Durante el siglo XIV en Europa, los armeros especializados en la pólvora, idean métodos (o trasladan ideas orientales) para reducir el tamaño de las armas de fuego a una dimensión manejable para una sola persona. Nacerán así las primeras armas de fuego portátiles que revolucionarán la guerra tal como se conocía hasta entonces.
La primera de la que hablaremos en este artículo será la espingarda, a veces escrito como spingarda, que es un arma portátil que ya hace su aparición en la guerra de Granada, así como en las campañas italianas del Gran Capitán y que por entonces no terminaba de convencer a muchos estudiosos de las cuestiones militares. La espingarda constaba de un largo cañón sobre una cureña de madera y su funcionamiento era bastante precario; el soldado debía acercar un “palito” con la mecha para disparar. De esta manera, mientras con una mano sujetaba el arma, con la otra prendía fuego a la pólvora del fogón. Esto hacía que apuntar con este arma se conviertiera en algo casi imposible. Además su potencia de fuego no era muy alta y sólo resultaba mortal cuando el enemigo estaba relativamente cerca y la munición, generalmente bolas de piedra, alcanzaba el objetivo con la suficiente energía.
Sin embargo, las armas de fuego portátiles ya habían hecho su imparable aparición en los campos de batalla y, pese a sus detractores, habían venido a quedarse. De la espingarda pasamos a la llamada escopeta, con la que convive varios años sobre los campos de batalla, incluso en cierto momento ambas voces – escopeta y espingarda – se refieren al mismo arma, según la fuente que se utilice. La escopeta incorporará un nuevo mecanismo para disparar, desarrollado hacia la segunda mitad del siglo XIV, que mejorará la puntería de las armas de fuego portátiles. No obstante, pronto le aparecerá el sucesor a la escopeta, el arcabuz. Mucho más potente que la escopeta, el arcabuz será también bastante más pesado. Y será el arma clave en el que posiblemente es el primer gran éxito de la infantería sobre la caballería: la batalla de Ceriñola (28 de abril de 1503), una victoria clave de las fuerzas comandadas por el Gran Capitán. Los enemigos de las armas tradicionales asistieron asombrados al ocaso de la caballería acorazada frente a estas "armas del diablo".
El arcabuz tenía un alcance operativo menor de 50 metros (lo normal era unos 30 metros), aunque modelos más tardíos mejoraron estas cifras. Alcanzaba una longitud de entre 90 y 130 cm, así como un peso aproximado de 7 kilos. Las versiones mayores necesitaban de la horquilla para operarlo, mientras que versiones menores podían usarse incluso a caballo. Un soldado viejo español del siglo XVI podía realizar hasta 3 disparos en un minuto. El arcabuz, aún conviviendo con la escopeta durante varias décadas, se convertirá en la reina de las armas de fuego y poco a poco irá también haciéndose mayoritaria entre la infantería europea. Sin embargo, la evolución de las armas de fuego no hacia más que avanzar y muy pronto aparecerá un competidor del arcabuz: el mosquete.
El mosquete es una evolución del arcabuz. Las primeras versiones, con un cañón de hasta metro y medio, eran bastante más pesadas que su antepasado, siendo necesario portar una horquilla para poder sostenerlo y disparar. De ahí que al principio se considerara una pieza más de artillería antes que un arma apta para la infantería. Es posible que el primer lugar donde podemos constatar el uso del mosquete como arma de infantería sea en Berbería. Sin embargo, ya a mediados del XVI, aún manteniendo un peso considerable, podía ya ser portada por un infante. Eso sí, no tenía la versatilidad del arcabuz con el que convivió durante décadas. La munición era más pesada que la del arcabuz, pero eso mejoraba su capacidad de penetración y además un mosquete tenía más alcance. Sin embargo, con la mejora de las técnicas de fabricación, durante el siglo XVII el mosquete se hizo más liviano y pronto dejará de tener la necesidad de portar una horquilla para poderse usar. En un momento posterior, a alguien se le ocurrió que sería buena idea incorporar al mosquete una punta para cargar contra el enemigo; primero se encastraba, bloqueando el cañón, con lo que el mosquete se convertía en una especie de lanza, pero en un segundo momento se desarrolló una punta con cubo que se instalaba sin necesidad de taponar (e inutilizar) la boca del cañón, había nacido la bayoneta de cubo. Esta innovación junto a la adopción de la llave de pedernal como mecanismo de disparo desembocó con el tiempo en un cambio de nombre, el mosquete pasará a llamarse fusil a finales del siglo XVII.
Esto nos invita a hablar de los mecanismos de disparo y su evolución. Como hemos comentado a principio de este artículo, las primeras armas de fuego portátiles tenían un sistema rudimentario para generar el disparo; el soldado portaba la mecha con una mano y la acercaba al arma en el momento del disparo. Sin embargo, este método restaba mucha eficacia al disparo pues sostener el arma con una mano era demasiado difícil como para encima tratar de hacer puntería. Esto llevó a que en el siglo XVI se desarrollasen las llaves, la primera de las cuales vino a llamarse llave de mecha. La llave de mecha consiste en un mecanismo por el cual una mecha lenta, que iba enganchada a una serpentina o brazo pivotante y que, una vez aprestado el gatillo o palanca, bajaba sobre una cazoleta llena de pólvora fina, generando una llamarada que se introducía en el cañón y disparaba la bola o pelota. Este mecanismo permitía que el tirador pudiese tener ambas manos sobre el arma y por lo tanto la vista fija en su objetivo, pero tenía varios problemas, siendo el principal el riesgo de que se apagase la mecha, por lo que el soldado debía protegerla y mantenerla viva constantemente. A mediados del siglo XVI se introdujo el cubrecazoleta que protegía en cierta medida la pólvora en los días lluviosos y en las marchas.
Sobre los tipos de mecanismos de disparo, durante el siglo XVI predomina la llave de mecha, mientras que en el XVIII fue la de chispa, constituyendo el XVII un siglo de transición y coexistencia de ambos tipos de llave. En el último tercio del XVI se introduce el pedernal como mecanismo de disparo, aunque ya el arcabuz se hizo un arma de caballería pues la infantería había empezado a utilizar preferentemente el mosquete. Este nuevo sistema era más caro pero más cómodo; una piedra de sílex, sujeta a un martillo gracias a un tornillo, golpeaba un rastrillo junto a una cazoleta, lo cual producía una chispa que prendía la pólvora en ella contenida, transmitiendo la combustión al cañón a través del oído y desembocando en la detonación del cartucho introducido previamente por la boca.
Sobre la munición de estas armas, hay que recordar que nos encontramos ante armas de avancarga, es decir, debían ser cargadas por la boca del cañón. Esto hace que, necesariamente, la bola de plomo que se usaba como proyectil tuviese que ser de diámetro menor al que tenía el cañón. Esta diferencia de diámetro provocaba que parte de los gases producidos en la deflagración escapasen, restando potencia al disparo. Por otra parte, la bala podía ir rebotando dentro del cañón y salir por la boca de un modo desviado, con lo que la puntería era muy relativa. Además, el hecho de que la sección de los primeros cañones fuera hexagonal nos habla de que los armeros todavía no entendían muy bien cómo funcionaba la física de las fuerzas internas del arma tras el disparo. Lo que sí se sabía, por experiencia en la batalla, es que la munición debía ser del mismo calibre para todos los soldados, de este modo, en caso de necesidad durante la lucha, se podía intercambiar (y aprovechar la de un compañero caído, por otra parte).
Y es que no debemos olvidar que los soldados portaban sus propias cargas de pólvora y balas, que acabaron formando una unidad en el llamado cartucho, un pequeño paquete de pólvora con la bala incluida en un extremo que se envolvía en papel. En el caso de los Tercios durante el XVI los arcabuceros llevaban la pólvora en frascos o polvoreras que vinieron a llamarse frascos o frasquillos, según llevaran pólvora basta o pólvora fina. En el XVII las innovaciones paralelas al mosquete sustituyeron el frasco por unos recipientes de madera, colgados de un tahalí de cuero, que por su número fueron llamados los Doce Apóstoles. En el siglo XVIII, la generalización de las llaves de chispa corrió paralela con la aparición del cartucho, que el soldado debía morder (quien no tenía dientes debía "buscarse la vida") para volcar algo de pólvora en el oído y después introducir el resto del cartucho en la boca con ayuda de la baqueta. Un proceso compuesto por muchos movimientos diferentes, como puede imaginarse.
Se ha especulado sobre el número de disparos que podía hacer un mosquetero durante la batalla y algunos autores han apuntado que doce disparos en toda la batalla son pocos, por lo que es posible que existiera un sistema de reposición durante la acción, para que estas unidades pusiesen seguir operativas durante más tiempo.
En definitiva, nos encontramos ante las dos principales armas de fuego que revolucionarán la táctica de combate sobre los campos de batalla de Europa, África y América. Si con la llegada de los piqueros, primero suizos y con mayor fuerza los Tercios, habían hecho trasladar el peso de la batalla desde la caballería a la infantería, el uso de las armas de fuego portátiles hará de este cambio algo inmutable hasta la actualidad. Del mismo modo, si a principios de la Edad Moderna la infantería era una amalgama de unidades con distinto armamento, el desarrollo y mejora de las armas de fuego acabaría por evolucionar hacia una infantería más homogénea, los fusileros, quienes serán los protagonistas absolutos de las batallas durante el siglo XVIII y XIX.
Foto de cabecera Nieves Ort. Saenz
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