Primera parte del artículo de Sergio Alejo sobre las Guerras Cántabras

Quiero comenzar esta colaboración con La Casa del Recreador con un primer post sobre un tema que estoy seguro de que os va a gustar. En primer lugar, porque voy a hablaros sobre la todopoderosa Roma, no la Roma Imperial, sino la Roma tardo Republicana. Esa Roma que estaba dando sus últimos coletazos a un régimen ya obsoleto y agotado tras tantos años de luchas internas y que a lo largo del siglo I a. C. no había sido capaz de sentar sus bases de una manera estable.

Y en segundo lugar, estoy convencido de que os gustará porque también van a aparecer en escena los pueblos astures y cántabros del noroeste peninsular que tanta guerra dieron a los romanos. Y cuando digo guerra, lo debería poner en mayúsculas, ya que durante cerca de diez años fueron capaces de mantener en jaque a las legiones que habían sometido a gran parte de los territorios de la actual Europa y parte de Oriente Próximo.

Imagino que habéis deducido que voy a hablaros de las Guerras Cántabras. Estáis en lo cierto. Pero no os voy a relatar todo el largo conflicto, sino que en estos posts voy a hablar únicamente de la campaña que encabezó el mismo Augusto en el año 26 a. C.

Pero vayamos al inicio de todo para poneros en antecedentes y que entendáis mejor el contexto en el que nos vamos a mover. Para ello, regresaremos a esa Roma que estaba a punto de sufrir una importante transformación. De la mano de Octavio, proclamado ya hacía tiempo heredero y vengador de su tío abuelo Julio César, se iba a constituir un nuevo modelo de gobierno basado en la premisa de que todo el poder iba a estar concentrado en manos de una sola persona, en este caso en las suyas.

Y eso era un hecho diferencial respecto a lo que los romanos estaban acostumbrados a tener. Y es que ya debéis saber que los romanos no veían con buenos ojos a los reyes, les recordaban demasiado a los que les gobernaron antes de que se alzasen para proclamar una República (obviamente un régimen adaptado a sus tiempos y no con las mismas bases que tienen las actuales).

murallas de tarraco

Murallas de Tarraco

La cuestión fue que Octavio, tras vencer a Marco Antonio y a la reina egipcia Cleopatra, declarada por otra parte una bruja por el Prínceps, se hizo con el poder absoluto de la República. Se hizo, o más bien podría decirse que los miembros del Senado se lo entregaron, ya que al fin y al cabo se había convertido en el salvador de Roma y en el protector de la misma, y claro, los padres conscriptos le debían mucho. Obviamente, hay que tener en cuenta que tener el control y el mando de todas las legiones romanas fue un factor que le favoreció, y los senadores eran conocedores de ello.

En un acto más simbólico que otra cosa, el primer ciudadano de Roma, devolvió el poder al Senado en enero del año 27 a. C. Pero eso no era más que un gesto, para demostrar que su intención no era ser rey, por lo menos a priori, sino que acataría lo que la cámara y el pueblo de Roma le pidieran.

Todo eso coincidió con la necesidad de limpiar su imagen tras largos años de guerras civiles. Demasiada sangre romana vertida. Muchas generaciones de jóvenes que habían perecido en conflictos entre compatriotas. Había llegado el momento de centrarse en campañas dirigidas a enemigos exteriores, que le reportasen ya de paso algo más de fama y prestigio militar. Opciones no le faltaban, ya que existían aún territorios por conquistar. Una opción que barajó fue la de intentar la conquista de Britania. De hecho sabemos que se desplazó hacia el norte de la Galia para dar el salto a la isla, aunque algo le hizo cambiar de opinión. Tal vez vio algo en la isla o en la empresa que no le acabó de convencer.

Por ello, posó sus ojos en el noroeste de Hispania, en los territorios del otro lado de la cordillera cantábrica. Parajes habitados por pueblos y tribus de pastores y agricultores que todavía no habían sido sometidos a la “romanidad”. Cabe decir en este punto, que las riquezas minerales de la zona (todavía explotada hoy en día) fueron un aliciente más a tener en cuenta.

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Ya en el año 29 a. C., estos pueblos se habían sublevado contra Roma, por lo que uno de los legados de Octavio, Estatilio Tauro, se había tenido que enfrentar a ellos. Al año siguiente, sucedió algo similar, y la situación estaba lejos de ser controlada. En aquella ocasión, fueron otros generales, Calvisio Sabino y Sexto Apuleyo los que se enfrentaron a los belicosos pueblos de las montañas. Pese a llegar a celebrar sus triunfos en Roma, el asunto no había quedado zanjado.

Así que nuestro modesto Prínceps, optó por encabezar él mismo una campaña de sometimiento de esas tribus en el año 26 a. C. Antes de lanzarse a la aventura de conquista abrió como mandaban las tradiciones y costumbres, las puertas del templo de Jano, lo que era una señal de que el Estado romano entraba en guerra. Era importante finalizar lo antes posible una guerra que se estaba alargando demasiado y que mantenía ocupadas a muchas legiones.

Además, en su mente ya tenía claro cuál era el siguiente paso: Germania: para lanzarse a la conquista de esos territorios Augusto precisaba tener bajo control los puertos de la zona del cantábrico, eso le permitiría tener cubierta y asegurada la logística de las tropas que se tendrían que encargar de la nueva empresa.

Una vez en territorio hispano, el ya Augusto, reunió un numeroso contingente legionario que dividió en dos ejércitos, dirigido cada uno de ellos por un legado. El primero de los ejércitos ellos se lo entregó a Publio Carisio y el segundo a Antistio Veto. La función de ambos era impedir que cántabros y astures colaborasen en sus acciones contra las tropas romanas.

Bibliografía

  • Goldsworthy, Adrian. Augusto, de revolucionario a emperador. La Esfera de los Libros, 2014.
  • Peralta Labrador, Eduardo José. La guerra de montaña. Augusto contra los cántabros. Desperta Ferro, Antigua y Medieval, número 45.

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