integró y adaptó de forma pragmática a la expansión y modernización de la ciudad, en lugar de convertirse en un obstáculo insalvable para su desarrollo. El hecho de que se abrieran nuevas puertas a través de la muralla, en lugar de demolerla o simplemente rodearla, demuestra un enfoque adaptativo y pragmático hacia el desarrollo urbano, donde el monumento fue integrado y reutilizado, reforzando su utilidad y aceptación cultural en el tejido urbano en evolución.
La muralla también contaba con poternas, pequeñas puertas o accesos secundarios de uso militar que contaban con habitáculos que probablemente servían como cuerpos de guardia para su protección.
La muralla también contaba con elementos defensivos adicionales. Un foso perimetral rodeaba el exterior del recinto amurallado, separado aproximadamente 5 metros de los cubos. Las excavaciones arqueológicas han documentado sus dimensiones: una anchura media de 20 metros y una profundidad de 4 metros. El intervallum, concebido como una ronda interior, rodeaba la muralla y permitía la comunicación rápida de las tropas dentro de la ciudad para facilitar su defensa. Su anchura variaba en función de las calles adyacentes, pero nunca era inferior a cuatro metros. Con el paso del tiempo, este espacio fue progresivamente ocupado por edificaciones; a mediados del siglo XX, más de 30 edificios estaban adosados a la muralla, invadiendo el intervallum.

El adarve es una de sus características más destacadas, siendo íntegramente de uso público y transitable en todo su perímetro. Es un lugar perfecto para pasear y observar la ciudad. La problemática histórica del intervallum siendo ocupado por edificaciones y los esfuerzos contemporáneos por recuperar una "ronda interior" revelan una tensión histórica constante entre la función defensiva original y la presión del crecimiento urbano. Estos esfuerzos actuales demuestran un compromiso por equilibrar la conservación estructural con el uso público y la mejora de la calidad de vida urbana, transformando una barrera militar en un punto de encuentro cívico.
© Del texto: Andrés Nadal 2025
© De las fotografías: Andrés Nadal 2025
© Del artículo: La Casa del Recreador 2025
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