Ubicado en el término municipal de Montemayor (Córdoba), junto al arroyo Carchena y cerca de la carretera a Espejo, este castillo medieval en ruinas se alza sobre un cerro de la Sierra de los Judíos. Declarado Bien de Interés Cultural (BIC), constituye un valioso testimonio histórico que refleja tanto la convivencia como el conflicto entre las culturas musulmana y cristiana en Andalucía, y estuvo estrechamente ligado a la economía y a la estrategia militar de la Edad Media.
La fortaleza se alza en una loma de la Campiña de Córdoba, rodeada de tierras fértiles y suavemente onduladas. Su ubicación resulta peculiar, ya que apenas ofrece condiciones estratégicas evidentes: parece más orientada a controlar el arroyo Carchena que a dominar el territorio circundante. Se sitúa a medio camino entre Montemayor y Espejo, que se perfilan en los extremos del horizonte.
Está construida sobre una pequeña elevación de la Sierra de los Judíos, en la margen izquierda del río Guadajoz, una zona de relevancia estratégica desde época islámica y medieval. Su emplazamiento exacto corresponde a las coordenadas 37°39′30″N 4°37′26″O, a unos 7 kilómetros de Montemayor y próximo a la carretera que conduce a Espejo.
El castillo se levanta sobre un yacimiento arqueológico con vestigios que abarcan desde el Calcolítico hasta la época romana y medieval. Su análisis ha permitido reconstruir la evolución de la fortificación, desde su origen islámico —con estructuras de tapial sobre mampostería— hasta las ampliaciones cristianas que incorporan cantería. Representa un testimonio tangible de la historia fronteriza entre los reinos cristianos y musulmanes, especialmente durante el siglo XIV, cuando fue objeto de ataques por parte del Reino de Granada.
Hacia el 2500 a.C. existió allí un extenso poblado calcolítico de unos 45.000 m². Más tarde fue un asentamiento ibérico y romano, probablemente fortificado, que controlaría el paso de una vía importante, como el camino de Montilla a Ategua, en el vado del arroyo de la Carchena. Es posible que hubiera otras fortificaciones en vados cercanos.
Al este se encuentra el camino que conduce a las salinas de Duernas, y al norte discurre el arroyo del Saladillo. En esa zona hubo en el pasado un encinar. Cerca se halló una estela tartésica.
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Las excavaciones recientes bajo sus cimientos han revelado restos de un asentamientoromano anterior, incluyendo un depósito agrícola en la base del cerro, junto al arroyo de la Carchena, donde se conservan varios muros de opus caementicium pertenecientes a una construcción romana de carácter hidráulico. Cerca del cortijo se halló una necrópolis visigoda con unas cuarenta tumbas.
En las zonas bajas y en las esquinas se observan sillares de grandes dimensiones, posiblemente pertenecientes a un antiguo villar o a los restos de un castillo primitivo de época romana.
El origen del nombre “Dos Hermanas” ha sido objeto de diversas interpretaciones que oscilan entre la leyenda y la historia. Una tradición popular, aún viva en la memoria local, atribuye el topónimo a la existencia de dos cerros contiguos que, según se dice, pertenecieron a dos hermanas. Esta explicación, de raíz oral, encaja en un patrón frecuente en la toponimia popular, donde nombres similares se asocian a relatos de enfrentamientos, amores trágicos o vínculos familiares marcados por el destino.
Junto a esta versión legendaria, existe una teoría de carácter más erudito que vincula el nombre con dos antiguas villas o castillos mencionados en el De bello Hispaniensi: Soricaria y Soricia. Aunque su identificación con el emplazamiento actual es discutida, esta hipótesis sugiere una pervivencia nominal que habría sobrevivido al paso del tiempo bajo la forma simplificada de “Dos Hermanas”.
La persistencia de ambas explicaciones —la una mítica, la otra filológica— revela cómo el patrimonio inmaterial puede superar en resistencia a la piedra. Mientras el castillo se reduce a ruinas, el relato perdura, dotando de sentido al paisaje. En contextos donde la estructura física se ha perdido casi por completo, conservar y difundir estas narrativas se vuelve esencial. No sólo como vestigio de un pasado remoto, sino como vehículo de identidad que mantiene vivo el vínculo entre comunidad y territorio.
El castillo, con un origen probablemente islámico entre los siglos IX y X, pudo haber sido reformado tras la conquista cristiana en el siglo XIII, cuando Fernando III reorganizó la defensa de la zona. Se integraba en el sistema defensivo del río Guadajoz, una vía esencial para el control de la campiña cordobesa, conectando con fortificaciones como Espejo, Castro del Río y Baena.
Su posición elevada lo convertía en una torre de vigilancia o puesto avanzado clave para las rutas militares entre Córdoba y la frontera con el Reino de Granada, permitiendo un amplio control visual del territorio.
El castillo de Dos Hermanas, concebido inicialmente como bastión defensivo en un territorio en constante disputa, fue finalmente conquistado por Fernando III en el siglo XIII tras un largo asedio. Tras su integración en la Banda Morisca, una línea defensiva fronteriza contra el Reino Nazarí de Granada, el noble leonés Fernán Núñez de Témez, quien se distinguió en la conquista de Córdoba en 1236, recibió en concesión los castillos de Dos Hermanas y Abentojiel en la campiña cordobesa. Núñez de Témez enriqueció la fortaleza con la adición de elementos clave como un patio de armas, una albacara, talleres, almacenes, un aljibe, establos y una escalera que daba acceso al paseo de ronda.
Las primeras referencias documentales sobre el castillo y su territorio provienen de las adquisiciones realizadas por Alfonso Fernández de Córdoba, Adelantado Mayor de la Frontera, entre 1300 y 1325. Estas compras de tierras limítrofes con Dos Hermanas tenían como objetivo expandir el patrimonio familiar en la región.
El siglo XIV marcó un punto de inflexión decisivo para el Castillo de Dos Hermanas. A principios de esta centuria, la frontera con los dominios musulmanes se volvió peligrosamente inestable, lo que propició frecuentes ataques y saqueos por parte del Reino de Granada. Esta situación de inseguridad constante exigía una respuesta estratégica para proteger a la población y el territorio.
A la muerte de Alfonso Fernández en 1327, su sucesor, Martín Alonso Fernández de Córdoba, obtuvo la autorización real de Alfonso XI para una medida de gran calado: la repoblación y el traslado del asentamiento de Dos Hermanas a una ubicación con mejores condiciones defensivas. Así, a partir de 1340, se inició la construcción de una nueva fortaleza en un cerro más fácilmente defendible, que hoy alberga la población y el castillo de Montemayor, sobre la antigua ciudad romana de Ulia. Este acto de "traslación" no fue un mero cambio de lugar; fue una decisión geopolítica con profundas consecuencias. Al mover la población y la guarnición a un sitio más seguro, el castillo original de Dos Hermanas perdió su función estratégica y fue progresivamente abandonado. Este proceso ilustra cómo los cambios en el equilibrio de poder y las necesidades defensivas pueden conducir al declive de estructuras que antes eran vitales, iniciando su deterioro físico. Martín Alonso Fernández de Córdoba fue desde entonces conocido como el V Señor de Dos Hermanas y Montemayor, lo que reflejaba la nueva relevancia estratégica de la nueva ubicación. El castillo de Montemayor se construyó sin desmantelar ni aprovechar los materiales del castillo de Dos Hermanas, que continuó existiendo.
Con la caída de Granada en 1492, perdió su relevancia estratégica, y para 1515, su funcionalidad militar era mínima. Tras su abandono estratégico en el siglo XIV, el castillo inició un proceso de deterioro gradual.
Un documento del señorío de Montemayor de 1730 reveló que en su término no existían molinos de harina. Esta carencia obligaba a los habitantes a recorrer cuatro leguas para moler el grano, a pesar de la disponibilidad de espacio y agua aptos para la construcción de varios molinos. Esta situación motivó la propuesta de edificar molinos en el cortijo de Dos Hermanas, junto a las ruinas del castillo.
En el siglo XIX, el Conde de Cortina adquirió el castillo, lo reparó y lo utilizó como residencia. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, el deterioro de la propiedad continuó, lo que llevó a que finalmente se convirtiera en ruinas, y sus piedras quedaron a disposición de cualquiera. En 1931, el Conde dividió la propiedad entre sus cuatro hijos, quienes posteriormente la vendieron a particulares de Carcabuey.
Tras la conquista cristiana, todas las construcciones militares anteriores se integraron dentro de sus muros para hacer un recinto fortificado con tres líneas defensivas por
su vertiente Sur y Oeste y una torre albarrana que flanquea un posible acceso en recodo.
El castillo presenta una planta cuadrangular de aproximadamente 42×40 metros, adaptada a la topografía del terreno y flanqueada por torres en sus ángulos. Su construcción exhibe una combinación de técnicas arquitectónicas: tapial y mampostería de tradición musulmana, y sillería de origen cristiano.
Destaca la Torre del Homenaje, situada en la esquina este. Con 6 metros de lado y 14 metros de altura, esta torre, la mejor conservada del conjunto, fue originalmente maciza desde su base hasta el nivel del suelo, una característica distintiva de la arquitectura militar almorávide. En su parte superior, hoy desaparecida, albergaba una cámara y se especula que contenía escaleras que conducían a la parte más alta. La torre fue edificada con mampostería careada, y los ripios se rellenaron con tejetes de barro, utilizando lajas a tizón en los intersticios de los sillarejos. Su zócalo está compuesto por grandes sillares.
La fase constructiva más antigua del castillo se remonta a los siglos XI-XII. La parte islámica posterior, probablemente vinculada al intenso esfuerzo de los almohades por mejorar las fortificaciones de Al-Ándalus, data de los siglos XII-XIII. Quedan restos del perímetro amurallado y de otras torres, como la Torre Norte, actualmente casi destruida y construida con zócalos y sillarejo. Además, se han encontrado evidencias de poblamiento rural de época romana, y algunos estudios sugieren posibles orígenes romanos del emplazamiento.
La entrada al castillo se realiza a través de una puerta de arco apuntado que da acceso a una pequeña plaza de armas, protegida por una barrera o antemuro. Se mantienen en pie tres de sus cuatro fachadas originales, caracterizadas por esquinas redondeadas en su mitad superior y la ausencia de saledizos, con huecos que antaño sostenían el adarve interior.
Concebido como una fortaleza medieval de planta cuadrangular, el castillo abarca aproximadamente 42×40 metros. Su diseño original incluía tres grandes torreones y cuatro salientes en cada esquina, una disposición que podría asemejarse a la de las murallas cordobesas cercanas al Marrubial, evidenciando una estructura defensiva robusta.
Dentro de la fortificación, persisten restos de murallas y varias torres, incluyendo una torre cuadrada en el ángulo este que alcanza los 14 metros de altura, aunque actualmente está desmochada. En la muralla este, se observan vestigios de un arco rebajado. El conjunto también conserva un aljibe y un patio de armas.
En la zona sur del patio de armas se localizan dos estancias identificadas como las caballerizas originales del castillo, caracterizadas por doce pesebres adosados al muro oriental. El suelo de estas estancias estaba compuesto por grandes lajas de granito, con un sumidero central formado por tres placas de piedra para la evacuación de aguas residuales, filtradas a través de una base de arena.
En el estudio de los elementos arquitectónicos del castillo, la Torre del Homenaje sobresale como la estructura mejor conservada y más visible. Situada en el ángulo este, posee una planta cuadrada de seis metros de lado y alcanza los 14 metros de altura. Su construcción exhibe una calidad superior, empleando mampostería careada con rellenos de tejones de barro y lajas a tizón entre los sillarejos. La presencia de grandes sillares en la base y las esquinas ha sugerido la reutilización de materiales de un asentamiento romano preexistente o de un primitivo castillo de esa misma época.
En contraste, la Torre Norte se encuentra casi completamente destruida, aunque se sabe que fue edificada con sillares y sillarejo. En cuanto a la organización interna, una cimentación de muro que parte del muro este probablemente dividía el recinto del castillo en dos. En esta área, se conserva un arco de medio punto rebajado de dos metros de luz. Este arco, según algunas interpretaciones, pudo haber servido de acceso a dependencias de almacenamiento en la parte noroeste, mientras que otros cronistas lo consideran la puerta de entrada principal del castillo.
Un hallazgo importante es la evidencia de una cisterna y sus sistemas de drenaje. Los restos de dos muros en ángulo en la parte norte del patio indican la existencia de una cisterna. Las excavaciones de 1999 revelaron desagües, y la observación de ranas emergiendo de uno de los caños reforzó la hipótesis de una cisterna enterrada bajo los escombros.
La torre musulmana, de base maciza, presenta claras diferencias con las reformas cristianas, como el arco apuntado de la entrada y el antemuro que protegía la plaza de armas. Los materiales empleados, como la piedra caliza y la argamasa, son característicos de la arquitectura militar andalusí.
El Castillo de Dos Hermanas se encuentra en un avanzado estado de ruina. Sus restos visibles incluyen muros de mampostería, vestigios de una torre principal, partes del recinto amurallado y un aljibe. A pesar de su deterioro, ofrece vistas panorámicas y es accesible a pie, aunque no está acondicionado para visitas.
El deterioro de la fortaleza, que comenzó con su abandono estratégico en el siglo XIV, se ha intensificado por el expolio de sus materiales para otras construcciones y el paso del tiempo, que ha derribado gran parte de sus piedras. La agricultura intensiva en sus alrededores también ha contribuido al proceso de colmatación por tierras, cubriendo sus estructuras y transformándolo en un conjunto de restos cubiertos por vegetación.
A pesar de su precario estado, el Castillo de Dos Hermanas está declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en España desde el 5 de abril de 2013, bajo la categoría de Patrimonio Militar. Esta designación es un reconocimiento crucial de su valor histórico y cultural. Su inclusión en la Lista Roja del Patrimonio de Hispania Nostra subraya su riesgo de deterioro, pero también busca movilizar recursos y atención para su recuperación. Actualmente, es propiedad del Ayuntamiento de Montemayor y está protegido por el Decreto de 22 de abril de 1949 y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.
La fortaleza forma parte de rutas patrimoniales que conectan otros castillos relevantes como los de Almodóvar del Río y Espejo. Ha sido objeto de excavaciones arqueológicas que han sacado a la luz valiosos restos, y existen crecientes esfuerzos por parte de las autoridades locales para su recuperación.
La adquisición del castillo por parte del Ayuntamiento de Montemayor en 2014 por 77.000 euros marcó un punto de inflexión en su historia reciente. Desde entonces, el sitio ha sido objeto de diversas campañas de excavación y restauración.
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