Quizás sea una de las unidades militares más famosa de la historia. Y quizás esa fama no se deba a su condición de unidad de élite, sino por su triste papel en la estabilidad política en el imperio romano. Sin duda, sea por lo que fuera, la Guardia Pretoriana siempre merece un espacio en cualquier obra sobre grandes unidades militares que se precie. Instituidos formalmente por un recién vencedor César Octaviano, desde el primer momento se erigieron como los protegidos del emperador, una relación reciproca en la que se enzarzaron ambos por necesidades mutuas; uno quería ser protegido y otros seguir disfrutando de esa serie de privilegios. Pero hoy vamos a intentar responder a la pregunta de ¿Quiénes fueron realmente los pretorianos?
Como historiadores, siempre que nos hacemos esa pregunta nos gusta ir a lo inmediatamente anterior, a los orígenes reales de las cosas. En el caso de los pretorianos debemos mirar a esas unidades destacadas para la protección personal del comandante del ejército. Generalmente elegidos entre la propia tropa por sus destrezas, el magistrado revestido con imperium los escogía para que velasen por su protección, tanto en el propio campamento como en el campo de batalla. No es difícil relacionar el propio nombre de esta guardia con el nombre de la tienda del comandante en un campamento militar, el Praetorium. Pero no será hasta el siglo I a.C. cuando las referencias a las cohortes preatoriae se hagan más comunes y no es de extrañar que a partir del asesinato de Julio César se multipliquen las menciones a este tipo de unidades en las fuentes, siendo utilizadas por todos los contendientes en los posteriores enfrentamientos. Es natural que tras la victoria en Accio, dada su excepcional situación, César Octaviano entendiera la necesidad de hacerse valer de esta unidad permanente en la propia Roma instituyendo oficialmente la Guardia Pretoriana. Sin duda esta decisión, lógica a la vista de lo ocurrido con su padre adoptivo, suponía una dura transgresión de la norma que prohibía acuartelar tropas armadas en Roma, salvo para aquellos ejércitos que esperaban para celebrar el desfile triunfal. Tampoco sería justo entender esta medida como una medida enteramente revolucionaria; desde principios de siglo I a.C. las fuentes están llenas de alusiones a magistrados que se hacen acompañar de bandas armadas (en ocasiones compuestas por gladiadores y veteranos del ejército) para su protección. Sin embargo, Octaviano quiso cuidar las formas por lo que se cuidó mucho de hacer pasar a la Guardia Pretoriana por una legión limitando el número de cohortes a nueve (la legio romana contaba con diez) que además no estarían al mismo tiempo acantonadas en la propia Roma. Sin embargo los miramientos demostrados por el propio Augusto a la hora de su recién instituido cuerpo de seguridad no tardaron mucho en ser desechados.
Por un lado será Tiberio, el sucesor de Augusto, quien inaugure el Castra Praetoria, el campamento permanentes de los pretorianos en Roma. De esta forma las unidades pretorianas tuvieron un asentamiento permanente en Roma y se mantendrían en la capital salvo que el emperador saliese de viaje o de campaña. Poco después, posiblemente bajo Claudio, el número de cohortes se incrementó hasta doce. Sobre las motivaciones de Claudio para este incremento se baraja principalmente la deuda que este emperador tendría con la guardia quien fue su garante en su ascensión al trono. No será la última vez que se altere el número de cohortes; en el convulso año 69 la guardia llegó a 16 cohortes como muestra de la inseguridad de los diferentes emperadores y será Vespasiano quien devuelva a nueve las cohortes praetoriae. Sin embargo sabemos que a principios del siglo II el número de cohortes volvió a ser diez, posiblemente por una reforma de época de Domiciano. Este número se mantendrá hasta el final de la Guardia ya en el siglo IV.
Busto de Tiberio, un emperador muy respetado por sus pretorianos
Las condiciones del servicio en la Guardia Pretoriana eran mucho más livianas que la del servicio legionario. Aparte de estar eximidos de la mayoría de las tareas domésticas, cobraban bastante más que sus compañeros de las legiones, vivían en Roma – que era mucho más agradable que un campamento en el limes –, recibían mejor trato por parte del emperador y solo debían cumplir 16 años frente a los 25 de los legionarios. Sin embargo, no debe confundirse este buen trato y esta condición de privilegio con un cuerpo poco preparado para el combate; el pretoriano entrenaba con bastante asiduidad y su condición física era extraordinaria. De hecho a muchos emperadores les gustaba mostrar las dotes de sus pretorianos haciéndoles participar en espectáculos de cacerías o en demostraciones públicas. Este buen entrenamiento viene corroborado en los testimonios que de su papel en batalla nos han llegado, donde se observa una unidad preparada que mostraba un muy alto nivel de combate. Esta preparación les permitirá a muchos de ellos, una vez licenciados, ser reenganchados en las legiones como maestros de esgrima para los legionarios o, en otras ocasiones, ocupar puestos en la administración del Imperio.
El reclutamiento de nuevos pretorianos estaba en manos del Prefecto del Pretorio, en funciones delegadas del propio emperador, que rara vez se preocupaba de esta tarea. Como requisitos se impusieron, aparte de los mismos que existían para ser legionario, una altura mínima (1,75 metros), estar en una buena forma física y solía ir acompañado de una carta de recomendación que ayudase a la entrada del recluta en la unidad. Sin embargo, gracias a una anécdota sabemos que Adriano abrió los pretorianos a los que hubiesen servido en la Guardia Urbana. Ambas unidades, la Guardia Pretoriana y la Guardia Urbana, se convertirán en el núcleo de las aportaciones de itálicos al esfuerzo militar del Imperio que llevará aparejada una un rápida “provincialización” de las legiones. De hecho, en un origen, según nos dice Tácito (Ann.4.5) los reclutas pretorianos eran de la propia península itálica, aunque pronto se abrió a otras partes como Hispania, Macedonia y Nórico (Casio Dión, 74.2.4) y a partir de las evidencias epigráficas podemos completar la lista con Narbonense, Panonia y Dalmacia. Sin embargo, como decimos, el grueso de los componentes de la guardia pretoriana será de origen itálico, manteniendo el porcentaje de provinciales en el cuerpo muy bajo, al menos hasta la reforma de Septimio Severo. Y es que éste emperador reformó la Guardia Pretoriana a la luz de los escandalosos episodios que protagonizaron tras la muerte de Cómodo. Entre las modificaciones, se acababa con la selección de nuevos reclutas directamente desde la vida civil, que había impuesto Augusto, para convertir el servicio en las cohortes pretorianas en un incentivo para los legionarios que destacasen en sus destinos. De esta forma se premiaba a los legionarios en una época en la que las dona militaris (las condecoraciones que recibían los legionarios) empezaban a estar en desuso, a la vez que se convertía a la unidad en un cuerpo de mayor lealtad (todos los nuevos pretorianos debían su posición al emperador que los había premiado) y convertía al pretoriano en un vínculo entre su lugar de origen y el emperador, pues era un individuo vinculado a su unidad en el limes. Este sistema de reclutamiento había demostrado su utilidad en el cuerpo de Equites Singulares Augusti que más adelante comentaremos.
Estela funeraria del pretoriano Quintus Pomponius Poeninus, de la IV Cohorte
Si atendemos a la estructura interna nos encontramos con una réplica de la legionaria; una cohorte se divide en tres manipuli de dos centuriae cada una. Las centurias, a su vez, se dividen en diez contubernii de ocho personas cada uno. Paralelamente, cada cohorte disponía de una fuerza de caballería, equites praetoriani, de cien miembros, turma, y dependientes directamente del tribuno de cada cohorte. Según sabemos por Tácito (Anales, 1,24) las distintas turmae de las distintas cohortes se agrupaban en una sola fuerza en caso de batalla. Cada cohorte estaba bajo el mando de un tribuno pretoriano, de rango ecuestre, generalmente primipilar, es decir, que había pasado por el rango de primus pilus de una legión. Este cargo de tribuno pretoriano solo podía ser ejercido durante un año por lo que al finalizar dicho periodo debía continuar su carrera en otra unidad. Fue Claudio quien configuró la carrera ecuestre de forma que el primus pilus tras cesar en su unidad legionaria, era llevado a las unidades militares de la capital del Imperio, empezando como tribuno de una cohorte de vigiles, tras la cual pasaría a una cohorte urbana y, finalmente, al tribunado de una unidad pretoriana. Tras esto podría ser enviado como primus pilus bis a una unidad legionaria fronteriza y desde la cual empezar una carrera en puestos de la administración imperial. Este ascenso se veía favorecido por la larga preparación que suponía la carrera previa del tribuno pretoriano; a lo largo de los distintos puestos adquiría una competencia que hacían de él un valor seguro en la creciente burocracia imperial. Sin embargo, lo normal era cumplir como pretoriano sin ningún tipo de ascenso de importancia y ser recompensado con una serie de privilegios que se acreditarían gracias al diploma militar.
Por debajo de los tribunos pretorianos estarían por un lado los centuriones de cada una de las centuriae de la cohorte y, un poco por encima de estos, el trecenarius, el oficial encargado de los speculatores, la guardia a caballo personal del emperador. Los speculatores, que no deben confundirse con los equites praetoriani, cumplían sus funciones junto a los Germani Corporis Custodes, unidad creada por Julio César para su protección y que, tras el 44 a.C. apoyaron a Octaviano. Ambas unidades fueron muy mimadas por los distintos emperadores de la dinastía Julioclaudia, pero los Germani acabaron disueltos por Galba en el 69, mientras los speculatores desaparecieron en el cambio de siglo y sus funciones fueron absorbidas por los Equites Singulares Augusti, unidad considerada un numerus, es decir, unidad estable formada por no ciudadanos que se generalizaron en el siglo II. De hecho se nutría de las unidades auxiliares que cumplían con las legiones y, como parte de su recompensa por el servicio, recibían la ciudadanía y otros premios que mejoraban su posición sobre los que se mantenían como auxiliares de las legión
Ubicación de los castra praetoria en la antigua Roma
A la cabeza de toda la organización estaba el propio emperador, comandante en jefe de todos los ejércitos y que delegaba la vigilancia continua de las unidades pretorianos al Prefecto del Pretorio. Éste, que bajo Augusto solo tenía atribuciones de índole militar (y administrativas relacionadas con la gestión del Cuartel General Imperial o Praetorium) sufrirá a lo largo de los dos primeros siglos una evolución que dará como resultado su conversión en la segunda persona más poderosa del Imperio, solo por detrás del propio emperador. Una buena parte de esta evolución del prefecto parece venir de época flavia cuando Vespasiano nombró a su hijo y sucesor, Tito, prefecto del pretorio. No obstante, el poder de los prefectos del pretorio ya se hizo notar en fecha temprana, solo habremos de recordar el papel jugado por el prefecto Sejano durante el reinado de Tiberio o el papel de la guardia, generalmente movilizada por el propio prefecto al cargo, en la elección (o remoción) de nuevos emperadores.
Sin duda, el Prefecto del Pretorio estaba fuertemente armado para la arena política. Por una parte, sus atribuciones judiciales le facultaban para instruir y juzgar casos de traición contra el emperador, lo cual se convertía en un arma poderosísima que muchos prefectos no dudaron en utilizar en sus intrigas. Una competencia que se deriva, en última instancia, de su papel como protector en todos los aspectos, no solo física, del propio emperador. Del mismo modo, su puesto en el propio consilium principis suponía que sus opiniones eran escuchadas directamente por el emperador. Además, gracias a Tiberio, la instalación de la fuerza de forma permanente en la propia Roma suponía una medida coercitiva para muchos de los senadores o caballeros que se aventuraran a oponerse al prefecto. La cada vez mayor preeminencia del prefecto sobre el resto de la sociedad terminó reflejándose en el recibimiento del título de vir eminentissimus, título reservado a la clase senatorial, pese a permanecer al orden ecuestre. Incluso sus competencias militares fueron, con el tiempo, superando las iniciales. Durante el siglo II principalmente veremos a varios prefectos a la cabeza de legiones en combate, realizando campañas en nombre del emperador. El caso más paradigmático será el de Perennis, prefecto del pretorio bajo Cómmodo, quien bajo el papel de representante del emperador dispondrá a su antojo del nombramiento de mandos legionarios lo que lo convertía ya no en el comandante en jefe de facto de las unidades pretorianas, sino que se elevaba a comandante de todas los cuerpos militares del Imperio en suplantación del propio emperador.
La Guardia Pretoriana es famosa por su implicación en numerosas conspiraciones que empezaron desde fecha temprana. Durante la dinastía Julio-Claudia se hicieron conscientes de su capacidad de influir en la política romana e incluso emperadores como Claudio no dejaron de tener deferencias hacia ella por el hecho de ser quienes le proporcionaron el trono. Es cierto que, frente a un siglo I donde los pretorianos son protagonistas de numerosos episodios, durante el siglo II las referencias son mínimas, limitándose a cumplir con sus funciones de protección del emperador. En cambio su comportamiento tras el asesinato de Cómmodo, ya a finales del siglo II, supone uno de los episodios más controvertidos de la historia pretoriana, llegando a provocar la reforma severiana mencionada más arriba. Una reforma que no supondrá el fin de las intervenciones de los pretorianos en la política.
Y será en esas intervenciones en el plano político donde nacerá el fruto de su disolución. En los complicados primeros años del siglo IV, con el sistema tetrárquico ideado por Diocleciano poco antes dando sus últimas bocanadas, los pretorianos – o al menos un grupo de ellos – proclamó en Roma a Majencio emperador. Las fuentes nos hablan de una guardia corrupta que muestra un comportamiento vejatorio contra la propia población civil de la capital espiritual del Imperio. Sin embargo, esto no concuerda con su comportamiento en el campo de batalla donde sigue demostrando una gran capacidad militar en las batallas que realiza en favor de Majencio. Sin embargo la llegada de Constantino supondrá el fin de Majencio que caerá derrotado en la batalla del puente Milvio. La Guardia Pretoriana combatirá por última vez aquí donde demostrará una capacidad visiblemente superior a la de una unidad legionaria normal. Poco después de hacerse con el poder, Constantino decretó la disolución de los pretorianos. Sobre los motivos que llevaron a Constantino a la disolución definitiva de este cuerpo con algo más de tres siglos de historia poco sabemos. Por las fuentes sigue quedando claro que era una unidad valiosa en el campo de batalla y que podía ser útil en las distintas campañas. Es posible que el intento de los pretorianos de devolver la capitalidad del Imperio a Roma, o su apoyo al férreo pagano Majencio frente a las ideas cristianas de Constantino supusieran una de las causas. En definitiva, Constantino terminó con una de las unidades más famosas de la historia militar romana. Una unidad que prestó un magnífico servicio tanto en el campo de batalla donde las fuentes son claras a la hora de alabar lo bien entrenada que estaba como a la hora de proteger al emperador reinante en épocas de crisis o ante el surgimiento de usurpadores. Una unidad con sus sombras, pero que fue pieza fundamental en la defensa del Imperio y ejemplo de cuerpo de élite.
Imagen de cabecera: relieve de los pretorianos del Museo del Louvre, donde aparece una enseña de águila
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