La conservación y el mantenimiento de las piezas de equipo militar constituía, al igual que en la práctica totalidad de los ejércitos profesionales a lo largo de la Historia, una rutina esencial en el ejército romano. A ello había que unir la propia mentalidad del guerrero en la Antigüedad clásica, tradición de la que el legionario era directo heredero. Como ser para la muerte, el guerrero antiguo debía presentar la mejor imagen posible en caso de ser reclamado por la Parca. No pocos ejemplos procedentes del período grecorromano nos muestran que la apariencia del guerrero era consustancial a su prestigio. A esta mentalidad cabría agregar, además, el propio valor económico del equipo endosado, a cuyo mantenimiento había que hacer frente para evitar su deterioro y necesidad de sustitución, así como que perdiera propiedades defensivas u ofensivas, lo que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.

En el caso del ejército romano del principado, el legionario, además de por estrictas razones de disciplina y de operatividad de las armas, era el primer interesado en mantener en buen estado su equipamiento tanto defensivo como ofensivo, pues sufría deducciones destinadas a su pago. Así, el legionario compraba sus armas al alistarse mediante el viaticum, retribución inicial de tres áureos que recibían todos los reclutas para hacer frente al desplazamiento hasta la unidad asignada y para la adquisición del equipamiento básico. Ese armamento era empleado durante todo el tiempo de servicio, toda su vida útil o hasta que se perdiera o retirara; en esos casos el soldado debía reemplazar las piezas de armamento necesarias, pagando nuevamente por las mismas. Cuando llegaba su retiro (honesta missio) o fallecimiento el ejército las volvía a recomprar. Este hecho podría explicar el porqué de la aparición de más de un nombre en la misma pieza de equipo militar.

Además de las razones mencionadas, el soldado debía cuidar y hacer lucir su equipo con el fin de presentar el mejor aspecto posible frente al enemigo, simbolizando así su marcialidad tanto para impresionarlo y hacerle flaquear como para reforzar la moral y el espíritu de cuerpo de las propias tropas. Puede traerse a colación la elocuente afirmación de Tácito de que “en la batalla, los primeros en ser vencidos son los ojos” (Germania 43). Onasandro, en este sentido, recomienda al comandante en jefe que su línea de batalla resplandezca ante los ojos del enemigo, algo que se consigue mediante la limpieza y el pulido de armas, cascos y armaduras, “pues el avance de las cohortes parece más peligroso por el brillo de sus armas, y esta aterradora visión provoca miedo y confusión en los corazones enemigos” (Strategikós 28); más adelante, vuelve a hacer hincapié en el impacto psicológico que provoca el brillo de las puntas de las lanzas y de las hojas de las espadas para amedrentar al adversario (Strat. 29). César incluso llegó a proporcionar a sus soldados armas decoradas con oro y plata por su vistosidad en combate, pero con la intención añadida de que sus legionarios lucharan más denodadamente aún ante el temor de perderlas (Suetonio, Div. Iul. 67; Polieno, Strat. VIII.23.20).

Vegecio, ya a fines del s. IV, nos informa de que eran los centuriones y decuriones los encargados de supervisar el entrenamiento de los soldados, así como de la disciplina, aspecto en el que se incluía que los hombres bajo su mando “vayan correctamente uniformados y calzados, y que las armas de todos ellos estén limpias y relucientes; (…) que limpien y cuiden con frecuencia sus corazas o cotas de malla, lanzas y yelmos. Pues la brillantez de su armamento provoca gran miedo en el enemigo, ya que ¿quién considerará belicoso a un soldado cuyas armas están manchadas con herrumbre y barro por su propio descuido?” (Epit. 2.14).

Todas estas evidencias, unidas al registro arqueológico muestran que las superficies exteriores de los distintos tipos de armaduras y cascos solían estar pulidas, lo que contribuía, haciéndolas brillar, a reforzar la imagen de marcialidad y disciplina tanto del soldado individualmente considerado como del ejército en su conjunto. De esta forma, es comprensible que, tanto por cuestiones de mentalidad, como por disciplina y operatividad, así como para evitar la siempre desaconsejable ociosidad, el legionario dedicara buena parte de su tiempo en el campamento a la limpieza y mantenimiento de armas y equipo.

Por lo que respecta al desgaste de las piezas, éste podía producirse por combate o, más frecuentemente, debido a los entrenamientos cotidianos, lo que incluiría la pérdida de escamas o anillos en las corazas, rotura de enganches, desgaste de correas, etc. En caso de incidencias menores probablemente fuera el propio soldado el encargado de su reparación. No obstante, existían ciertas labores relacionadas con ese mantenimiento, como la reparación de desperfectos relativamente importantes, que el legionario no podía desarrollar por sí mismo. Para ello las legiones contaban con talleres (fabricae) y personal especializado, los custodes armorum, encargados de supervisar el estado de las armas y armaduras y de enviarlas a dichos talleres en caso de que necesitaran reparaciones de cierta entidad.

Nos centraremos, a continuación, en las labores de mantenimiento necesarias para los diferentes tipos de protección que revestían los legionarios.

Armaduras

El primer tipo de armadura a analizar sería la denominada lorica segmentata, compuesta por láminas de metal engarzadas entre sí mediante correas de cuero interiores, junto a toda una serie de apliques y hebillas para mantenerlas en posición. Tres fueron los modelos empleados por las legiones hasta fines del s. III d.C. e incluso comienzos del s. IV: el “Kalkriese”, surgido en época augústea, el tipo Corbridge (en dos grandes variantes: A y B/C, en uso durante todo el s. II; y el modelo “Newstead”, empleado desde mediados del s. II en adelante, pero conviviendo en los arsenales legionarios con el modelo precedente. El mayor hándicap de esta coraza lo constituía su continua necesidad de limpieza y mantenimiento, para evitar en la medida de lo posible el desgaste y la corrosión. Éstos podían producirse por diversas vías; las más importantes, sin duda, eran las derivadas del sudor y el rozamiento provocados por su uso, a lo que se unía la relativa debilidad de los apliques utilizados, tal como muestra el registro arqueológico. De hecho, el propio material empleado en esos enganches y hebillas, generalmente aleación de cobre (concretamente orichalcum, 80-85% de cobre y 20-15% de zinc), era relativamente débil para la función que tenía que desarrollar; además, las reacciones químicas entre los enganches de aleación de cobre y las placas de hierro favorecían la corrosión electrolítica, provocando que muchos de ellos se desprendieran con demasiada facilidad. Por su parte, la acidez de la transpiración también deterioraba las piezas más frágiles, así como las correas interiores, requiriendo el envío de la coraza a la armería para su correcto mantenimiento. Esa debilidad estructural y el estrés al que eran sometidos los materiales durante su uso cotidiano obligarían a continuas rondas de reparaciones. Si bien el problema se intentó solucionar en parte con el modelo “Newstead”, con un menor número de apliques y hebillas, éste aún seguía exigiendo un considerable mantenimiento.

Lorica segmentata Newstead.jpg

La limpieza de las placas y el tratamiento de las correas interiores para mantener su flexibilidad eran, por tanto, esenciales en este tipo de corazas, siendo un ingrediente básico en dicho proceso el aceite de oliva (o, en cierta medida, grasas locales alternativas), del que las legiones estaban ampliamente surtidas independientemente de su punto de acantonamiento. A la alta efectividad de este producto como barrera protectora contra la corrosión también se unía su eficacia para engrasar los enganches, hebillas y partes móviles de estas armaduras y de los cascos, así como para el tratamiento de las piezas de cuero. Para almacenamientos de cierta duración también se podían emplear pez vegetal y yeso (Plinio, NH xxxiv.150), que prevenían la corrosión hasta su distribución definitiva.

Existían en esta coraza algunas partes de difícil acceso para su limpieza, como las zonas de solapamiento de las placas; no obstante, dichas zonas requerirían menos atención, pues el uso diario hacía que el roce en las mismas las mantuviera limpias de óxido. El resto de las placas, al ser relativamente grandes, no eran difíciles de limpiar. Finalmente, los soldados podían en caso necesario proceder a pequeñas reparaciones de urgencia en campaña, pero para las de cierta entidad era necesaria la intervención de personal especializado.

La cota de malla (lorica hamata) es el segundo tipo de armadura a considerar. Su elaboración era mucho más compleja que la segmentata, pues para forjar y unir la gran cantidad de anillos, generalmente de hierro, que la componían eran necesarios armeros y herreros especializados. Sin embargo, su mantenimiento era menos complejo, pues el soldado podía encargarse personalmente, dependiendo de su mayor o menor pericia, de las pequeñas reparaciones, algo muy de agradecer sobre todo en campaña. Para roturas o desgarros de cierta consideración la coraza debía ser trasladada a los talleres, donde sería puesta de nuevo en condiciones de uso por el personal especializado de la legión. Si bien las armaduras de malla requerían de este tipo de artesanos más o menos especializados para atender a su mantenimiento, sobre todo en desperfectos amplios producidos en combate, la ausencia de apliques, hebillas y correas facilitaba su mantenimiento en líneas generales, aunque la propia estructura de la misma podía favorecer la corrosión, sobre todo en caso de que se almacenara durante un cierto período de tiempo. Los métodos de limpieza podían ser variados: cepillos, tela, arena (cuya acción abrasiva ayudaba a hacer desaparecer la corrosión de las zonas menos accesibles), etc. Por otra parte, era recomendable proceder a un aceitado periódico de los anillos metálicos con el fin de protegerlos del sudor y los agentes medioambientales. Para resaltar las ventajas de este tipo de coraza, algunos especialistas afirman incluso que, si se endosaba regularmente, en cierta medida la lorica hamata se “autolimpiaba” debido al movimiento constante y a la abrasión provocada por el roce de los anillos entre sí.

Finalmente, el tercer tipo de coraza en uso en las legiones del Principado era la lorica squamata, la cota de escamas, elaborada a partir de piezas metálicas (bronce o hierro) con forma generalmente de escama de pez más o menos grandes engarzadas a una base de lino o cuero que las mantenía en posición. A diferencia de las dos anteriores, la cota de escamas no requería unos conocimientos especiales, pudiendo ser reparada en mayor medida que las dos anteriores por los propios soldados. En este sentido, forjar y cortar pequeñas planchas de bronce o hierro y montarlas sobre una base textil o de cuero era más una cuestión de paciencia que de pericia técnica. Además, la squamata podía producirse a un coste mucho más bajo que la malla o la lorica segmentata, que sólo podían ser manufacturadas por artesanos especializados. Como traba, debido a la propia estructura de escamas engarzadas, era más compleja de limpiar que los modelos analizados más arriba.

Escudos

Los escudos empleados por los legionarios del Principado, ovales o rectangulares (scuta), en el caso de la infantería, a los que habría que unir los redondos (parmae) de portaestandartes y músicos, o los hexagonales y ovales de la caballería legionaria, se caracterizaban por su construcción en madera contrachapada, con varias capas que se iban superponiendo transversal y longitudinalmente para reforzar su estructura e incrementar sus capacidades defensivas. Al exterior estaban recubiertos con cuero y los bordes solían estar protegidos con cantoneras, bien metálicas o bien de un material más flexible (cuero). Tanto el cuero que recubría la madera como las cantoneras tenían esencialmente la misión de proteger la estructura del escudo, evitando que la madera se deteriorara con la humedad, para incrementar la vida útil de la pieza. Los escudos también iban decorados al exterior y cada legión o unidad presentaba sus propios motivos para diferenciarse del resto.

La mano izquierda del soldado iba protegida por el umbo metálico del escudo, que también necesitaba de limpieza y mantenimiento para evitar el óxido. Al poseer una estructura semicircular, la reparación de fracturas o agujeros producidos en combate hacía necesario su envío a los talleres, pues los herreros debían calentarlos al rojo para después, mediante martilleo en frío, volver a darle la forma original. Las cantoneras metálicas también exigían su limpieza para evitar la corrosión, así como su sustitución cuando se deterioraban o perdían, para que el alma de madera del escudo no se viera afectada. Finalmente, una importante preocupación del legionario habría sido proteger su escudo de la humedad, para lo cual se empleaban fundas de cuero, convenientemente impermeabilizadas con aceite u otros tipos de grasa, que mantenían seca la pieza.

Cascos

Desde época augústea diversos fueron los tipos de casco cuyo uso se fue sucediendo en la infantería legionaria, con períodos de convivencia más o menos largos entre algunos de ellos. Cabría destacar, sin entrar en muchos detalles, los tipos Coolus, Buggenum, Haguenau, Weisenau, Heddernheim… caracterizados por la progresiva ampliación de cubrenucas y carrilleras para proteger totalmente cabeza, cara y cuello del legionario. El material empleado era el bronce o el hierro y a través de su diseño puede seguirse cómo se fue modificando la forma de combate individual del legionario romano. Estas piezas de equipo también necesitaban un mantenimiento adecuado, para evitar que la corrosión las afectara y redujera su vida útil o capacidades defensivas. Este mantenimiento no se limitaba a la parte metálica; el interior de los cascos también disponía de un revestimiento de cuero, lo que, unido a algún tipo de pieza de tela o gorro (como el pilleus), evitaba que el metal entrara en contacto directamente con la piel del soldado. A todo ello había que unir las correas o cuerdas interiores para mantener el casco en posición, generalmente en cuero, que necesitarían una sustitución por desgaste cada cierto tiempo.

Casco romano

Hay que tener en cuenta que los cascos se intentaban mantener en uso mientras siguieran siendo operativos, por lo que en algunas piezas pueden observarse adaptaciones para equipararlos a las piezas más novedosas, que habrían incorporado desde un principio esas mejoras. En este sentido, se conocen ejemplos de cascos de épocas precedentes a los que se adaptaron refuerzos superiores cruzados o refuerzos frontales, prolongando así su vida útil y acercando su diseño a los nuevos estándares derivados de la evolución de la forma de combatir del legionario. El engrasado de la pieza para su conservación también era esencial, al igual que en el caso de las corazas.

Otras piezas defensivas: grebas y manicae

Para finalizar, mencionaremos dos piezas defensivas más que podía portar el legionario para completar su atuendo de combate. En primer lugar la manica, protección de placas de estructura similar a la segmentata que se llevaba en el brazo derecho para protegerlo durante el combate cuerpo a cuerpo. Su aparición parece que hay que situarla hacia finales del s. I d.C., en conexión con las guerras contra los dacios, si bien su uso se extendió a otros teatros de operaciones, tal como muestra el registro arqueológico. Su estructura suponía que sus problemas de mantenimiento y limpieza eran equiparables a los de la segmentata, por lo que no nos detendremos más en esta pieza, remitiendo al lector a lo mencionado más arriba respecto a ese tipo de coraza.

Por último, el legionario podía llevar también como elemento defensivo una greba metálica (ocrea), colocada en la pierna izquierda, que es la que se adelantaba cuando tomaba la posición de combate protegido tras su escudo y con el gladius dispuesto para atacar en su mano derecha. La pierna derecha, al quedar retrasada, no requería esa protección. La greba contaba en su interior con un revestimiento de cuero y tela más o menos grueso o acolchado, para evitar el contacto directo con la piel y amortiguar en cierta medida los golpes que pudiera recibir. Su conservación y limpieza eran también esenciales para evitar la corrosión, así como para prolongar la vida útil de los refuerzos interiores.

Por todo lo expuesto, puede afirmarse que el mantenimiento y la limpieza de todas las piezas de equipo defensivo mencionadas era esencial en el ejército romano, tanto a nivel individual como a nivel de subunidades y de la propia legión, en este último caso para las reparaciones de cierta gravedad que requerían una pericia, herramientas o conocimientos que el soldado no tenía por qué poseer. Todo ello redundaba en la prolongación del tiempo de servicio de las piezas, el reforzamiento de la disciplina y el mantenimiento de una imagen acorde a la que debía dar el poder y majestad de Roma, sin olvidar el ahorro económico (que, no obstante, acababa también aprovechando al legionario) y el menor estrés sobre los canales de producción y distribución de equipo militar que suponía evitar la sustitución de piezas derivadas de su pérdida por desidia o falta de un mantenimiento adecuado.

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