Otro tipo de yelmo usado por la caballería pesada de ese momento fue el llamado gran yelmo, llamado también yelmo olla, cubo o barril. Este casco se comenzó a usar ya a finales del siglo XII, por lo que a principios del siglo XIII era muy habitual que lo portasen los caballeros. Sabemos que llegó a coexistir con el tipo encerrado, aunque con el devenir de los años acabaría relegándose su uso a las justas, ya que su morfología lo hacía más incómodo de portar que el encerrado, sobre todo porque era más difícil respirar a través de él por los pocos agujeros de los que disponía. Los yelmos se sujetaban al mentón o al almófar mediante correajes, que recibían el nombre de moncluras, siendo estas en ocasiones dobles para afianzar mejor el elemento de protección.
En cualquier caso, tenemos constancia de que cuando el caballero combatía a pie o simplemente necesitaba tener un ángulo de visión más amplio podía prescindir del casco dejando parcialmente cubierta su cabeza con la capucha de malla y la parte de algodón que iba por debajo de esta. Claro que obviamente su rostro quedaba más expuesto a un ataque.
En cuanto a los infantes, sabemos que pocos por no decir ninguno combatía con ese yelmo encerrado, sino que los más afortunados, los que formaban parte de la comitiva de los nobles, dícese de los hombres de armas o de las guardias reales que iban con los monarcas y que combatían a pie, podrían usar el de tipo nasal. A medida que las tropas bajaban de nivel, es decir, de nivel económico, la protección de la cabeza también lo hacía. Llegando incluso a ser simplemente capuchas de cuero o simples sombreros de tela que no servían de mucho.
Además, para los caballeros era importante ir blindados y proteger también sus piernas, ya que eran las zonas que más a mano quedaban a los infantes cuando cargaban contra ellos. Es por ello que se seguían usando las grebas metálicas que cubrían sus espinillas, llegando hasta la base de las rodillas. Aparecieron otro tipo de protecciones llamadas brafoneras que llegaban hasta media pierna, colgando de la misma armadura. Esta protección era más típica en los caballeros y no en la infantería, ya que su función era proteger esa parte del cuerpo que como ya he dicho antes quedaba más expuesta a los tajos dela infantería.
Las monturas también se debían proteger, ya que eran un elemento básico para el jinete. Fue por eso que se extendió el uso de las bardas, es decir las armaduras típicas que cubrían el cuerpo y la cabeza de los caballos. Para que os hagáis una idea, podría ser algo derivado de aquellos catafractos de la antigüedad tardía. Estas bardas podían ser de varios tipos, desde metálicas, usando la misma malla que portaban los jinetes, hasta acolchadas como los gambesones que llevaban los jinetes debajo de sus armaduras. Otro tipo más sencillo sería el de ropa simple, que servía únicamente como adorno para que se viera el escudo de armas y los colores de los caballeros.
En cuanto a los escudos, debo decir que estaban hechos básicamente en madera ligera, entelados y con un encolado de engrudo de yeso. Estos podían forrarse o simplemente recubrirse con cuero de caballo. Todos llevaban abrazaderas interiores para mejor sujeción por el portador. El tamaño de ellos era bastante grande, más para la infantería, aunque a partir de la segunda mitad del siglo XIII, es decir después de la época que se trata en el artículo comienzan a hacerse más pequeños. Esa reducción se produce porqué la panoplia defensiva de los soldados comienza a ser cada vez mejor, por lo que no se requerirá el peso de portar otro elemento defensivo extra.
Pero no sólo combatieron caballeros con armadura pesada y caballos con bardas, sino que los cristianos también tenían entre sus tropas montadas a jinetes ligeros. Estos iban menos protegidos, seguro que con yelmos que cubrían menos de tipo nasal cuyas monturas tampoco disponían de protección. Este tipo de caballería formaba justo detrás de la más potente y podía servir para flanquear o para hostigar a los que huían del combate.
Otro tipo de tropas bien pertrechadas, eran las que pertenecían a las guardias reales. En el caso de la batalla de las Navas de Tolosa, sabemos que cada uno de los tres reyes llevaba su contingente privado de guardias, que obviamente iban con la panoplia completa tal y como he descrito anteriormente. Estos guardias servían como caballeros, es decir como tropas montadas y también como infantería. Después de estos estaban los nobles, como por ejemplo Diego López de Haro, uno de los grandes capitanes pertenecientes a la corona de Castilla o García Romeu, noble aragonés. Estos tenían su propio séquito formado por caballeros y por hombres de armas que combatían a pie pero muy bien pertrechados.
Por debajo de este tipo de tropas de calidad más bien alta, estaban los villanos (y con este nombre no refiero a los malos de las películas de superhéroes, sino a los habitantes de las villas), gente corriente que tenía sus ocupaciones cómo podían ser la agricultura, la ganadería, la artesanía,… y que en momentos de crisis, como el que se estaba viviendo en aquel momento, eran convocados para servir en las huestes de sus señores que a la vez aportaban tropas a los ejércitos de los reyes a los que habían prestado juramento.
Estas levas de villanos no tenían el poder adquisitivo suficiente como para permitirse un equipo de combate de calidad, así que acudían a la guerra con lo que buenamente podían reunir. Los más afortunados de ellos podían llegar a protegerse con un gambesón de lana o algodón, aunque la mayoría iban a pecho descubierto, es decir con ropa común y sin ningún tipo de armadura pectoral. Los que trabajaban la piel y el cuero quizás pudieran permitirse una armadura de esos materiales, aunque a la hora de la verdad de poco les iba a servir. En cuanto a los escudos pues sucedía algo similar, pocos y de escasa calidad.
Las armas ofensivas son un tema aparte que merece que le dedique un tiempo. Así que os lo voy a explicar en las siguientes líneas, desmontando quizás algún que otro mito. Y es que a diferencia de lo que podáis pensar, la espada no era un arma que la gente de baja o humilde condición acostumbrase a llevar. ¿Y por qué os estaréis preguntando? La respuesta es sencilla. Primero porqué esta arma exigía dominio y maestría en su uso, además de conocimiento y control de la misma. Y esas habilidades no estaban al alcance de gente que no podía permitirse una instrucción en su uso. Así, las levas de campesinos no solían llevar espadas, aunque era probable que existiera alguna excepción a esta norma.
La siguiente pregunta imagino que será: ¿Qué armas llevaban entonces? Pues ahí va la respuesta. Desde lanzas de madera con punta metálica, fáciles de fabricar y que no requerían de un entrenamiento concreto, hasta algo más común y manejable como podían ser las hachas. Y cuando digo hachas, me refiero a las comunes que se usaban a diario para cortar leña o para trabajar la madera. Al fin y al cabo eran armas y cumplían su función perfectamente. Es más, os daré otro dato que seguro que os llamará la atención. Los caballeros, cuando desmontaban y combatían a pie, no recurrían a la espada o al espadón a dos manos en primera instancia. Olvidaos de esas imágenes de las películas como pueden ser El reino de los cielos, sino que usaban más bien el hacha o la maza. Necesitaban un arma pequeña, pero que fuera contundente a la vez, para poder hacer daño a su enemigo que seguramente iba bien protegido. Además, un espadón de grandes dimensiones requería destreza y mucha fuerza, y en pleno combate uno no se podía permitir perder el tiempo ni las energías usando un arma tan pesada.
Aclarado ese punto, pasaré a hablaros ahora de otro tipo de combatientes que seguro que habéis echado en falta: los arqueros. He hablado de ellos de pasada cuando os he descrito al ejército que el califa tenía en las Navas de Tolosa. Pero ese era el ejército almohade. Los cristianos de los reinos hispánicos de ese momento no tenían la costumbre de usar el arco. Pero no os asustéis… Llevaban armas de proyectiles, aunque de otro tipo. ¿Qué tipo os viene a la cabeza? Pues sí, la ballesta, una arma a distancia que había sido introducida en los campos de batalla con un éxito abrumador. Y es que a diferencia del arco, su portador no requería ser demasiado hábil para poder disparar. Además, la ballesta tenía más potencia que el arco y los virotes que lanzaba eran capaces de perforar las cada vez mejores armaduras que llevaban los guerreros. Os daré ahora un dato que seguro que os llamará la atención, y es que debéis ser conscientes de que un tirador que dominara a la perfección el arco largo requería un duro y estricto entrenamiento que podía alargarse durante muchos años antes de convertirse en un arquero de garantías.
Continuando con la ballesta, os diré que apareció en Europa hacia el siglo X y su uso se extendió rápidamente por todos los campos de batalla del viejo continente. Esta arma fue sufriendo modificaciones que la perfeccionaron con el paso del tiempo y aunque los caballeros siempre la despreciaron al afirmar que era para cobardes, lo cierto es que permitía a cualquiera que tuviera puntería acabar con un hombre bien pertrechado. El único punto débil del arma no residía en ella propiamente, sino en el tiempo requerido para cargarlas entre disparo y disparo. En ocasiones se podía ver en los campos de batalla a escuderos que protegían a los ballesteros mientras estos cargaban sus armas. Y es que la cadencia de disparo de una ballesta solía estar entre los dos o cuatro virotes por minuto, mientras que la del arco permitía al tirador efectuar de diez a quince tiros.
Así pues, el uso de ballesteros pudo suponer cierta ventaja para las tropas inferiores en número de los tres primos que protagonizaron la gesta de las Navas de Tolosa. Ojo, no digo en ningún momento que fuera determinante, ya que seguramente el peso de la victoria lo llevaron los caballeros y las tropas de infantería, pero como en toda batalla que se precie, cada elemento es básico en el resultado final.
Y es que los poderosos caballeros cristianos, bien protegidos por sus armaduras completas eran casi impenetrables por las flechas que les arrojaban los musulmanes. Entre armaduras, escudos y cascos apenas sufrieron bajas durante la carga que protagonizaron. Crónicas del momento incluso dan datos de que algunos caballeros estaban tan llenos de proyectiles que se asemejaban a los erizos.
Creo que con lo aquí expuesto he podido dar un repaso a los elementos que componían las panoplias defensivas y ofensivas que usaron los guerreros cristianos que lucharon en la gran batalla de las Navas de Tolosa y que son extensibles a todos los combatientes cristianos de ese siglo XIII. Deseo que haya despertado vuestro interés y resuelto alguna de las dudas que tuvierais. Si queréis visualizar lo que os he explicado con palabras, os recomiendo que os hagáis con un ejemplar del cómic 1212 – Las Navas de Tolosa de Jesús Cano de la Iglesia, publicado por la editorial Ponent Mon. Es el mismo que he usado yo, ya que las ilustraciones son magníficas y muy fidedignas y se ajustan a la perfección a lo que recogen las propias fuentes. Debo agradecerle a un buen amigo la recomendación que me hizo sobre este impresionante trabajo y felicitar al autor del mismo por llevar a cabo un trabajo tan minucioso.
Bibliografía
- 1212 – Las Navas de Tolosa, de Jesús Cano de la Iglesia, publicado por la editorial Ponent Mon
- Historia de España de la Edad Media, de Vicente Ángel Álvarez Palenzuela, publicado por la editorial Ariel (año 2011).
- Las armas en la Historia de la Reconquista, de Ada Bruhn de Hoffmeyer, publicado en la revista Gladius, Vol. especial (1988)
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