En la provincia de Cádiz hay unos 150 afloramientos de doleritas/ofitas que permitían obtener sal desde la Antigüedad y es un producto que destaca Estrabón[1]. Por eso allí existen numerosos yacimientos arqueológicos con topónimos relacionados con la sal en sus proximidades: salado, amarguillo, salobre…

Iptuci tiene una excelente posición estratégica de control del territorio, dominando los cruces de caminos y cañadas entre la sierra y la campiña, pero también tiene sal. En la base de Iptuci existen cuatro salinas con pozos de aguas salobres que se explotaron desde la Antigüedad. Es posible que, sin la sal, los habitantes del lugar hubiesen escogido otra posición.

La sal se utilizó para conservar alimentos y como salario antes de la acuñación de monedas. Las salinas llegaron a ser una riqueza importante para el Estado[2].

Es, por tanto, una zona habitada desde el Neolítico, en el VI milenio a.C., pero se desarrolló como núcleo urbano tartésico, de donde obtuvo su nombre.

Allí habitaron poblaciones traídas de África por Aníbal en la Segunda Guerra Púnica y luego Iptuci se convirtió en una civitas stipendiaria tras la conquista romana.

Con la conquista musulmana se convirtió en un asentamiento beréber de la tribu Ṣaddīna en al-Andalus, formando parte de la cora andalusí de Sidonia. Se convirtió en el hisn Saddína, según comenta al-Himyari.

La ciudad de Iptuci fue destruida por Alfonso VII en 1133, lo que probablemente supuso el fin de la ciudad.

En 1342 se firmó la carta de privilegio de Alfonso XI en la que se cedía a perpetuidad al Concejo de Sevilla el Castillo de Matrera (Villamartín, Cádiz) con todos sus términos, poblados, las dehesas y salinas de Hortales, rentas y derechos, con el compromiso de encargarse de su repoblación y ordenamiento.

En otras zonas más al norte han aparecido sistemas antiguos para calentar el agua salada y promover la evaporación, pero aquí no es necesario por la elevada insolación, lo que permite una alta saturación de sales en superficie. 

Visitar unas salinas bajo la lluvia es una experiencia extraña, porque la lluvia lava la sal y encuentras las estructuras casi desnudas, sin ese fulgor deslumbrante que lo domina todo.

Diferentes surgencias salinas en la zona se derraman en el arroyo de Cañada Honda. Una de esas surgencias se aprovecha en las salinas romanas de Iptuci.

Cuando el agua de lluvia atraviesa los estratos superiores de roca y las capas de sal, sale la salmuera a la superficie en forma de manantiales hipersalinos.

La surgencia de agua salobre mana de forma continua y se embalsa en un charco de salmuera de 20 a 30 cm de profundidad y menos de 200 cm de diámetro. El caudal es de entre 0,5 y 2 litros por segundo, y es observable a simple vista.

El agua mana con una concentración salina de unos 210 gramos por litro. Para tener un referente, la salinidad del Mar Muerto es de 332 g/l y la del Mediterráneo es de menos de 40 gramos por litro.

El color rojizo de la tierra se produce por la alta concentración de mineral de hierro de la surgencia, que se canaliza lo más lentamente posible hacia unas balsas cercanas donde el sol calienta el agua y se decantan las partículas de mineral de hierro en suspensión.

Estas grandes balsas sirven para decantar el hierro, calentar el agua y favorecer la evaporación.

Un pequeño acueducto de tejas, que incluso bajo la lluvia mantiene una gran costra de sal, conduce el agua con el mínimo desnivel hasta las balsas de evaporación.

En la parte más baja de las salinas se va cristalizando la sal. Dado que no se utilizan medios mecánicos ni motores, sino que es el mismo sistema que seguían los romanos, la sal es de una gran pureza.

El excedente de agua de la salina va al arroyo de Arroyo Hondo, donde se pueden observar restos de salinas que fueron utilizadas en la Antigüedad, pero desde la baja Edad Media se han dado procesos erosivos, colmataciones y daños como consecuencia de los cultivos en los cauces fluviales, lo que ha ocultado o destruido los registros arqueológicos prehistóricos. 

El cauce de Arroyo Hondo se puede seguir en verano por la costra de sal hasta que desemboca en el río Salado.

Estas salinas fueron conocidas como salinas de Ambrosio y se cerraron en el último tercio del siglo XX, pero se volvieron a abrir y la gestionan, con un trabajo parecido al de época romana, la quinta generación de salineros.

Bibliografía

Santiago Valiente Cánovas, Manantiales salinos continentales y afloramientos de ofitas: evidencias geoarqueológicas en la prehistoria de Cádiz

[1] “en su territorio hay minas de sal y no pocas corrientes de ríos salobres, y tampoco escasea la industria

de salazón de pescado, procedente tanto de la zona como del resto del litoral de más allá de las Columnas, que no va a la zaga de la salazón del Ponto”, Estrabón, Geografía 3,2,6.

[2] “Para muy pocas cosas están permitidos semejantes cuerpos, como se les permite a las compañías de arrendadores de contribuciones públi­cas, minas de oro o plata y salinas“, Digesto de Justiniano 3,78,4,1.

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