En el Cortijo de Alcurrucén, en Pedro Abad (Córdoba), no había minas cercanas, pero era un lugar estratégico sobre una superficie amesetada junto a un meandro en el Alto Guadalquivir, desde donde se controlaba el tráfico fluvial, por lo que era también un punto de intercambio.

Estaba poblada desde el Calcolítico, se encontraron dos estelas del suroeste (Pedro Abad I y II)[1] y otras tres por esa zona. También importaciones etruscas y fenicias de entre finales del siglo VI a.C. y finales del V.

Fue una ciudad que acuñó moneda en época púnica y siguió haciéndolo cuando se convirtió en la ciudad romana Sacili Martialum, del Conventus cordubensis, citada por Ptolomeo[2] y Plinio el Viejo[3], de unas 100 Ha de extensión, por donde pasaba la vía Augusta entre Corduba y Cástulo, por lo que también se encontró un miliario.

Se encontraron tres retratos imperiales del final de la época de Tiberio o el principio de la época de Nerón.

Los efebos de Pedro Abad son dos esculturas romanas conocidas como Efebo Apolíneo y Efebo Dionisiaco. Son de época altoimperial, de los siglos I y II después de Cristo, y solían imitar a los originales griegos que empezaron a realizarse en torno al siglo V antes de Cristo. Con frecuencia copian a Policleto, que solía representar a jóvenes vencedores de los juegos atléticos.

Se conocen muy pocos ejemplares en todo el Imperio Romano, puesto que sólo han aparecido ocho hasta ahora, y tres de ellos en Andalucía, con el de Antequera, en un radio de apenas 100 km, lo que ilustra la importancia de la zona en esa época.

Es excepcional que se encuentren dos en el mismo lugar y también lo es que están casi completos, aunque aparecieron mutilados y con partes diseminadas. La calidad técnica y artística con la que se elaboraron es excepcional.

Las esculturas de este tipo eran mobiliario de lujo y, al mismo tiempo, obras de arte que se solían ubicar en el triclinio de la casa, donde se celebraban los banquetes formales, como “sirvientes mudos”, esclavos inanimados que realizaban funciones estáticas, a menudo sujetando lucernas y elementos de iluminación, ya que había poca luz a la hora que se celebraban los banquetes. También podía portar otros objetos, como bandejas, pero estaban pensados para confundirse con la servidumbre viva de la casa.

El Efebo Apolíneo tiene una altura de 1,4 metros y pesa 48 kilogramos, aparece desnudo y con un peinado que recuerda a Apolo, con un bucle trenzado sobre la cabeza en forma de nudus, símbolo de dignidad.

El Efebo Dionisiaco tiene una altura de 1,22 metros y pesa 31 kilogramos, lleva una corona con hojas de hiedra y racimos de flores abiertas enlazadas. La vid y la hiedra son símbolos dionisiacos, lo que hace pensar que estaban en la sala de banquetes. Las coronas de flores perfumadas eran muy habituales en los banquetes.

Ninguno de los dos efebos lleva el cabello suelto, sino impregnado de aceite, que es el medio en el que se disolvían los perfumes hasta la Edad Media.

La palabra "efebo" proviene del griego ἔφηβος, que significa "adolescente"[4]. Los efebos eran jóvenes[5] de entre 15 y 20 años[6] que participaban en un sistema de entrenamiento militar y cívico bajo la tutela de un mentor adulto para preparar a los futuros ciudadanos.

Se representaban idealizando la belleza masculina, pero a veces lo hacían fomentando la indefinición, mostrando cuerpos frágiles que no correspondían a los de jóvenes que estaban realizando el ejercicio extremo que corresponde a la formación militar.

En la Antigüedad clásica las relaciones homosexuales no eran especialmente repudiadas, sino que tenían diferentes niveles de aceptación según el tiempo y el lugar. Un efebo es un adolescente, como Antinoo, el amigo del emperador Adriano[7], pero no era un niño castrado como Esporo, con el que se casó Nerón porque se parecía a Popea Sabina, su esposa muerta.

Los efebos solían ser muy caros de comprar[8] y solían ser insolentes[9]. Se podían utilizar para la seducción, el placer homosexual[10] o las orgías[11], pero no necesariamente. Parece que, a veces, podían resultar tentadores[12] para algunas personas[13]. Algunos buscaban cierta ambigüedad sexual[14]. Los usó Cleopatra para la magnífica escena de seducción social de Tarso,  o se usaban en grandes celebraciones[15] y cada ciudad presumía de sus efebos porque en ellos estaba su futuro[16]. Probablemente las chicas no se hubiesen enamorado de ellos si hubiesen sido homosexuales[17].

Cuando decimos que Eurípides fue efebo en el año 466 a.C. nos referimos a que dedicó dos años a su preparación militar para luchar por Atenas, su ciudad, y no hacemos referencia a su vida sexual. Durante su formación aprendían a educar la mente[18], a luchar[19], a danzar[20], a fortalecer sus cuerpos[21], enfrentarse a graves desafíos[22] y a mantener la disciplina[23]. Después de eso, tras prestar solemne juramento de defender a su patria[24], tendrían acceso competo a sus derechos ciudadanos[25].

Los efebos participaban en ritos[26], sacrificios[27], actividades deportivas[28], actos cívicos[29], como el entierro de Calírroe[30].

Con toda seguridad, en Sacili existían efebos muy vivos que se movían por la domus entre estos extraordinarios sirvientes mudos de bronce. Con toda seguridad, el yacimiento tiene muchas más sorpresas escondidas.

Esta imponente ciudad romana, a tenor de los extraordinarios restos hallados, nunca ha sido excavada porque esto es Andalucía, donde los grandes tesoros permanecen enterrados, como los muertos.

[1] Díaz-Guardamino Uribe, M. (2009): Las estelas decoradas en la Prehistoria de la Península Ibérica”, Tesis Doctoral, Universidad Complutense de Madrid.

[2] Ptolomeo, Geografía 2,4,11.

[3] “En el convento jurídico de Córdoba, al lado mismo del río, está Osigi que se apellida Latonio; Iliturgi o Forum Iulium, Ipra, Isturgi o Triunfales, Sucia y, a diecisiete mil pasos tierra adentro, Obulco, que se llama Pontificense: seguidamente Ripa, Epora —una de las federadas—, Sacili Martialium, Ónuba y, a la orilla derecha, Córdoba, la colonia que se apellida Patricia. Desde allí, donde empieza a ser navegable el Betis, se hallan las poblaciones de Cárbula, Detuma, y el río Genil que desemboca en el Betis por el mismo lado”, Plinio el Viejo, Historia natural 3,1,10.

[4] “Esta plaza que rodean los edificios de gobierno está dividida en cuatro partes: una de ellas es para los niños, otra para los efebos, otra para los varones adultos y otra para quienes sobrepasan la edad militar”, Jenofonte, Ciropedia 1,2,4.

[5] “el efebo se convertirá en un hombre en un breve espacio de tiempo”, Artemidoro, Interpretación de los sueños 1,54.

[6] “Mientras hablábamos de estas cosas, entraron los hijos de Éucrates que venían del gimnasio; el uno era ya de los efebos, el otro al filo de los quince años”, Luciano, El aficionado a la mentira 26.

[7] Adriano se casó en el año 100 con Vibia Sabina, la bisnieta de Trajano, pero era un matrimonio desdichado. En el año 123 conoció en Claudinópolis a Antinoo y se enamoró de él.

[8] Diodoro de Sicilia, 37,3,5.

[9] “pues un efebo comprado por unos miles de sestercios no sabe servir a los pobres. Su edad y su belleza justifican su insolencia”, Juvenal, Sátiras 5,60.

[10] “Y Perpenna, que tenía muchos conjurados para su golpe de mano, se atrae también a Manlio, uno de los que estaban al frente del ejército. Éste estaba enamorado de un muchacho joven (efebo), y para darle pruebas de su afecto, le cuenta la conspiración, animándole a dejar a sus otros amantes y dedicarse sólo a él, ya que en pocos días sería importante. Pero el muchacho, que sentía más afecto por Aufidio, otro de sus amantes, le cuenta la historia”, Suetonio, Vidas paralelas: Sertorio, 26,1.

[11] “Decía que habitualmente brindaban por él los pintores de brocha gorda, las mujeres de los flautistas y las maritornes de barbería, y también los efebos complacientes de las orgías”, Polibio, Historias 15,25,32.

[12] “dícese de un armenio, Zalaces, más afeminado que todos los efebos juntos, que se entregó a los ardores de un tribuno”, Juvenal, Sátiras 2,160.

[13] “De pronto aparece un jovencito muy llamativo, desnudo, o, mejor dicho, con una clámide de efebo que sólo le cubría el hombro izquierdo; su rubia cabellera atraía todas las miradas”, Apuleyo, El asno de oro 10,30,3.

[14] “Aquél se está afeitando y éste manda rapar a su efebo”,

[15] “Durante la celebración de las Grandes Panateneas, cuando los atenienses llevan en procesión por tierra el barco como ofrenda a Atenea, yo, que era uno de los efebos, después de cantar el peán ritual en honor de la diosa y de ir al frente de la procesión según la costumbre tradicional, regresé a mi casa, sin cambiarme de ropa, con la misma clámide y las coronas. Ella, en cuanto me vio, se puso fuera de sí y dejó de fingir sus mañas para ocultar su amor; corrió a mi encuentro con su pasión al descubierto”, Heliodoro, Las etiópicas 1,8,10.

[16] “quiero conocer la bendita Corinto, pórtico del Istmico Posidón, ciudad de brillantes efebos”, Píndaro, Odas: Olímpicas 5.

[17] “Madre, estoy fuera de mí y no soporto la idea de casarme con el joven de Metimna, el hijo del piloto, con quien mi padre me anunció recientemente que me prometerá. Mis sentimientos son tales desde el momento en que vi al distinguido efebo portador del racimo de vid”, Alcifrón, Cartas 1,11,1.

[18] “Amonio, cuando era estratego en Atenas, hizo una prueba en la escuela de Diógenes a los efebos que aprendían letras, geometría, retórica y música, y a los maestros que tuvieron éxito los invitó a una cena”, Plutarco, Moralia 9,1,1.

[19] “Nuestro ilustre introductor de difuntos, como cualquiera, ha bebido allí arriba el agua de Lete y ha olvidado regresar hasta nosotros: estará luchando en la palestra con los efebos”, Luciano, El banquete o los lapitas 41.

“—Conviene que anotes bien en tu memoria, jovencito, que has ido a parar a Palestra, y que debes demostrar ahora si has llegado a ser diestro entre los efebos y has aprendido muchas llaves de lucha entonces. No creas que rehuiría yo la demostración, así que desnúdate y venga, a la palestra”, Luciano, Lucio o el asno 8.

[20] “Todavía ahora se puede ver cómo sus efebos aprenden tanto a danzar como a luchar con armas”, Luciano, Sobre la danza 10.

[21] “El gimnasio de la ciudad está situado a orillas del mar. Los efebos se dirigen a él y, según una costumbre antigua, se bañan allí después de practicar sus carreras y de luchar en la arena. Un delfín amaba con amor apasionado a uno de los nadadores de belleza sobresaliente”, Eliano, Historia de los animales 6,15.

[22] “Y esto tampoco es desmentido por los actuales efebos, entre los que hemos visto a muchos morir a golpes en el altar de Ortia”, Plutarco, Vidas paralelas: Licurgo 18,2.

[23] “Recibe estos dones, señor de la efebía que disciplina enseña”, Teodoro, Antología palatina 444.

[24] “¿Quién el que pronunciaba ante el pueblo aquellos largos y hermosos discursos y leía el decreto de Milcíades y de Temístocles y el juramento que los jóvenes prestan en el santuario de Aglauro?”, Demóstenes, Sobre la embajada fraudulenta 303.

[25] “«—No eran ésas, atenienses, las esperanzas con las que yo crié a este hijo. En cuanto me nació, confié en que sería el báculo de mi vejez: le hice partícipe de una educación liberal, le enseñé las primeras letras, le introduje entre los miembros de la fratría y del genos, le inscribí en la lista de los efebos y di el informe legal que le convertía en conciudadano vuestro”, Heliodoro, Las etiópicas 1,13,1.

[26] “El hombre destinado al sacrificio, empujado por los efebos, daba tres vueltas alrededor del altar; después el sacerdote le golpeaba con una lanza en la garganta, y así lo quemaban sobre la pira que se había levantado”, Porfirio, Sobre la abstinencia 2,54,3.

[27] “Por esto ordenó el oráculo que el altar se regase con sangre humana, y así, se sacrificaba al señalado por la suerte. Licurgo cambió esto en azotes a los efebos hasta que el altar quedase lleno de sangre”, Pausanias, Descripción de Grecia 3,16,10.

[28] “también instituyeron un certamen entre efebos con una carrera además de otras competiciones, y recibía la victoria el que llegara primero al templo”, Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma 1,50,3.

[29] “El resto del cortejo es difícil de describir, pero intentaré resumirlo. Porque desfilaron unos ochocientos efebos, tocados con coronas de oro, unas mil vacas bien cebadas y alrededor de trescientas más engalanadas, y ochocientos colmillos de elefante”, Polibio, Historia 30,25,12.

[30] “Y en último lugar seguía la fortuna de Quéreas, pues deseaba, si le fuera posible, quemar su hacienda juntamente con su mujer. Llevaban el lecho los efebos de Siracusa, y le seguía la multitud”, Caritón de Afrodisias, Quéreas y Calírroe 1,6,5.

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