Escudo micénico

El tipo más común de escudo corporal micénico era el escudo en forma de ocho. Este peculiar escudo está representado en cerámica, pinturas murales y esculturas, tanto como arma de defensa como motivo decorativo o símbolo de culto. Se tiene registro de su uso desde el S. XVI hasta el siglo XIII a.C. Nuestra reconstrucción es fruto de un riguroso estudio para determinar sus proporciones, dimensiones y estilo de combate.

Permite portarse colgado para poder empuñar una lanza a dos manos, que es su principal funcionalidad. En lugar de usarse como un escudo convencional, cumple la misión de la armadura, ya que cuando se cuelga con su tiracol cubre todo el cuerpo. Agrupando varios guerreros con este tipo de escudo corporal, los micénicos formaban un muro que les protegería tanto contra armas cuerpo a cuerpo como de proyectil.

Al permitir blandir una lanza o una pica a dos manos, el combatiente incrementan la potencia y precisión para superar a los adversarios, contando con una protección aún mejor al ir agrupados. A su vez cuenta con un agarre en el centro para poder manipular el escudo o combatir ocasionalmente con él, usando espada. Este sería su modo secundario, ya que se ha comprobado en pruebas de reconstrucción que resulta pesado en el brazo.

Este escudo originalmente estaría cubierto con una piel de buey o vaca, que tendría un canteado de cuero o bronce, estando su núcleo compuesto por algún entramado vegetal. 

Nuestra reconstrucción se ha fabricado completamente a mano, utilizando materiales naturales. La estructura del escudo se ha fabricado en urdimbre vegetal con un canteado en cuero cosido manualmente. Una espina de madera da consistencia vertical al conjunto. El asidero, de madera forrada en cuero, se une solidamente a la estructura en sentido horizontal. Todo el exterior está forrado con piel de vacuno en una sola pieza, siguiendo el sentido natural del pelo del animal.

Sus dimensiones son:

• Altura: 122 cm
• Anchura máxima: 80 cm
• Peso: 9 kg

Producto artesanal fabricado en España. Cada piel de vaca sigue un patrón de colores distinto, por lo que no hay dos unidades idénticas.