Los gladiadores han fascinado – y fascinan – a generaciones de estudiosos y aficionados que han querido saber más sobre aquellos hombres que se jugaban la vida para diversión de un público sediento de sangre. Sin embargo, como suele ocurrir, la realidad es bastante menos romántica a lo creado por la imaginación popular. Ni las luchas en la arena eran, en general, a muerte ni el público asistía a esos enfrentamientos deseosos de ver la muerte de, al menos, uno de los combatientes. Sobre quiénes fueron estos hombres, cómo vivieron y su realidad vamos a tratar en el este artículo.

Y por empezar por el lugar más razonable lo haremos por el propio origen de los gladiadores. Comenzando por los más bajos, aunque en cierta forma no serían gladiadores, encontraríamos a los Noxii ad gladium y los Damnatio ad bestias; los primeros serían los condenados a luchar a muerte mientras que los segundos serían condenados a ser matados por los animales. En ambos casos, el destino final del condenado era morir ya que en ningún caso se les facilitaban armas para defenderse. Se ha barajado que la diferencia entre una pena y otra era el estatus del condenado; se consideraría que la muerte por las fieras sería mucho más cruel y se reservaría para los miembros más bajos de la sociedad, esto es, esclavos y libertos. Sin embargo, el testimonio de varias fuentes parece indicar que, al menos durante el Principado, importantes miembros de la sociedad fueron condenados a ser arrojados a las bestias.

En el segundo escalón de nuestra clasificación de gladiadores estarían los condenados a la gladiatura. A diferencia de los anteriores, a estos condenados se les ofrecía la oportunidad de entrenarse como gladiadores y combatir en la arena como uno más. Realmente nos encontraríamos ante una condena a la esclavitud en la que el destino, entre la multitud que existía, era ser propiedad de un lanista. De esta forma, pese a no haberlo elegido, al menos se tenía la posibilidad de sobrevivir y, con suerte, conseguir la libertad.

En tercer lugar colocamos a los gladiadores que, siendo esclavos, son comprados o alquilados por un lanista para combatir en la arena. Los diferenciamos de los anteriores porque primero fueron esclavos, y luego, gladiadores. Además, según nos cuenta la Historia Augusta, el emperador Adriano estableció que, cuando un amo quisiera vender o alquilar a su esclavo, éste debía dar primero su consentimiento. Por tanto, como decimos, a diferencia de los condenados a la gladiatura, los esclavos, desde ese momento, podían negarse a luchar en la arena.

gladiadores

Mosaico con gladiadores y árbitros (Museo Arqueológico Nacional de España)

Por último estarían los gladiadores que lo son por voluntad propia, los llamados auctorati. Eran personas libres que por decisión propia entraban dentro de un ludus, preparándose para convertirse en un gladiador. El estatus de estos gladiadores no queda del todo claro, pues aún tratándose de hombres libres, al ejercer una profesión que suponía la infamia, perdían parte de sus derechos civiles. Sin embargo, en muchos casos, se convertía en el único camino posible para huir de la pobreza; así muchos gladiadores escogieron este camino para huir de una vida de miseria. Entrarían en este grupo los llamados liberati, antiguos gladiadores que, una vez retirados, vuelven a la arena para un combate especial.

No obstante, y por mucha voluntad que tuviese un hombre – o, en el caso del esclavo, su amo – de entrar a formar parte del ludus, lo primero que debía pasar era el examen físico. Se le evaluaba su condición corporal y en su destreza con las armas; a raíz de los resultados, se le asignaba un tipo de gladiador que, salvo casos aislados, no abandonaría en toda su carrera. Sin embargo, si tras el examen se dictaminaba que el candidato no tenía ninguna condición especial, se le destinaba a los gregarii, gladiadores que luchaban en grupo, generalmente haciendo “recreaciones históricas” de batallas famosas. Una vez aceptado, el novato (tiro o novatus) iniciaba un plan de entrenamiento específico de mano del doctor, ayudado por el magister y, en ocasiones, por el rudiarii. El entrenamiento de los gladiadores, que debe mucho a los trabajos realizados con los atletas griegos de cuya filosofía se nutren los ludus romanos, incluía no sólo ejercicio físico y una buena preparación mental, también una dieta adecuada y cuidados de médicos. Estos dos últimos puntos no son baladies; una dieta equilibrada en la Antigüedad, donde la carestía era casi endémica, era un punto muy a tener en cuenta a la hora de escoger esta vida. Por otro lado, los cuidados médicos podían ser de primera. En los restos óseos de gladiadores recuperados en las excavaciones se puede observar cómo éstos habrían sufridos fracturas que fueron sanadas de forma eficiente, a diferencia de lo que vemos en el resto de la población, donde muchas fracturas no se curaron adecuadamente. No es para menos que uno de los médicos más famosos de la antigüedad, Galeno, trabajase para el ludus de Pérgamo.

La vida en el ludus podía ser, dentro de lo que cabe, bastante cómoda, según se puede concluir de las excavaciones realizadas en distintos puntos del Imperio. Claro está que eso dependería del origen del gladiador y de su comportamiento en los entrenamientos; en varias excavaciones de ludi por todo el Imperio han salido a la luz habitaciones espaciosas e incluso se sabe que muchos gladiadores vivían en el propio ludus con su familia, sin embargo también han aparecido salas de castigo o habitaciones en las que se hacinaban los gladiadores en sus descansos. Es por ello que parece probable que los auctorati gozarían de bastante libertad, incluso que viviesen fuera del ludus con su propia familia, mientras que los esclavos o los condenados – el tiempo que esperaban para su ejecución – no compartiesen esas comodidades.

Mosaico de Astianax y Calendio, MAN

Mosaico de Astianax y Calendio (MAN)

Sin embargo no debemos olvidar que todas estas ventajas encerraban una condición; el gladiador debía combatir bien en la arena. Y es aquí donde entramos en la parte más controvertida de los gladiadores: los combates. Se sabe que en los combates había – incluso se representa en los mosaicos – un árbitro (summa rudis) que, dotado de una larga vara, castigaba con un golpe al gladiador infractor. Este hecho debe hacernos pensar que existían unas normas claras, un código de conducta en el que, por ejemplo, no se permitían golpes en la cabeza. El objetivo del combate no era la muerte del rival, sino entretener al público. Los enfrentamientos debieron ser más tácticos, incluyendo establecer unas parejas estándar de combatientes que compaginasen los puntos fuertes y las desventajas de uno y otro. De este modo, por ejemplo, un gladiador del tipo mirmillo – un gladiador pesado – se enfrentaría contra un tipo tracio – un gladiador más ligero –.

En este punto es bueno recapitular un poco todo de lo que hemos hablado sobre los gladiadores. Entre el mantenimiento, la dieta equilibrada y los cuidados médicos, los gastos de un ludus eran sumamente elevados. Si mantenemos que un gladiador tenía como objetivo matar o morir en la arena, difícilmente no sólo un lanista se arriesgaría en el negocio de los gladiadores – demasiado costoso para el riesgo de perder al gladiador a las primeras de cambio – sino que raro sería aquél que se ofreciera voluntario para luchar en la arena. Claro que la muerte era algo muy presente, pero no era lo inevitable. Anecdóticamente podemos incluso mencionar que en las diferentes biografías de los autores antiguos, entre los tópicos con los que dibujan la imagen de los emperadores que no son de su gusto, se suele mencionar la afición que tenían a mostrarse crueles con los gladiadores que perdían sus combates.

Es el momento de hablar de los lanistas. Estos, como decimos, debían ser hombres con fortunas considerables, capaces de equipar y preparar correctamente a los gladiadores. Sin embargo, pese a su riqueza, ser lanista no estaba bien considerado por el resto de oligarcas en Roma. Al igual que otras actividades económicas, las élites romanas entendían que no toda fuente de riqueza eran honorables – sólo hay que observar las leyes que limitaban a los senadores romanos la posibilidad de dedicarse al comercio. Esto hacía que los principales ludi del Imperio estuvieran en manos públicas, destacando el ludus Iulianus – en Capua – y el ludus Neronensis – fundado por el emperador Nerón – o el más conocido ludus Magnus, junto al Coliseo. Los gladiadores procedentes de estas escuelas eran bastante cotizados en todo el Imperio. No obstante, existían otros ludi públicos por todo el Imperio según nos ha dejado demostrado la epigrafía. En Hispania conocemos uno llamado ludus Hispanianus, posiblemente radicado en Córdoba, pero también el ludus Gallicianus. Estos espacios dependerían de la administración provincial, posiblemente a través de una procuratela. Sin embargo, y esto es bueno remarcarlo, los ludi en manos de particulares eran abundantes, algunos incluso con prestigio.

Ludus de Carnuntum. Fuente Portal Clásico

Ludus de Carnuntum. Fuente Portal Clásico.

No en vano, eran los gladiadores un mundo que podía aportar muchos beneficios a aquellos valientes que, pese a la imagen nefasta que rodeaba al mundo del ludus, se atreviesen a invertir. Y es que, pese a que se ha calculado que la media de un gladiador sería luchar un par de veces al año, la celebración de juegos podría ser bastante más constante. Por un lado tenemos la evidencia, gracias a las leyes de Urso, de que los magistrados locales tenían la obligación de celebrar juegos durante su mandato lo cual garantizaba un mínimo de actividad. Pero también sabemos de particulares que, por su cuenta y riesgo, organizaban juegos en los que podía cobrar una entrada o no, dependiendo del interés particular que tuviese.

Por último, conviene tratar del destino del gladiador una vez abandonaba la arena. Lo cierto es que no tenían un destino establecido y dependía de la propia persona optar por un futuro u otro. Por ejemplo, aquel gladiador que hubiera conseguido renombre en la arena sería muy valorado dentro del ludus donde podría desempeñar funciones de entrenador a los nuevos gladiadores. Por otro lado, un auctoratus recobraría sus derechos como hombre libre y, probablemente, con una bolsa llena de monedas con la que establecerse por su cuenta. Aunque, como pasaba con los legionarios licenciados, en la mayoría de los casos, los lazos con sus antiguos compañeros y su oficio no se cortaban por completo y podrían mantenerse fuera del ludus pero vinculados de alguna forma a él.

Son los gladiadores una figura bastante llamativa, no sólo por su profesión, sino por su imagen en la sociedad. Pese a las múltiples críticas que desde las élites, muy presentes en las fuentes literarias, se hacen a este tipo de entretenimiento – acompañada por una legislación acorde – y la consideración del gladiador como una persona infame, las excavaciones y la epigrafía han demostrado que los gladiadores gozaban de cierta admiración entre las capas más populares de la sociedad, que animaban con vehemencia – o criticaban con fogosidad – a su gladiador favorito.

Imagen de cabecera, recreación de gladiadores por Ivgvla, Asociación Vlpia Aelia, fotografía de Javier Tamargo.

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