
Castilleja de Talhara representa un enclave histórico-artístico de profundo interés en la comarca del Aljarafe sevillano, en Andalucía. Este lugar, situado en el despoblado homónimo dentro del municipio de Benacazón, se erige como un testimonio silencioso de la historia y la arquitectura mudéjar de la región. Las ruinas de su ermita y la adyacente hacienda dominan el pintoresco valle del Guadiamar, una zona que forma parte del Corredor Verde del Guadiamar, un espacio natural equipado con senderos y observatorios que, si bien no se centran exclusivamente en el sitio, proporcionan un contexto paisajístico de gran valor.
El conjunto se compone principalmente de la Ermita de Castilleja de Talhara, una iglesia mudéjar que data del siglo XIV, y la Hacienda de Castilleja de Talhara, un ejemplo singular de la tipología edilicia de hacienda andaluza. La ermita, en particular, es reconocida como una de las iglesias mudéjares de mayor relevancia en el Aljarafe, destacando por sus proporciones armoniosas y sus elementos arquitectónicos distintivos. Por su parte, la hacienda se distingue por una impronta de fortaleza medieval, con torres y remates almenados, lo que le confiere un carácter único dentro de su categoría.
La importancia cultural y patrimonial de Castilleja de Talhara es ampliamente reconocida. El enclave es descrito como una "joya del mudéjar" y una "perla oculta del Aljarafe", un lugar que refleja el esplendor de la arquitectura mudéjar sevillana y que posee una "alma" que invita a la reflexión histórica. Su valor histórico-artístico ha sido formalmente reconocido con su inclusión en la Lista Roja de Hispania Nostra desde el 14 de febrero de 2008, y su posterior inscripción en el Catálogo del Patrimonio Histórico Andaluz en julio de 2021.

Sin embargo, a pesar de este elevado reconocimiento y su innegable valor cultural y artístico, la Ermita de Castilleja de Talhara se encuentra en un estado de ruina progresiva. Esta situación genera una dicotomía notable: un bien de interés cultural de gran magnitud sufre un deterioro continuo, lo que plantea interrogantes sobre la efectividad de las medidas de protección existentes. Esta contradicción entre el valor intrínseco del patrimonio y su estado físico actual es un aspecto central de la problemática del sitio. De manera contrastante, la Hacienda de Castilleja de Talhara, de propiedad privada, se mantiene en un estado de conservación óptimo, lo que sugiere una diferencia significativa en la gestión y los recursos dedicados a su mantenimiento en comparación con la ermita de titularidad pública. Este contraste entre la gestión pública y privada del patrimonio en un mismo enclave ofrece un caso de estudio revelador sobre los desafíos de la conservación.
Existió una ocupación romana en Castilleja de Talhara y luego fue una alquería musulmana de fines del XII o principios del XIII. La alquería es un tipo de asentamiento rural, que evidencia una ocupación islámica en el sitio, anterior a la repoblación cristiana y la construcción mudéjar bajomedieval.
La existencia de un asentamiento rural romano indica que el lugar era aprovechado para actividades agrícolas y de subsistencia dentro de la organización territorial romana, probablemente como parte de una villa o un conjunto de pequeñas propiedades rurales. La presencia de materiales como ladrillos, tejas (tegulae, imbrices) y fragmentos cerámicos son hallazgos comunes en los yacimientos romanos rurales de la zona, lo que sugiere la construcción de estructuras más o menos permanentes (viviendas, almacenes, etc.).
La transformación en una alquería musulmana a fines del siglo XII o principios del XIII demuestra la continuidad de la ocupación rural del sitio bajo dominio islámico. Las alquerías eran núcleos de poblamiento agrario que formaban la base del paisaje rural en al-Andalus. Esto implica una economía basada en la agricultura y/o ganadería, con actividades cotidianas que generarían materiales cerámicos (para almacenamiento, cocina y consumo). La fuente documenta en Castilleja de Talhara la presencia de un atifle bajomedieval o moderno de tradición mudéjar, lo que atestigua actividad alfarera in situ durante el periodo bajomedieval o moderno, indicando una posible especialización artesanal, al menos en las fases más tardías de la ocupación documentada en las fuentes.
La ocupación continua, pasando por fases romana, musulmana y bajomedieval cristiana (con repoblación y construcción de una ermita mudéjar), resalta la importancia estratégica o económica duradera del lugar en el Aljarafe, probablemente ligada a la fertilidad de la tierra para la agricultura y su ubicación en la red viaria o de comunicaciones, lo que justificó su poblamiento y explotación a lo largo de los siglos. La mezcla de materiales (cerámica islámica, mudéjar, cristiana tardía) y las técnicas constructivas (como la tradición mudéjar en la ermita y quizás en otras estructuras, similar a la continuidad constructiva observada en otros lugares) reflejan la superposición y adaptación de culturas y tecnologías a lo largo del tiempo.
Castilleja de Talhara era una alquería integrada en una red territorial bajo el control de un ḥiṣn más amplio, con una función primordialmente económica (agrícola) y de refugio temporal en caso de peligro. En la cristiana temprana, se transformó en una propiedad señorial y un centro de culto cristiano con la construcción de su ermita/iglesia, manteniendo su función agrícola central y dependiendo de las nuevas estructuras de poder (señores laicos y eclesiásticos) y de la influencia continua de Sevilla.
En el periodo islámico, el Aljarafe estaba densamente poblado por alquerías (qurà), que eran unidades de poblamiento rural, a menudo centradas en la agricultura, la minería y la ganadería. Estas alquerías se integraban en distritos (aqālim o ŷuz'), cuyo elemento central solía ser un castillo (ḥiṣn) o una ciudad (madīna). El ḥiṣn funcionaba como lugar de refugio temporal para los habitantes de las alquerías del distrito en caso de necesidad. Aunque no se especifica si Castilleja de Talhara era un ḥiṣn principal, sí se menciona la existencia de una torre en la alquería de Loreto (Espartinas), descrita como almohade y restaurada tras la conquista, que vigilaba un camino y protegía a la población. Esto sugiere que las alquerías, incluso si no eran cabezas de distrito fortificadas, podían contar con elementos defensivos locales (como torres o cercas) para proteger a la población y los recursos agrícolas y ganaderos de saqueos. Dada la mención de Castilleja de Talhara como alquería musulmana, es probable que estuviera integrada en este sistema de protección y control territorial, posiblemente dependiendo de un ḥiṣn más importante en las cercanías del Aljarafe, como San Juan de Aznalfarache, Sanlúcar la Mayor, Aznalcázar o Tejada. Tejada (Talyata), fortificada en el siglo IX, ejercía influencia sobre asentamientos como Castilleja del Campo.
Castilleja de Talhara, por tanto, fue una alquería musulmana que tras la conquista castellana en el siglo XIII se vio integrada en el Aljarafe sevillano. Durante los siglos XIV y XV, en el contexto de la reorganización territorial y la formación de señoríos nobiliarios, se convirtió en un señorío ligado a importantes linajes sevillanos, jugando un papel en la producción agrícola, particularmente olivarera. Aunque situada en una región estratégica para la defensa de Sevilla, fue más una unidad de propiedad rural bajo señorío que un punto clave en la defensa militar directa de la frontera con al-Ándalus, evolucionando hacia un estado de despoblamiento y conversión en hacienda de campo para principios del siglo XVI.
Castilleja de Talhara tiene sus orígenes documentados como un asentamiento rural romano y una alquería musulmana que data de finales del siglo XII o principios del XIII. La evidencia material, como fragmentos de cerámica, sugiere una ocupación continuada desde el periodo romano y paleoandalusí, pasando por las épocas emiral, califal, almohade y bajomedieval.
El territorio del Aljarafe, donde se ubica Castilleja de Talhara, experimentó una importante transformación en el siglo XIII como resultado del Repartimiento de Sevilla tras la conquista castellana. Aunque las primeras noticias fehacientes sobre la finca datan de 1265, se registra un yacimiento en Castilleja de Talhara B fechado en la segunda mitad del siglo XIII. Un núcleo fue repoblado en 1369, manteniendo continuidad hasta el siglo XVI. La repoblación de la comarca en general enfrentó dificultades y restricciones económicas, a pesar de su vital importancia para la seguridad del alfoz sevillano.
A finales del siglo XIV, tras el fracaso de la política del Repartimiento, se favoreció la formación de grandes latifundios y señoríos laicos en el Aljarafe. Castilleja de Talhara se convirtió en uno de estos señoríos nobiliarios, vinculado a linajes como los Lasso de la Vega desde 1379 y el linaje Las Casas. En 1441, se fundó un señorío sobre una mitad de Castilleja de Talhara por don Juan Fernández de Mendoza y doña Leonor Cerón, que incluía casas, un molino aceitero, olivar, jurisdicción sobre su parte de la villa y vasallos. Inicialmente, estos señoríos tenían apenas competencias jurisdiccionales.
Desde finales del siglo XIII y principios del XIV, se documenta la existencia de una propiedad de olivar con huerta y molino de aceite en Castilleja de Talhara. La expansión del olivar fue un motor para la formación de nuevas grandes explotaciones, a veces a través de cesiones reales a nobles y conventos para fomentar asentamientos en zonas recién conquistadas o despobladas, y otras mediante la adquisición de parcelas pequeñas.
Castilleja de Talhara se encontraba en el Aljarafe sevillano, una región que adquirió un papel decisivo en la defensa militar de Sevilla durante el periodo islámico y mantuvo este carácter tras la conquista cristiana. El Aljarafe era parte del "alfoz" de Sevilla, la extensa área cuya jurisdicción y defensa dependían del concejo sevillano, y que era fundamental para el sostenimiento y defensa de la ciudad. La región sevillana, incluyendo su alfoz, fue la primera región fiscal del reino de Castilla en términos cuantitativos a finales del siglo XV. La inestabilidad política, como la guerra civil castellana, afectó las posibles acciones repobladoras. Aunque la señorialización del Aljarafe supuso un cierto reforzamiento defensivo en el entorno rural con torres y fortificaciones, Castilleja de Talhara se describe más tarde como una pequeña villa que terminó despoblándose y convirtiéndose en una simple hacienda de campo bajo señorío nobiliario, a principios del siglo XVI. A diferencia de fortalezas clave en la "Banda Morisca" más al sur, las fuentes no la describen como una fortaleza militar de primera línea en los conflictos de frontera directos, aunque su ubicación en el Aljarafe la situaba en el contexto general de la defensa y organización del territorio post-conquista. La torre existente fue habitada en la época moderna.
El emplazamiento de los castillos en el Aljarafe es un reflejo directo de la explotación de sus ventajas topográficas naturales (altitud y visibilidad) con fines defensivos y de control territorial, que son reforzados por la arquitectura construida. Esta ubicación estratégica también adquiere un importante valor simbólico al proyectar poder y servir como referente en el paisaje.
El Aljarafe es una meseta o plataforma elevada al oeste de Sevilla. El propio término "Aljarafe" deriva de la voz árabe as-saraf, que significa "elevación, otero, lugar prominente". Esta característica natural de ser un "otero natural del Guadalquivir" le confiere una facilidad defensiva inherente y una aptitud para el control territorial.
La posición elevada permite el control visual sobre un amplio segmento de territorio circundante y sobre los valles cercanos, como el del Guadalquivir. Emplazamientos específicos dentro del Aljarafe, como Aznalcóllar, fueron elegidos por su valor estratégico como "enclave defensivo de cierto interés militar", dominando la cuenca de un río (Guadiamar) y defendiendo rutas importantes de acceso a la zona. Otros ejemplos de sitios en los flancos del Aljarafe, como San Juan de Aznalfarache y Sanlúcar la Mayor, también aportaban seguridad defensiva. La importancia de la visibilidad para el control territorial se menciona en diversos contextos de fortificaciones. Aunque la visibilidad puede ser sectorial y no siempre completamente circular, sigue siendo un factor clave para el control de la paisajística.
Las fortificaciones a menudo aprovechan las condiciones naturales de defensa del terreno, como las vertientes inclinadas o los escarpes. En Aznalcóllar, el relieve donde se asentaba el castillo condicionó el desarrollo de los arrabales, limitados por el profundo foso natural hacia el río. Además de la topografía natural, se construían elementos defensivos como murallas, torres y fosos para aumentar la solidez y dificultar el acceso.
Más allá de la defensa física, la visibilidad y la monumentalidad de las fortificaciones podían tener un significado simbólico. La ubicación destacada en la paisaje y la presencia de arquitectura imponente (como torres y puertas) podían servir para afirmar el poder y la identidad, tanto para los habitantes como para quienes se aproximaban a la zona. La elección de materiales contrastantes, como bloques blancos de piedra caliza frente a roca oscura, podía aumentar la visibilidad y, por tanto, el impacto simbólico de la fortificación. Este aspecto simbólico se relaciona con la función de las fortificaciones como puntos de referencia ineludibles en el paisaje.
Si bien la función defensiva es primordial, las fuentes también sugieren que la elección del emplazamiento podía responder a una diversidad de estímulos, no únicamente militares, sino también de orden ideológico o relacionados con el control de recursos económicos específicos.
La historia de Castilleja de Talhara se remonta al siglo XIV, cuando la villa despoblada fue fundada en 1369 por Alfonso Fernández de Fuentes, una figura clave en la historia de Castilleja de Talhara en el contexto de la repoblación y la formación de señoríos tras la Reconquista bajomedieval. Su estatus como Veinticuatro de Sevilla y su relación con Enrique II le permitieron obtener las mercedes necesarias para establecer y desarrollar la villa en 1369, poseyendo inicialmente una parte significativa de la misma y compartiendo el señorío con su cuñado.
En ese momento, él poseía dos terceras partes de la villa. Compartía el señorío con su cuñado, Juan de las Casas. Adquirió el lugar de Fuentes en 1374 con la dote de su esposa, Isabel de Belmaña. Desempeñó importantes cargos en el concejo de Sevilla, como Mayordomo de la ciudad en 1372 y 1376-77, y fue recaudador de impuestos en 1377.
El rey Enrique II le concedió importantes facultades en relación con Castilleja de Talhara en 1371. Le autorizó a repoblar la villa inicialmente con treinta vecinos, ampliando posteriormente la merced a cincuenta. En la misma fecha de 1371, recibió la facultad para constituir mayorazgo sobre la propiedad y obtener diversos privilegios para sus vecinos. Aunque él recibió la facultad para el mayorazgo en 1371, el mayorazgo sobre la mitad de Castilleja de Talhara fue fundado posteriormente, en 1472, por Fernando Ortiz y Leonor Fernández de Fuentes. Leonor era hija de Francisco Fernández de Fuentes, quien ya era Señor de Fuentes y Castilleja de Talhara, lo que indica la continuidad del señorío en su linaje.
Además de la facultad para Castilleja de Talhara, Alfonso Fernández de Fuentes fundó un mayorazgo en 1378 sobre la villa de Fuentes y sus casas principales en la collación de San Marcos de Sevilla, designando como heredero a su hijo Francisco Fernández de Fuentes. Posteriormente, Martín de Fuentes también fundó un mayorazgo que incluía una quinta parte de Castilleja de Talhara en 1474.
Tras Alfonso, su hijo Francisco Fernández de Fuentes aparece como Señor de Fuentes y Castilleja de Talhara. La familia Ortiz se vincularía posteriormente a Castilleja de Talhara a través del matrimonio con Leonor Fernández de Fuentes y la fundación del mayorazgo de la mitad de la propiedad. La construcción de la Iglesia de Castilleja de Talhara fue financiada gracias a la fortuna de la familia Fuentes.
Este asentamiento se enmarcó dentro de los "planes de repoblación" impulsados en las tierras del Aljarafe sevillano tras la Reconquista, buscando consolidar la presencia cristiana en la región. La fundación de la villa está documentada en una lápida ubicada frente a la ermita, que también registra la sucesión de sus propietarios a lo largo del tiempo.
Aunque la villa fue concebida con el propósito de ser un asentamiento próspero, su desarrollo no siguió el curso esperado. Alfonso Fernández de Fuentes compartía el señorío de la villa con su cuñado, Juan de las Casas, ejerciendo ambos la jurisdicción territorial y civil, que incluía la facultad de nombrar alcaldes y alguaciles, así como la responsabilidad de la repartición de tierras entre los trabajadores. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos iniciales y la estructura administrativa establecida, el poblado no prosperó y fue finalmente abandonado, dejando como principal vestigio la iglesia.
Lo que fue alquería musulmana y experimentó repoblación tras la conquista. Sin embargo, se transformó principalmente en un señorío nobiliario laico vinculado a linajes como los Lasso de la Vega y Las Casas a finales del siglo XIV y durante el siglo XV. Aunque situada en el Aljarafe, una región militarmente estratégica para Sevilla, no fue una fortaleza militar clave directamente gestionada por una orden militar en este periodo, a diferencia de otras plazas en la "Banda Morisca". La torre existente evolucionó más bien en el contexto de una hacienda de campo bajo señorío laico.
Si bien las órdenes militares fueron actores cruciales en la organización, defensa y mantenimiento de la frontera y tuvieron presencia en el Aljarafe a través de diversos señoríos (incluyendo algunas "Castillejas" vecinas), las fuentes disponibles no respaldan la idea de que Castilleja de Talhara en particular fuera uno de sus dominios durante los siglos XIII-XV. Su evolución parece haber estado más ligada a la formación de señoríos nobiliarios laicos tras el Repartimiento.
Tras la conquista castellana, las órdenes militares como las de Santiago, Calatrava, Alcántara y San Juan (Hospital) recibieron extensos territorios, a menudo en zonas de frontera, para asegurar la defensa y repoblación. Esto fue una estrategia de la Corona para recompensar su participación en la conquista y delegar la costosa y peligrosa tarea de mantener la seguridad en áreas recién incorporadas o cercanas al territorio musulmán.
Estas órdenes se convirtieron en grandes señores jurisdiccionales, obteniendo no solo tierras y rentas, sino también autoridad para administrar justicia (mero e mixto imperio) y ejercer jurisdicción eclesiástica en sus dominios. En muchos casos, sus territorios estaban exentos de la jurisdicción ordinaria del arzobispado local.
Varias órdenes militares tuvieron presencia en el Aljarafe y el amplio "alfoz" (área bajo la jurisdicción de Sevilla): La Orden de Santiago tuvo una vicaría con sede en Villanueva del Ariscal y propiedades como la iglesia de Santiago en Castilleja de la Cuesta. Recibió importantes plazas en la "Banda Morisca" como Estepa. La Orden de Calatrava recibió tierras y fortificaciones como Osuna y tuvo jurisdicción sobre Carrión (hasta pasar a un señorío laico). La Orden de Alcántara también obtuvo señoríos en la frontera como Morón y Cote y tuvo posesiones en el Aljarafe, incluyendo Castilleja de Guzmán (inicialmente llamada Castilleja de Alcántara), aunque esta última fue desmembrada y vendida a un particular en 1538. La Orden de San Juan (Hospital) recibió la bailía de Lora y Setefilla, que incluía Alcolea y Tocina.
Las órdenes militares eran fuerzas militares preparadas para la defensa del territorio. Al mismo tiempo, gestionaban sus extensos patrimonios, que a menudo incluían alquerías reconvertidas en haciendas, dedicadas a producciones agrícolas como el olivar.
La propiedad y el señorío de Castilleja de Talhara estuvieron en manos de diversos linajes nobiliarios y de la oligarquía sevillana desde finales del siglo XIII. Familias como los Las Casas y otras como los Cerón, Mendoza, Ribera, Ortices, Marmolejo y Saavedra tuvieron posesiones o señorío sobre el lugar, a menudo sujeto a cambios de propiedad. Más tarde, se integró en el patrimonio de los Lasso de la Vega. Esta posesión nobiliaria influyó en su evolución al insertarla en el sistema de señoríos rurales del Aljarafe, orientar su economía hacia la producción olivarera y formar parte de las estrategias de prestigio y acumulación de patrimonio de estos linajes. A pesar de contar con una estructura defensiva (la torre), su papel parece haber sido el de una propiedad rural señorial, evolucionando hacia una hacienda de campo, más que el de una fortaleza clave en la frontera militar.
Las primeras noticias fehacientes sobre una propiedad de olivar con huerta y molino de aceite en Castilleja de Talhara datan de finales del siglo XIII e inicio del XIV, adquirida por Garci Díaz y su mujer doña Sancha. Esto sugiere una temprana vinculación de la propiedad con individuos adinerados, aunque no se especifica su rango nobiliario.
El linaje de los Las Casas tuvo una conexión directa con Castilleja de Talhara. Isabel de las Casas y su marido fueron propietarios de una parte de la alquería de Castilleja de Talhara. Guillén de las Casas (II), Tesorero Mayor de Andalucía en 1369, era el padre de Isabel de las Casas. El linaje Las Casas es descrito como uno de los más prominentes de la oligarquía local sevillana, vinculado a otras familias nobles (Fernández de Fuentes, Melgarejo, Marmolejo) y a segundones de la alta nobleza castellana (como las hijas del Almirante de Castilla, Diego Hurtado de Mendoza). Miembros del linaje Las Casas detentaron "donadios" y pequeños señoríos jurisdiccionales, incluyendo Castilleja de Talhara. También tuvieron cargos como tenencias de fortalezas concejiles en la "tierra" de Sevilla.
La otra parte de la alquería de Castilleja de Talhara pertenecía a Alfonso Fernández, quien tomó su apellido del lugar de Fuentes, otro heredamiento que también perteneció a Isabel de las Casas y su marido.
El señorío de Castilleja de Talhara es uno de los heredamientos y bienes vinculados que cambiaron de manos de forma continuada y sistemática entre diversas familias, siendo "fraccionados, divididos, gravados o alienados". Las familias mencionadas en relación con estos traspasos frecuentes son los Cerón, Mendoza, Ribera, Ortices, Marmolejo o Saavedra. Esto sugiere una cierta inestabilidad en la propiedad a lo largo del tiempo, en contraste con señoríos más consolidados.
En una época posterior (a partir de 1450 y consolidándose en el siglo XVII), el señorío de Castilleja de Talhara se incorporó al patrimonio agregado del linaje Lasso de la Vega, a través de matrimonios con familias como los Gavinas y los Fernández Marmolejo. Este linaje también estaba asociado a la posesión de otros señoríos y a la pertenencia a órdenes militares.
La adquisición por parte de linajes como los Las Casas, y posteriormente otros, la integró plenamente en el sistema de señorío nobiliario que se extendió por el Aljarafe. Esto implicaba no solo la propiedad de la tierra sino también, con el tiempo, ciertas prerrogativas jurisdiccionales, aunque inicialmente limitadas.
La propiedad nobiliaria, especialmente desde el siglo XIV, impulsó la expansión de cultivos rentables como el olivar, que se convirtió en un motor para la formación de estas grandes explotaciones rurales ("heredades" o "donadíos" dedicados al olivo). Castilleja de Talhara, con su olivar y molino de aceite documentados tempranamente, se insertó en esta dinámica económica impulsada por los propietarios nobles.
La vinculación de Castilleja de Talhara a linajes como los Las Casas, Mendoza, Cerón, Marmolejo, etc., la situó dentro de las complejas redes de parentesco, alianzas (matrimoniales y políticas), y clientelismo que caracterizaban a la nobleza sevillana y castellana de la Baja Edad Media y la Edad Moderna. La tenencia de propiedades y señoríos como Castilleja de Talhara era un medio para aumentar el patrimonio, el prestigio y la influencia de estos linajes.
La descripción de Castilleja de Talhara cambiando de manos y siendo "fraccionado, dividido, gravado o alienado" sugiere que, al menos durante un tiempo, su posesión fue más fluida que la de señoríos más grandes o estratégicos. Esto pudo influir en la continuidad del poblamiento o la inversión en el lugar. La formación de mayorazgos buscaba precisamente evitar esta fragmentación y asegurar la perpetuidad del linaje y su patrimonio, pero la realidad en Castilleja de Talhara parece haber sido diferente en ciertos períodos.
La evolución de Castilleja de Talhara hacia principios del siglo XVI, convirtiéndose en una simple hacienda de campo tras un proceso de despoblación, puede entenderse en el contexto de su papel como propiedad rural bajo señorío nobiliario, donde la función económica (producción agrícola) primó sobre la de núcleo de población o fortaleza militar de primera orden. La torre, si bien defensiva, terminó integrándose en la estructura de la hacienda.
Castilleja de Talhara se encontraba despoblada ya desde el siglo XVII. La trayectoria de Castilleja de Talhara, desde una fundación planificada con apoyo real hasta su eventual abandono, ilustra la fragilidad de muchos asentamientos medievales y las dificultades inherentes a las políticas de repoblación. La ermita, como el único vestigio significativo de este proyecto fallido, se convierte en un símbolo elocuente de los desafíos económicos, sociales o ambientales que impidieron la consolidación de estas comunidades en el paisaje andaluz post-Reconquista.
El nombre de Castilleja de Talhara está también intrínsecamente ligado a la historia nobiliaria a través del Condado de Talhara, un título creado por Felipe IV. Este título pasó por diversas y prominentes familias de la nobleza sevillana, comenzando con Juan Alonso de Guzmán y Fuentes como primer conde, seguido por José Francisco Fernández de Córdoba y otros sucesores destacados. El señorío de Castilleja de Talhara fue objeto de interés y, en ocasiones, de disputa entre diferentes linajes nobiliarios, como los Lasso de la Vega. Un memorial de 1754, en el que Andrés de Madariaga Bucarelli, marqués de las Torres de la Presa, solicitaba la confirmación de su jurisdicción, señorío, vasallaje y rentas de Castilleja de Talhara, evidencia cómo el lugar mantuvo una persistente relevancia simbólica y jurídica a través de los títulos nobiliarios, incluso mucho después de su despoblación. Esta situación demuestra que las estructuras feudales y los intereses aristocráticos podían perpetuar la "existencia" legal y simbólica de un territorio, aun cuando su función práctica como centro poblado había cesado, subrayando el poder de la tierra y los títulos como marcadores de estatus e influencia.
Finalmente, en 1810, durante el siglo XIX, Castilleja de Talhara, junto con otras villas cercanas como la Villa de la Torre de Guadiamar y la Villa de Gelo, perdió sus jurisdicciones autónomas y fue anexionada al actual municipio de Benacazón.
El enclave de Castilleja de Talhara se distingue por la singularidad de sus edificaciones, especialmente la Ermita mudéjar y la Hacienda, cada una con características arquitectónicas que reflejan periodos y funciones distintas, pero que en conjunto narran la rica historia del lugar.
La Ermita Mudéjar: Una Joya Arquitectónica en ruinas
La datación precisa de las fases constructivas de una fortaleza se logra mediante un enfoque multidisciplinar, combinando el análisis detallado de los elementos arquitectónicos y técnicos conservados (especialmente en el caso del tapial), el estudio de los estilos arquitectónicos presentes, la interpretación de la estratigrafía, la datación de los materiales asociados, la investigación en archivos y, cuando es posible, la aplicación de técnicas de datación absoluta. Las características específicas de elementos como las agujas y mechinales del tapial, el tipo de fábrica (monolítica vs. mixta), la presencia de sillares o ladrillos, y la integración de elementos decorativos o estilísticos son pistas cruciales para asignar cronologías a las diferentes intervenciones constructivas.
La técnica del tapial (tierra apisonada) fue muy utilizada en edificaciones militares en el antiguo Reino de Sevilla entre los siglos XII y XV. El análisis de sus características técnicas y métricas es fundamental para datar y caracterizar estas fábricas.
El tipo de aguja utilizada puede ser un indicador cronológico. En las construcciones militares almohades documentadas, se emplean medias agujas planas. Aunque esta solución no es exclusivamente cristiana, se encuentra en construcciones cristianas, lo que podría deberse a una fase inmediata a la Reconquista, a la pervivencia de mano de obra almohade o a la tradición constructiva. Las agujas pasantes con secciones cuadradas (10 cm x 10 cm) y mechinales con remates de ladrillo son rasgos constructivos impropios de los almohades en Andalucía Occidental y sí se encuentran en numerosas fábricas cristianas, como en el Castillo de Luna (Mairena del Alcor) o en la Ermita de Castilleja de Talhara (siglo XV, Benacazón). La presencia de agujas pasantes también puede argumentar una datación cristiana.
La forma de los mechinales, la posición y la presencia de elementos de remate (como ladrillo) proporcionan información para la datación. Los remates de ladrillo en los mechinales son compatibles con fábricas cristianas de los siglos XIV-XV.
La clasificación de la estructura de la fábrica (monolítica, encadenada, o mixta) es relevante. Una fábrica mixta de encadenados de piedra y verdugadas de ladrillo constituye un rasgo distintivo cristiano. La fábrica monolítica puede encontrarse tanto en tapiales islámicos como cristianos.
Un módulo de cajón corto (80-85 cm) suele responder a fábricas más antiguas (almohades). Un módulo alto se emplea en ambos periodos.
La presencia de huellas de los puntales utilizados dentro del encofrado, de mayor diámetro (4-5 cm), se ha localizado en ejemplos de época cristiana, como la Torre del Homenaje del Castillo de los Molares y en un lienzo del Castillo de Alhonoz (Écija).
En edificios que originalmente fueron mezquitas y luego catedrales, la conservación de inscripciones, jaculatorias y ornatos islámicos permite identificar la fase de ocupación musulmana, que en algunos casos perduró hasta bien entrada la época cristiana (por ejemplo, en Ceuta hasta finales del siglo XVII).
El reconocimiento de estilos o movimientos arquitectónicos (como el gótico, mudéjar, barroco, renacentista, románico, visigodo, almohade, protohistórico, etc.) es un medio fiable para la datación aproximada de un inmueble.
El estilo mudéjar está caracterizado por la mezcla de elementos islámicos y cristianos. Se desarrolla tras la conquista cristiana. Iglesias mudéjares en la provincia de Sevilla a menudo usan muros y pilares de ladrillo, con abovedamientos y techumbres de madera (alfarjes). Las portadas mudéjares pueden ser planas y con decoración almohade. La utilización de cerámica arquitectónica es una constante en el arte mudéjar.
Las excavaciones arqueológicas y el análisis estratigráfico son cruciales para identificar las diferentes fases de ocupación y construcción de un sitio. La superposición de niveles permite diferenciar cronologías. La lectura de paramentos (estratigrafía en vertical) también es una metodología para entender la secuencia constructiva.
Los materiales arqueológicos encontrados en las distintas capas o asociados a las estructuras constructivas (cerámica, numismática, elementos líticos, restos orgánicos) son clave para datar las fases.
La presencia de materiales de construcción reutilizados de épocas anteriores (spolia), como elementos romanos o bizantinos en construcciones medievales, o fragmentos de tapial en construcciones posteriores, no data la fase original del material, sino que proporciona un terminus post quem para la fase constructiva en la que fueron reutilizados.
Los documentos de archivo, registros de gastos (como los de la Fábrica de la Catedral de Sevilla en el siglo XV), crónicas o descripciones históricas pueden aportar información directa o indirecta sobre las fechas de construcción, reformas o deterioro de las fortificaciones.
La Ermita de Castilleja de Talhara es un ejemplo sobresaliente del arte mudéjar sevillano, un estilo que fusiona elementos cristianos y musulmanes. Su construcción se caracteriza por el uso predominante de ladrillo y tapia, materiales típicos de esta tradición arquitectónica.
La estructura de la ermita presenta una planta basilical, dividida en tres naves que se articulan en dos tramos. Estas naves están separadas por pilastras cruciformes y se cubren con arcos apuntados, elementos que evocan las influencias góticas presentes en el mudéjar. La nave central es más alta. La planta basilical de Castilleja de Talhara, con sus tres naves, capilla mayor cuadrada con bóveda esquifada original, y el uso de materiales como ladrillo y tapial, junto con la decoración de sus portadas y ventanas con elementos como arcos apuntados, polilobulados, alfiz y cerámica vidriada, son características distintivas de la arquitectura mudéjar, un estilo que frecuentemente emplea la planta basilical heredada de tradiciones anteriores.
Al final de las naves se encuentra la capilla mayor, que tiene planta cuadrada. Es posible que la capilla mayor sea el elemento más antiguo del conjunto. En origen, estuvo cubierta por bóvedas esquifadas de dieciséis lados, apoyadas sobre trompas. Aquí se ubicaría el altar
La capilla mayor es considerada el elemento más antiguo del conjunto. Originalmente, esta capilla estuvo cubierta por bóvedas esquifadas de dieciséis lados, de las cuales aún se conservan los restos de las trompas que las sostenían. No obstante, el presbiterio, que en su momento se cubría con una cúpula sobre pechinas, lamentablemente no se conserva en su totalidad.

La ermita cuenta con dos portadas. La principal se localiza en la fachada de los pies y es considerada uno de los ejemplares más destacados del mudéjar sevillano por sus arquivoltas apuntadas y un arco apuntado y polilobulado enmarcado por alfiz. Combina elementos de ladrillo visto con otros que pudieron estar enlucidos imitando un aparejo bicromo. Su diseño recuerda las entradas de las parroquias en la cercana Sanlúcar la Mayor, pero se enriquece por la combinación de materiales y texturas. Esta portada es vista como un eslabón en la evolución de las portadas de ladrillo visto con labores de lazo en relieve o embutidas en el área de Sevilla.
Esta combinación de estilos, junto con la maestría en el uso del ladrillo, la convierte en un ejemplar significativo del mudéjar sevillano. De hecho, la imagen de este arco lobulado es tan distintiva que ha sido adoptada como el actual logotipo del Ayuntamiento de Benacazón, simbolizando la identidad local y el valor patrimonial del edificio.
La portada lateral, situada en la nave izquierda, es más simple, con arco de doble rosca, jambas rectas y alfiz.
Las ventanas del edificio son de arcos de herradura y están decoradas con pequeños fragmentos de azulejos, un recurso ornamental que evidencia la riqueza y el sincretismo del estilo mudéjar. Destaca especialmente la situada en el muro norte de la capilla mayor (lado del Evangelio), con un arco de herradura apuntado enmarcado por un alfiz. Este encuadra un vano apuntado, construido en ladrillo aplantillado y decorado con cerámica vidriada en tonos verde y azul cobalto (o turquesa y manganeso).
En el pilar del lado del Evangelio, se observan vestigios de una pintura mural medieval, que se cree representaría a la Virgen con el Niño, añadiendo un valioso componente artístico y devocional a la estructura.
La sofisticación y el sincretismo del Mudéjar sevillano se manifiestan plenamente en esta ermita. La coexistencia de la planta basilical y los arcos apuntados, con la ornamentación de tradición andalusí como el arco lobulado y el alfiz, ejecutada con la técnica del ladrillo y la tapia, demuestra una profunda fusión cultural y artística.
Este nivel de detalle arquitectónico eleva la ermita de una simple ruina a un caso de estudio relevante en la historia del arte, evidenciando la complejidad y la riqueza de la expresión artística que surgió de la interacción entre las tradiciones cristianas e islámicas en la Andalucía post-Reconquista. La persistencia de estos elementos, a pesar de su avanzado estado de deterioro, es un testimonio tangible de este legado artístico único.
La Hacienda de Castilleja de Talhara: Un Ejemplo Singular de Arquitectura Agrícola
El caserío de la hacienda fue completamente transformado en 1888, dándole un aspecto historicista, mitad neogótico, mitad neomudéjar, dándole aspecto de verdadera fortaleza medieval, con torres erizadas, remates almenados y una abundante presencia heráldica. Esta característica le confiere un carácter monumental y defensivo inusual para una hacienda agrícola, que históricamente se dedicaban a la producción, especialmente de aceite. La hacienda, por tanto, sirve como un testimonio de la evolución de la arquitectura rural andaluza.
Sus características de fortaleza sugieren un periodo de inseguridad o la necesidad de una clara demostración de poder por parte de sus primeros propietarios, reflejando el contexto socio-político de su época.

El estado actual de la Ermita de Castilleja de Talhara es motivo de grave preocupación y constituye uno de los principales desafíos para la preservación del patrimonio en la región.
La Ermita de Castilleja de Talhara se encuentra en un avanzado estado de ruinas abandonadas. El deterioro es evidente y progresivo, manifestándose en hundimientos en su techumbre que compromete gravemente su estructura. Las principales causas de esta degradación incluyen la proliferación de vegetación invasiva, que socava sus cimientos y muros, así como el expolio y el vandalismo, que han contribuido a la pérdida de elementos originales y al daño generalizado de la estructura. A pesar de su reconocida importancia histórico-artística, la ermita continúa sufriendo este proceso de deterioro continuo. La propiedad de la ermita es pública, recayendo su titularidad en el Ayuntamiento de Benacazón.

La gravedad de su estado llevó a la inclusión de la ermita en la "Lista Roja de Hispania Nostra" el 14 de febrero de 2008. Esta iniciativa de la asociación tiene como objetivo alertar sobre el patrimonio en riesgo y promover su consolidación o restauración. Además, la ermita goza del máximo grado de protección legal al estar declarada "Bien de Interés Cultural (BIC)". Su inscripción en el "Catálogo del Patrimonio Histórico Andaluz" se formalizó en julio de 2021. El proceso para esta inscripción fue impulsado por el Ayuntamiento de Benacazón, que solicitó a la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía su inclusión en junio de 2020.
En un marcado contraste con la situación de la ermita, la Hacienda de Castilleja de Talhara, que es de propiedad privada, se encuentra en perfecto estado de conservación gracias a la correcta intervención de sus actuales propietarios. Esta diferencia en el estado de conservación dentro del mismo enclave histórico es reveladora. El rol de la propiedad (pública versus privada) en la viabilidad de la conservación se hace evidente aquí. Mientras que la ermita, bajo titularidad pública, se enfrenta a las limitaciones de presupuestos municipales y procesos burocráticos, la hacienda, gestionada por propietarios privados, ha logrado su mantenimiento, a menudo impulsado por incentivos económicos derivados de su uso adaptativo.
Castilleja de Talhara, a pesar de su estado actual de ruina, posee una importancia cultural y patrimonial multifacética que trasciende su deterioro físico, consolidándose como un referente clave para la comprensión de la historia y la arquitectura de Andalucía.
La persistencia del valor cultural y artístico del patrimonio, incluso frente al abandono y la degradación física, es un fenómeno palpable en Castilleja de Talhara. A pesar de ser descrita como "ruinas abandonadas" y sufrir graves daños estructurales, la ermita sigue siendo elogiada por su belleza inherente y su significado histórico. El hecho de que sus elementos arquitectónicos distintivos sean utilizados como símbolo municipal demuestra que su impacto cultural y su poder simbólico perduran más allá de su estado físico. Esto sugiere que las ruinas no son meras estructuras en descomposición, sino que pueden permanecer como poderosos símbolos culturales, encarnando la memoria colectiva y la identidad local. Por lo tanto, los esfuerzos de preservación no solo deben centrarse en la integridad estructural, sino también en salvaguardar e interpretar el patrimonio inmaterial y las narrativas históricas que continúan dotando al sitio de su "alma" y trascendencia, incluso en su estado ruinoso.
Cronología
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Fecha/Periodo |
Evento/Hito |
Figuras/Entidades Clave |
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Siglo XIV |
Fundación de la villa |
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1369 |
Fundación de la villa de Talhara |
Alfonso Fernández de Fuentes |
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1371 |
Privilegio real (50 vasallos excusados) |
Enrique II el Franco, Alonso Fernández de Fuentes |
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Siglo XVII |
Despoblación de la villa |
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Felipe IV |
Creación del Condado de Talhara |
Felipe IV |
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1754 |
Disputa por jurisdicción y rentas |
Andrés de Madariaga Bucarelli, Conde de Torralba y de Talhara |
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1810 |
Anexión a Benacazón |
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2008 (14 feb) |
Inclusión en la Lista Roja de Hispania Nostra |
Hispania Nostra |
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2010 |
Intención de consolidar y ajardinar las ruinas |
Ayuntamiento de Benacazón |
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2020 (junio) |
Solicitud de inscripción en Catálogo del Patrimonio Histórico |
Ayuntamiento de Benacazón a Consejería de Cultura |
|
2021 (julio) |
Inscripción en el Catálogo del Patrimonio Histórico Andaluz |
Junta de Andalucía |
© Del texto: Andrés Nadal, 2025.
© De las fotografías: Andrés Nadal, 2025.
© De la publicación: La Casa del Recreador, 2025.
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