La afición por las carreras del circo se extendió por gran parte de las poblaciones urbanas del Imperio, donde se estructuró en torno al seguimiento de alguna de las facciones que en él competían. Estas facciones, presentes en todos los circos del territorio romano, se nombraban por el color que lucían siendo durante la mayor parte de la historia romana cuatro: los verdes (prasina), los azules (veneta), los rojos (rusata) y los blancos (albata).

Por los testimonios que nos han llegado queda claro que la azul y la verde fueron la más poderosas e influyentes, tanto en la arena del circo como en la sociedad que las seguía. Por desgracia no queda claro que era lo que las diferenciaba entre sí. ¿Por qué uno se hacía seguidor de una facción o de otra? Sabemos que, al igual que en nuestro presente, hubo casos de auténtico fanatismo como por ejemplo un aficionado de la facción rusata se arrojó al fuego de la pira funeraria de su auriga favorito, Félix, porque ya no podía soportar la vida sin su héroe (Plinio, NH7.186). Evidentemente éste sería un caso extremo y no la norma. Posiblemente tendríamos, por un lado, a una minoría de fanáticos y, por otro, a la mayoría de la gente que vivía las carreras de una manera mucho más natural.

 

ORGANIZACIÓN INTERNA DE LAS CARRERAS DEL CIRCO

 
Circo Máximo, de Jean-Leon Gerome. 1876

El espacio físico de las carreras

La única diferencia entre los circos romanos y los hipódromos griegos era que estos últimos carecían de la espina central. Desgraciadamente, pocos restos de hipódromos griegos nos han llegado en su estado original, ya que la mayoría fueron reacondicionados a la romana. Buenos ejemplos de ello lo tenemos en Antioquía, Alejandría o Siracusa.

Muchos eran los circos importantes dentro de Imperio romano: Cartago, Leptis Magna, Milán, Trier, Mérida, Nicea, Tiro, Cesarea, Nicomedia, Tesalónica, Sirmio o Tarraco son algunos ejemplos. Sin embargo, entre estos destacaría, como es normal, el Circo Máximo de Roma y, ya a partir del siglo IV, en el Hipódromo de Constantinopla. Allí era donde se encontraba la afición más importante y los mejores premios e influencias.

No hay acuerdo en el aforo que debió tener el Circo Máximo; algunos autores como Plinio el Viejo sitúan en torno a los 250.000 los aficionados que podían asistir a una carrera. Otros autores elevan esta cantidad hasta los 485.000 asistentes, una cantidad que no parece muy creíble. Se trata de un edificio situado en el valle de Murcia, entre el monte Aventino y Palatino, y consta de unas gradas laterales de 621 metros de longitud por 150 metros de ancho. Su estructura, imitada por la mayoría de los circos romanos, constaba de tres plantas; la inferior para senadores y caballeros y el resto para la plebe. Construido, según las fuentes, por el rey Tarquinio Prisco en el siglo VI a.C. sufrió diversas modificaciones y reformas. Hay que entender que era una estructura sometida a mucho uso y tensiones que debía ser continuamente atendida y restaurada. Y esas obras debían ser financiadas, como hizo Septimio Severo cuando dedicó los impuestos de la prostitución para la restauración y mantenimiento de los edificios de espectáculos. Unas obras de mantenimiento que, sin embargo, no evitaron al menos dos derrumbes según nos informan las fuentes, uno bajo el gobierno de Antonino – que costaría la vida a 1.112 personas – y otro bajo Diocleciano, que arrojaría unos 13.000 muertos. Pero no todas las obras, como se ha dicho, son de mantenimiento. Muchos gobernantes quisieron dejar su huella en el edificio, como el emperador Trajano que lo cubrió de mármol.

Los carros salían del carcer, unas puertas de salida, que fueron primero de madera o piedra y después, bajo el gobierno de Claudio, de mármol. Podían competir hasta doce carros a la vez. Con el tiempo se desarrolló un sistema de automatismos que permitían la apertura simultánea. La carrera se realizaba sobre una arena de alta calidad y buen drenaje. Tras las siete vueltas de rigor se determinaba quien era el vencedor de la carrera.

En el lado opuesto a la meta se hallaba el palco Imperial (Pulvinar) que obviamente era la mejor forma de todo el recinto. La espina dividía la arena y era donde se colocaba el marcador que indicaban las vueltas que se habían realizado. Para ello se usaban o bien unos huevos, en homenaje a Cástor y Polux, o unos delfines, que fueron introducidos por Agripa en el año 33 a.C. como símbolo de velocidad y por su relación con Neptuno. Delfines y huevos eran accionados manualmente según pasaban las vueltas. También había diversas estatuas de dioses romanos como Cibeles, Neptuno, etc.; obeliscos como el que Augusto trasladó desde Heliópolis, o el que mandó traer Constancio II tallado en la época de Tutmosis II y que hoy se encuentra frente a la Basílica de San Juan de Letrán. No fueron los únicos, Majencio, Heliogábalo y Calígula también trasladaron desde Egipto obeliscos para embellecer Roma. Por otro lado, en el circo, a diferencia del anfiteatro, no había velarium para resguardarse del sol o de la lluvia por lo que la gente usaba sombreros, mantas, etc para protegerse.

El hipódromo de Constantinopla construido por Constantino, sobre uno primigenio iniciado por Septimio Severo, se realizó imitando al Circo Máximo de Roma, aunque sus proporciones son más pequeñas. Su Kathisma o palco imperial conectaba directamente con el palacio del emperador y estaba justo en medio del espacio reservado a los azules y a los verdes. Desgraciadamente, muy poco nos queda de él, varias de las estatuas que decoraban el edificio fueron fundidas por el ejército cruzado hacia el año 1204, durante la IV Cruzada, para acuñar monedas con las que pagar a los soldados. Sin embargo, una de estas estatuas sobrevivió al ser expoliada por los propios cruzados; la gran cuadriga que se encuentra en la plaza de San Marcos de Venecia y que, originalmente, decoraba el carcer.

El Circo, al igual que el anfiteatro, era considerado por los más moralistas como un sitio infame. Los soldados en tiempos de Nerón tenían prohibida su asistencia a las carreras y después los clérigos cristianos también, ya que oficialmente la Iglesia siempre criticó la celebración de este espectáculo. Curiosamente las mujeres, que en el anfiteatro tenían prohibido mezclarse con los hombres podían sentarse libremente entre ellos en el Circo.

Se sabe que Roma disfrutaba de 63 días al año de carreras organizadas por los magistrados públicos. Si añadimos las patrocinadas por particulares llegamos a los 75 días al año, uno de cada cinco días aproximadamente. De cada día de carrera se elaboraba un programa que era ampliamente difundido para lograr buenas asistencias. Estos programas empezaban por una advocación a Fortuna o Victoria, los analfabetos eran informados por los pracones, una especie de pregoneros que leían estos documentos en los puntos más señalados de la vía pública.




Detalle de un auriga victorioso en un mosaico. Museo Arqueológico Nacional. Madrid.

 

Una jornada en las carreras

El día de las carreras empezaba con la llamada Pompa circense que fue la misma desde la República hasta que el cristianismo acabó con ella, por ser un símbolo de paganismo. La procesión era encabezada por el editor al que seguían los carros y los aurigas, los danzantes y pantomimos y las imágenes de los dioses. La pompa marchaba a la arena del circo donde se daba una vuelta completa a la pista, colocando las imágenes de la divinidad en el palco imperial.

Los sitios en la grada estaban repartidos estrictamente de acuerdo con la pertenencia a una clase social o a otra. Se alternaban días de pago con otros gratuitos o de entradas muy baratas y se gastaban en apuestas grandes cantidades de dinero. En los arcos que daban a la calle había muchas tabernas, negocios de adivinación, tiendas de todo como de recuerdos, etc.

Los praecones imponían el silencio en las gradas para que el editor pudiera recibir su ovación. Era su momento de gloria y compensación por el gasto y el esfuerzo dedicado a la organización de las carreras. Tras el discurso del editor podían comenzar el espectáculo. Podían celebrarse hasta 24 en una sola jornada en las grandes ciudades, 6 en las más humildes. A veces duraban todo el día y era común el uso de cojines para soportar la dureza de la grada. Se vendían túnicas y prendas con los colores de cada equipo.

La primera carrera era la más importante del día. Se sorteaban los puestos para la carrera y tras la salida, marcada por el gesto del editor o del emperador de soltar el pañuelo o mapa, comenzaba la carrera propiamente dicha. Tras el final, el ganador subía al palco y recibía del emperador o del editor su trofeo, generalmente una corona de olivo y la palma (una rama de ese árbol). Era usual dar al ganador una considerable cantidad de dinero. Tras esto el auriga volvía a la arena y junto al hortator de su equipo daba una vuelta de honor.

Sabemos también que había una pausa para la siesta. La gente más humilde se llevaba la comida a la grada, aunque también podían acudir a las numerosas fondas que había en torno al Circo, como hacían los más pudientes. Durante este momento en la arena se entretenía al público ejecuciones públicas, equilibristas, venationes, etc.

LOS PROFESIONALES DEL CIRCO

Los jefes de las facciones.

Se sabe de la existencia de “familias” que tenían carácter nómada y que vivían de competir en los circos más humildes de las provincias.

El responsable de la organización y contratación para los juegos era el dominus factionum de rango ecuestre que negociaba los términos y las condiciones con el editor ludorum o agonotheteque era el patrocinador de los espectáculos. Los aurigas más importantes de cada facción podían acabar convirtiéndose en domini factiones. También se sabe que las facciones tenían patronosque eran personas de alto nivel social que actuaban como fuente de prestigio, interlocución con el poder y fuente de donaciones para sus representados. Por ejemplo, sabemos que Agripa fue patrono de los rusata, que el poderoso eunuco Crisafio, en tiempos de Teodosio, fue patrono de la prasina como la familia de los Decio en la Roma del siglo V. El patrocinio de una facción podía proporcionar mucho poder y prestigio social.

Operarios subalternos

El sparsior estaba encargado de arrojar agua sobre las cabezas de los caballos para refrescarlos. Era un oficio peligroso y era frecuente que acabaran aplastados por las cuadrigas.

El hortatorera parte del equipo técnico del auriga, le aportaba las claves técnicas durante la carrera y le aconsejaba. Era un oficio en el que la experiencia de los veteranos era muy preciada.

El viatorera el enlace de la factio con las autoridades locales, con el editor y sus delegados.

El médico junto a los masajistas se ocupaba de la salud y de la alimentación de los aurigas y del personal subalterno.

Los tentoreseran los encargados de la apertura de las cárceres donde no había un sistema de apertura automática.

Los aurigas entrenaban en el Trigarium, mandado construir por Calígula a sus soldados siguiendo las indicaciones del auriga favorito de los verdes, Eutica.

Los magistri o doctoreseran los entrenadores de los aurigas y planteaban las estrategias a seguir en la carrera por lo que estaban en contacto con los hortatori.

Importante eran los veterinarii, los veterinarios, encargados de la salud y plena condición física de los caballos. Su trabajo era tan importante que su sueldo era de los más altos del equipo.

El sarcinatorse encargaba de los trajes de los aurigas y del atuendo y adornos del carro y caballos junto al margaritarius que los engalanaba con perlas, joyas y metal para la pompa circensis.

Había otras personas que trabajaban en las carreras, como los encargados de comunicar quién marchaba adelante en cada vuelta y la meta usando banderas; el juez o arbitro que velaba por el cumplimiento de las normas de la competición; los ostiarii o porteros que velaban por la correcta distribución de la gente en los palcos. Los arenarimantenían en perfecto estado la arena del circo, los notarilevantaban acta de lo sucedido en las carreras para poder así elaborar estadísticas y, por último, los guardas armados mantenían el orden en el recinto del circo.

EL AURIGA O AGITATOR

Era la figura indispensable en el circo. Aún en época imperial quedaban aurigas que corrían solo por el honor de la victoria, aunque lo normal es que fueran profesionales. Entre los que practicaban como aurigas en privado destacaron los emperadores Heliogábalo, Caracalla, Cómodo o Vitelio.

El auriga tenía una preparación muy exigente y se le formaba durante años. En su mayoría eran esclavos a los que se formaba casi desde la cuna. Siempre estaban asistidos por un numeroso grupo de técnicos como sus entrenadores, médicos, masajistas, etc. El nombre por el que se les conocía era el de agitator. Su vestimenta de competición estaba estandarizada y sus uniformes tenían origen etrusco rematados con un casco de cuero acolchado. Sujetaban con una mano las riendas y con la otra el látigo. Estaban unidos al carro por unas tiras de cuero que podían cortar con un cuchillo que portaban, en caso de verse arrastrados por la arena en una caída.

A pesar de ser la mayoría manumitidos o esclavos se comportaban como auténticas estrellas. Hay muchos testimonios que retratan a esos aurigas como excéntricos y pendencieros pero también muchas veces como personas muy próximas al poder. Usaban apodos curiosos para engrandecerse, por ejemplo, el auriga africano Vitorico que llegó a proclamarse hijo de la diosa Gea (diosa madre tierra).

El comportamiento social hacia ellos era contradictorio, como ya hemos mencionado. Se les adoraba y depreciaba a la vez. Eran considerados como personas de mala fama, aunque menos que a los actores o gladiadores, considerados legalmente como infames. Por otro lado, los amatoreso aficionados a las carreras los idolatraban y los que podían les dedicaban mosaicos, retratos e incluso estatuas. Adoptaron papeles de liderazgo en enfrentamientos civiles y en revueltas urbanas, en especial en Oriente, llegando a extender el término de agitatores a los que participaban en esas revueltas. Gracias a esta preeminencia social, a veces amasaban grandes fortunas. Juvenal en sus sátiras critica que un auriga gane en una sola carrera lo mismo que un profesor en un año. Sin embargo, toda esta riqueza y poder pendían de un hilo ya que eran frecuentes la muerte de los aurigas durante las carreras.

El mayor y más exitoso auriga de la historia fue Cayo Apuleyo Diocles que se retiró inmensamente rico a los 42 años tras correr 24 años (desde el 122 al 146), tras haber vencido en 1462 carreras de las 4257 que disputó. Otros grandes aurigas recordados por sus éxitos fueron Comunis, Venusto y Epafrodito de los venetae o Fortunato de los prasinae o Thalo de los russatae.

Por último, citaremos a lospantomimoso histrioneseranmaestros de la danza dramática y su misión era animar a su facción durante la carrera y entretener al público entre una y otra. Curiosamente disfrutaban casi del mismo predicamento que los aurigas, con los que compartían liderazgo en sus equipos y junto a ellos organizaban numerosos altercados y violencias.

Su papel fue introducido por Augusto con Pílades y Batilio, considerados como los fundadores de ese espectáculo de pantomimo. Al igual que los aurigas, socialmente eran admirados y muy criticados a la vez por frívolos, vulgares, lascivos, etc. San Agustín los definió como “hombres inocuos y corrompidos” y Tertuliano los condenó “al infierno tras su muerte”.


Representación de una pantomima.

Bibliografía:

  • Alvarez Jimenez, David. Panem et circenses. Una historia de Roma a través del circo. Madrid. 2018.
  • Jinkings, Ian. La vida cotidiana en Grecia y Roma. Akal ediciones. Madrid. 1997.
  • Nogales Basarrate, Trinidad, y Sanchez-Palencia, F.J. El circo en Hispania Romana. Madrid. 2001.
  • Friedlaender, Ludwig. El circo romano. Mexico. 1999.

Dejar un comentario

Iniciar sesión


Categorías

arrow_upward