Desde el alba, entre las seis y las siete de la mañana, hubo enfrentamientos en la ermita de Nuestra Señora de la Peña. El miércoles 22 de julio amaneció cálido y soleado en Los Arapiles.

Los arapiles son crestas rocosas planas y estrechas y separadas por 1.000 metros.  El Grande tiene unos 300 pasos de largo y corre de este a oeste con extremos abruptos y rocosos y una pendiente pronunciada al sur y una pendiente más suave al norte. En los extremos hay resaltes rocosos que hacen más difícil la subida.

El Arapil Grande, por ser más elevados y por disponer de gran cantidad de piedra en su parte superior, es más fácil de defender.

El Arapil Chico está en la misma alineación, a 850 metros al noroeste, pero es bastante más corto, tiene casi la misma altura y es más fácil de ascender.

Sorprendentemente, por un descuido del general francés Marmont y del británico Lord Wellington, ambos arapiles estaban vacíos.

Hacia las ocho de la mañana Marmont ordenó a Bonnet que se apoderara de los dos, pero Wellington tomó la misma decisión casi al mismo tiempo.

Sólo había algunos disparos aleatorios en la zona de la ermita cuando Lord Wellington dio la orden de atacar el Arapil Grande, lo que parecía una locura, aunque tal vez le pareció una locura mayor no ver todo lo que sucedía.

El brigadier Sir Dennis Pack había estado en escaramuzas contra los franceses en la ermita de nuestra señora de la Peña y, cuando estaba situado un poco al oeste del Arapil Chico, Wellington le ordenó capturar el Arapil Grande con su brigada portuguesa independiente, pero la zona ya estaba controlada por Bonnet con 4.600 hombres en nueve batallones y con otros tres batallones de 1.600 hombres a sólo 700 u 800 metros de distancia, mientras que Pack sólo tenía 2.600 hombres en total.

Por eso los franceses llegaron hasta el Arapil Grande tras un amplio movimiento, sin imaginar que allí tendría lugar una parte esencial de la batalla. Instalaron allí cuatro o seis piezas de artillería.

Los ingleses alcanzaron el Arapil Chico, donde instalaron dos cañones y desde donde vigilaban la amenaza sobre sus comunicaciones con Ciudad Rodrigo y Portugal. La cresta del Arapil Chico que había tomado Wellington ocultaba por completo desde el este a las tropas que se encontraban en la retaguardia.

Además, tenía la ventaja de que hay una fuente a sus pies que está catalogada como romana del siglo I, aunque parece que erróneamente.

El trabajo de los aguadores era muy importante, pero muy peligroso. Por eso tenían una ventaja estratégica de contar con un aprovisionamiento seguro de agua, protegido por el Arapil Chico, en esta vieja fuente que no se agota ni en los veranos de las sequías más extremas.

Desde arriba de los arapiles se pueden ver grandes distancias, incluida la ciudad de Salamanca, pero las suaves ondulaciones, puntuadas por afluentes menores que desembocan en el Tormes, crean pliegues y cuencas invisibles a la vista. 

De todas formas, Pack intentó el ataque suicida al Arapil Grande lleno de soldados franceses y de artillería que habían subido trazando caminos que serpenteaban por la vertiente sur, a resguardo de los disparos del ejército aliado.

La pendiente norte es tan abrupta que esos cañones no podían apuntar tan abajo, pero los franceses defendían la posición desde el borde y el intento de conquistar la posición fue un fracaso.

Wellington estuvo casi todo el tiempo observando la batalla desde el Teso de San Miguel, que tiene una buena perspectiva sobre todo el campo de batalla. Desde sus posiciones, Wellington y Marmont podían verse claramente.

En la primera parte de la mañana había dos divisiones francesas aisladas, una en la ermita y otra en el Arapil Grande, pero Marmont tenía la ventaja óptica porque podía ver a buena parte del ejército inglés, excepto el que quedaba tras el Arapil Chico.

Marmont, desde el Arapil Grande, vio como los pertrechos de los británicos iban hacia el oeste y luego que las columnas que iban a atacar el Arapil Grande se retiraban, por lo que entendió que los británicos hacían una retirada general, aunque en realidad no era una retirada sino un reequilibrio de fuerzas en el territorio con Packenham protegiendo el camino hacia Ciudad Rodrigo en Aldeatejada. Marmont llevaba tantos días esperando el ataque británico que pensó que nunca llegaría la oportunidad.

Hacía las 13:00, Marmont dio la orden de hacer un movimiento semicircular que rodeaba las posiciones aliadas y ocupar el Monte de Azán, una meseta que está por encima de Miranda de Azán, ya que los franceses disponían de mayor potencia de fuego y desde allí podrían hacer fuego cruzado con la artillería del Arapil Grande sobre el ejército inglés que creía replegarse.

La meseta es un espacio muy amplio y difícil de defender, no una colina en concreto, así que el grupo que la tomó quedó muy separado del resto de su ejército, más allá de un punto de no retorno. Fue un error que aprovecharon los aliados.

Los franceses habían establecido una poderosa batería de unos veinte cañones en el Monte de Azan y, hacia las tres de la tarde, ésta se combinó con la artillería del Arapil Grande para iniciar un intenso bombardeo de la línea aliada. Los franceses disponían de cien cañones en total, mientras que los aliados tenían sesenta cañones. Ser parte del ejército que estaba recibiendo el fuego de toda esa artillería debió ser un infierno.

La línea de batalla que formaron los franceses era enorme y las diferentes divisiones quedaron muy separadas, cosa que aprovecharon los aliados, porque Wellington había dejado a su ejército preparado para todas las contingencias: retirarse, defenderse o atacar.

Marmont había juzgado mal a Wellington porque nunca había atacado a los franceses en los años que llevaban de guerra y porque le había superado en la conquista del Arapil Grande. Por eso pensó que Wellington se retiraba y no que se reorganizaba.

Marmont tenía 38 años y era la primera batalla que dirigía. Aún no sabía que también sería la última. Seguramente vio el error de su ejército al mismo tiempo que los ingleses, pero no imaginaba que entraría en acción una parte del ejército aliado que había quedado oculta para él, ya que Wellington había utilizado cuidadosamente las ondulaciones del terreno para proteger a sus tropas tanto de la observación como del bombardeo francés.

Las baterías francesas del Arapil Grande no apuntaban al objetivo más fácil, el Arapil Chico, ya que tuvo sólo ocho bajas en todo el día, pero la artillería inglesa aprovechó mejor su oportunidad.

Cuando Wellington galopaba para transmitir las órdenes directamente, Marmont, en el Arapil Grande, fue alcanzado por metralla de uno de los dos cañones ingleses de seis libras del Arapil Chico, lo que le provocó dos costillas rotas y graves heridas en el brazo derecho, que el cirujano quiso amputar.

El mando pasó de Marmont a Clausel, que también cayó herido, por lo que el mando pasó a Bonnet, que también cayó herido. El ejército francés estuvo una hora sin dirección.

Cómo había demostrado desde hacía tiempo, Wellington anteponía la prudencia a la audacia, especialmente cuando no podía ver la posición de muchos elementos del ejército francés.

La orden de Wellington implicaba destruir el ala izquierda francesa que había quedado descolgada antes de que pudieran recibir ayuda y, por lo tanto, el ejército podría ser derrotado por sectores.

La parte clave que decidió la batalla transcurrió en cuarenta minutos. Los franceses no estaban vencidos, pero sus bajas habían sido enormes. Hacia las 19:00 Foy recibió la orden de que abandonara Calvarrasa de Arriba para convertirse en retaguardia del ejército francés en desordenada retirada hacia Alba de Tormes, donde llegaron hacia las diez de la noche, que previamente había sido abandonada por el ejército español en un grave error estratégico.

Wellington dejó de utilizar una parte significativa de su ejército porque deseaba tener tropas frescas para la persecución que esperaba como desenlace de la batalla, pero el abandono español de Alba de Tormes lo impidió. De haber podido contar con ese espacio cubierto, la derrota francesa habría sido mucho mayor.

Fue la batalla que implicó a más soldados en el s. XIX en la Península Ibérica, por lo que se trató de una batalla compleja.

En ese campo de batalla de 7 km de longitud por 2 km de anchura habían maniobrado 100.000 hombres y 8.000 caballos. Al final del día había 18.000 hombres y 1.000 caballos muertos.

La cuarta parte de los 46.700 hombres del ejército francés fueron abatidos o capturados.

Wellington tenía 51.937 hombres de los que perdió 5.220.

Los pueblecitos de la zona, como Arapiles, se convirtieron en improvisados hospitales.

Los habitantes de Salamanca acudieron durante la noche a socorrer a los heridos, especialmente a los aliados. Muchos heridos franceses murieron al sol sin ser socorridos.

Los saqueadores, tanto hombres como mujeres, se ocuparon por igual de aliados y enemigos. Durante mucho tiempo hubo comida para los buitres. Un monolito en la cumbre del Arapil Grande nos recuerda que es un territorio de Memoria.

A consecuencia de esta derrota, el rey José I Bonaparte salió de Madrid con un enorme convoy de 2.000 carros y, se decía, 10.000 civiles fugitivos que, por diversas razones, temían por sus vidas, y se replegó hacia Valencia.

Por primera vez, todos los aliados pensaron que podían vencer a Napoleón.

Imágenes del autor.

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