En el año 55 a.C. Pompeyo, para celebrar la construcción del primer teatro de piedra de Roma, ofreció el espectáculo de una veintena de elefantes africanos en el circo para ser cazados por los venatores. Sobre el suceso nos cuenta Plinio (Historia natural viii, 20, 21):

(Texto extraído de documentos históricos)

“uno de los elefantes herido de esta forma se arrastró con las rodillas hasta uno de los cazadores, con la trompa le arrancó el escudo y lo lanzó al aire. El pueblo de Roma se enardeció. Los elefantes, en cambio asustados, en un momento dado intentaron salir de estampida; pero viendo que no había posible huida comenzaron a emitir un sonido lastimero, como de súplica, que conmovió a los espectadores y al propio editor, que les perdonó la vida”

El relato es de un interés enorme en sí mismo, aunque plantea otras preguntas al lector curioso. ¿Cómo fueron atrapados con vida esos peligrosos animales desde sus tierras de origen? Y ¿cómo llegaron esos enormes animales desde su hábitat original a Roma?

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Mosaico de Lod, Israel

Osos, elefantes, jirafas, tigres, leones, panteras, rinocerontes, cocodrilos, asnos salvajes, gacelas, etc fueron atrapados por millares en sus lugares de procedencia para ser conducidos a los foros, circos y anfiteatros del mundo romano para servir de entretenimiento a sus habitantes. Vamos a tratar de desgranar el proceso de captura y transporte de estos animales a las ciudades romanas. 

Captura de los animales

La manera de atraparlos difería enormemente en función del animal en cuestión, aunque trataremos en este artículo de dar unas pinceladas generales a la manera de hacerlo. Es importante ser conscientes de la diferencia entre la captura y la caza. La primera es bastante más complicada que la segunda, ya que implica no matar al animal y conservarlo en toda su integridad física para que después, pueda ser utilizado correctamente en el espectáculo público. Era una actividad muy peligrosa, que requería un profundo conocimiento tanto de las costumbres del animal como de las técnicas más adecuadas para atraparlo. Es muy probable que lo realizaran profesionales autóctonos como los shikarees de Laodicea o los telegenii del Sahel, conocedores de la zona en colaboración con soldados romanos especializados en estas cuestiones.

Sabemos por Séneca del uso de perros para azuzar y arrinconar a las presas, de lazos y redes para cazarlas incruentamente y que lanzas y escudos tendrían una finalidad defensiva. Hay diferentes inscripciones en las que se hace referencia a venatores cum custode vivari (241 d. C.) o de cómo la Legio I Minerva en Colonia capturó cincuenta osos en seis meses gracias a algunos de sus soldados llamados ursarii. Es posible que estas personas fueran también las encargadas de su mantenimiento posterior en los recintos denominados vivarium sobre los que hablaremos con posterioridad.

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Mosaico Villa romana de la Olmeda

Las maneras concretas de hacerse con los animales vivos son muy distintas e imaginativas. Por ejemplo Plinio, Historia natural viii, 24) nos cuenta que a los elefantes

“En África los cazan mediante fosas y, si alguno cae en ellas extraviado, los demás amontonan enseguida ramas, hacen rodar enormes rocas, forman terraplenes y tratan de sacarlo con todas sus fuerzas”

Los cachorros de  tigre y león eran muy apreciados ya que podían ser amaestrados. Existía un procedimiento muy bien ideado. Se robaban los cachorros de las madrigueras o se arrinconaba a la madre con escudos y lanzas. Les entregaban las crías a un veloz jinete que se alejaba rápidamente con sus presas hacia el barco. Si la madre, guiada por el olor les perseguía y se acercaba demasiado, el jinete abandonaba en el camino a uno de los cachorros para que la madre lo recogiera y lo llevara a su madriguera de nuevo. Así el jinete tenía tiempo de llegar sin problemas hasta el barco.

Las fuentes también nos hablan del uso de pequeños animales como cebo dentro de fosas disimuladas para capturar grandes felinos. Es más que  posible que estas fieras acabaran en manos de grandes empresarios que, además de otros productos como el aceite, comerciaran con estas bestias, disponiendo de colecciones de animales vivos que ofrecían a los interesados en celebrar espectáculos.

El transporte de los animales hasta su destino

Una vez que el animal era apresado, se procedía a su transporte. Al ser, frecuentemente capturado muchos kilómetros tierra adentro, había que llevarlo primero en un viaje terrestre hasta la costa y después en barco a través del Mediterráneo, hasta la ciudad en la que se realizaría el espectáculo.

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Mosaico de la gran cacería. Villa romana del Casale, Sicilia

El transporte terrestre se realizaba en carros o incluso a pie, mediante el uso de cajas y jaulas. Solían carecer de entradas de luz lo que hacía que el animal permaneciera más tranquilo. Generalmente eran de hierro o de madera. Se utilizaban tablones remachados que la hacían más resistentes. A veces era necesario poner como cebo animales vivos para atraer al fondo de la jaula a la fiera. Hay incluso algún testimonio (Claudiano, El rapto de Proserpina III, 260) que sugiere el uso de un espejo al fondo de la jaula que haría que el animal entrase dentro de ella atraído por su propia imagen. Una vez dentro, una persona cerraba la entrada con un fuerte panel móvil o con una rejilla. Algunos animales eran transportados a pié por dos personas, envueltos en redes atadas a un fuerte poste. Otros, como los elefantes, llegaban a puerto y penetraban en la bodega del barco por su propio pie, atados con cadenas o, con los más mansos, como los avestruces, sujetados por alguno de los cazadores. Las jaulas y las cajas eran elevadas hasta la bodega mediante el uso de grúas. Respecto al tipo de barco que se empleó hay muy poca información al respecto. En cualquier caso, queda claro que el transporte se realizaba en el menor tiempo posible, ya que estamos hablando de animales muy peligrosos y con unas necesidades logísticas enormes. También sabemos, por algunos testimonios, que a veces los animales por inclemencias del tiempo no llegaban nunca o llegaban con retraso o en mal estado para el espectáculo. Una de las claves era que el tiempo del viaje fuera lo más breve posible. Como dice María Engracia Muñoz en su ensayo “Animales in Harena”,  solo podemos imaginar los problemas que daría transportar y mantener en un estado de salud correcto a un hipopótamo que pesa entre 1500 y 1800 kilos y que necesita comer 68 kilos de hierba al día y estar sumergido en agua para evitar los rayos solares. O por ejemplo, un elefante adulto que puede llegar a pesar 7.500 kilos y medir entre 3 y 4 metros de altura y necesita 200 kilos al día de arbustos y corteza de árbol, además de unos 190 litros de agua al día. Por desgracia, las fuentes nos sumen en un desconocimiento casi total en estos aspectos.

Una vez la embarcación llegaba a puerto se procedía al desembarque de los animales. Era una operación muy delicada que a veces exigía mucho ingenio por parte de los encargados de realizarla. Plinio (Historia natural VIII,) nos da testimonio de cómo una pantera se escapó durante su desembarco en el puerto de Ostia, o como a los elefantes en Puzzuoli se les obligó a andar hacia atrás por la pasarela para que no vieran la excesiva distancia que les separaba del muelle y no entraran en pánico(Historia natural xxxvi, 31, 26)

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Hay constancia de la existencia de personal específico para encargarse de estas labores de desembarco en el puerto y el transporte hacia la ciudad. Por ejemplo, Marco Aurelio Víctor es denominado en su lápida como Auditor ad feras, es decir, que era el responsable de supervisar el desembarco y transporte de las fieras desde Ostia hasta Roma.

Llegados a la ciudad, en algunos casos mucho antes de la celebración del espectáculo ¿qué se hacía con las bestias capturadas?

De esa cuestión y de los espectáculos en sí mismos hablaremos en un próximo artículo.

Los datos han sido extraidos de: “Animales in Harena” de María Engracia Muñoz-Santos. Editorial Confluencias.

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