La batalla de Los Arapiles, decisiva para iniciar el declive de Napoleón en Europa, comenzó al amanecer del 22 de julio de 1812 en la ermita de Nuestra Señora de la Peña, cerca de Calvarrasa de Arriba, Salamanca.

El francés Marmont y el inglés Wellington eran expertos en la guerra y llevaban mucho tiempo estudiándose y vigilándose de cerca, esperando cada uno que el otro cometiese un fallo para iniciar la batalla, pero el fallo no se producía.

La campaña del ejército británico en la Península comenzó en agosto de 1808 con un desembarco en la desembocadura del río Mondego, en Figueira da Foz. El camino a Salamanca supuso cuatro años de duro trabajo para Wellington, que se enfrentaba a fuerzas enemigas numéricamente superiores y a un gobierno británico preocupado porque su único ejército pereciera en la Península Ibérica.

La posición aliada se extendía desde Santa Marta de Tormes, junto al río, a lo largo de una serie de alturas que iban hacia el sur, hasta el ArapiI Chico. Marmont ocupó la cresta frente a los aliados, que se extendía desde el río Tormes, en el flanco derecho francés.

Frente a ellos, en Calvarrasa de Arriba, se encontraba la capilla en ruinas de Nuestra Señora de la Peña, una magnífica posición estratégica como puesto de observación desde la que se domina el Arapil Grande, a la izquierda, y el Arapil Chico, a la derecha.

Estaba ocupada por algunos soldados de la 7.ª División británica y el general francés Marmont dio la orden de echarlos, pero Wellington ordenó controlar esa altura para impedir que el enemigo conociera la posición exacta del grueso del ejército aliado.

A las 7 de la mañana los ingleses que estaban en la ermita fueron atacados por los soldados franceses de Foy.

Wellington respondió enviando a todos los cazadores de la 68º y 2º que hicieron retroceder a los franceses, lo que muestra la determinación de Wellington de proteger a su fuerza principal de las miradas de las tropas de avanzada de Marmont con la esperanza de que cometiese un error por la falta de información.

Esa posición fue disputada todo el día, pero sin mucha convicción, puesto que el ejército aliado sólo tuvo 30 bajas en esa zona.

Los dos ejércitos estaban bastante equilibrados, pero el ejército francés pronto iba a recibir refuerzos para sus tropas, por lo que el ejército aliado tendría que regresar a Ciudad Rodrigo y Portugal. Tenía pocas oportunidades para entablar una batalla.

Los altos de Calvarrasa son una cadena rocosa elevada unos diez o quince metros sobre un valle que se extiende hacia el oeste. A sus pies fluye hacia el norte el arroyo de Pelagarcía, que es uno de los elementos que convertían ese lugar en estratégico.

Allí se encuentra una fuente que le da mayor valor estratégico al baluarte rocoso natural sobre el que se sitúa la ermita. Esa fuente sigue exactamente el mismo modelo de otras fuentes antiguas de la zona, formando un amplio charco redondo en el que puedan abrevar los animales.

Sorprendentemente, al lado de la fuente hay una plaza de toros catalogada del siglo I, lo que la convertiría en la más antigua del mundo, muchos siglos por delante de las de Béjar y Ronda, que se disputan la primogenitura.

Los aliados mantuvieron el control de la ermita, pero no fueron capaces de expulsar a los franceses más allá y éste fue un terreno disputado a lo largo de toda la batalla.

Marmont había cruzado el río con su ejército y giró hacia el suroeste para cruzar la carretera principal hacia Ciudad Rodrigo, que era la línea de retirada de Wellington hacia Portugal, aunque Wellington había previsto otra vía de retirada alternativa, para el que caso que fuese necesaria.

La resistencia aliada en la ermita hizo que Marmont intentara envolver la posición seleccionada por Wellington.

Sorprendentemente, por un descuido de ambos generales, los dos arapiles estaban vacíos. Marmont ordenó a Bonnet que se apoderara de ambos, pero Wellington tomó la misma decisión casi al mismo tiempo. Tal vez eso fue uno de los detalles que cambiaron el signo de la batalla.

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