Siempre es difícil establecer con seguridad cualquier tipo de información sobre los primeros tiempos de Roma. Y aunque en las últimas décadas la arqueología nos ha revelado importantes datos, el conjunto de la realidad histórica de la Roma de los primeros tiempos sigue siendo un campo lleno de incertidumbres, en el que moverse es algo que siempre debe hacerse con precaución y con un fuerte sentido de la responsabilidad. Unas condiciones que no son modernas, pues ya el propio Tito Livio se quejaba amargamente de lo difícil que era narrar los primeros episodios de su ciudad, debido a la falta de escritos veraces y la cantidad de tradiciones y leyendas con las que debía trabajar. Sin embargo, eso no fue impedimento para que relatara una serie de hechos que, según la tradición, eran atribuibles a los primeros tiempos. Unos hechos que la moderna historiografía toma con mucha cautela, pues tienden a caer en ciertos anacronismos y establecen hechos que no se corresponden con las pruebas arqueológicas.
Entre los hechos narrados por los autores romanos sobre los orígenes de Roma, destaca cómo su pasado concuerda de forma casi idéntica con la historia de las ciudades griegas, sobre todo con la de Atenas. Al no tener muchos datos sobre los orígenes de Roma y sus primeros tiempos, los autores romanos de mediados y finales de la República se basaron en la historia de las ciudades griegas para establecer la suya propia. Además, hay que destacar el gusto por el mundo helénico, que desde muy temprano se extendió entre las élites itálicas, que incluso se hacían representar a la manera griega. Unas representaciones que darían pie a que los autores posteriores creyeran que dicha imagen respondía a una realidad y no a un ideal. Esto nos obliga a una lectura crítica de las fuentes, comenzando con la contextualización de los propios autores, principalmente Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso, los dos autores que nos ofrecen más información sobre la época de la monarquía en Roma. La primera consideración es que ambos autores son de finales del siglo I a.C. Una época en la que Roma ya ha conquistado el Mediterráneo y en la que busca en su pasado la justificación de su posición de dominio. Un proceso de embellecimiento o, quizá ennoblecimiento, que dificulta nuestra labor de recuperación de los verdaderos hechos históricos de la Roma primitiva.
Si nos centramos en los aspectos militares uno de los datos en los que, tanto Tito Livio como Dionisio de Halicarnaso coinciden, es en la adopción por parte de Roma del tradicional ejército hoplítico griego. Para ello, y siguiendo a dichos autores, no dudan en achacar a Servio Tulio, el sexto de los míticos reyes de Roma, una profunda reforma militar-social que estructuraría a la Roma del siglo VI a.C. en cinco clases bajo criterios económicos. De esta forma, sería la primera clase – que debían acreditar poseer más de 100.000 ases –, la más pudiente, la que adoptaría la panoplia hoplítica, formando 40 centurias armadas a la manera griega, que a su vez se dividirían entre los jóvenes – iuniores – y los más ancianos – seniors –. Las cuatro clases restantes irían armadas de más pesadas a más ligeras. Sin embargo, dicha teoría choca con bastantes contratiempos.
Gracias a los trabajos arqueológicos de las últimas décadas, se han podido estudiar de primera mano las tumbas de los guerreros itálicos de los primeros tiempos de Roma. Entre los hallazgos, destacan escudos redondos al estilo hoplítico, hecho que en primer momento se usó para corroborar la existencia de un ejército de hoplitas en la Roma primitiva. Sin embargo, estudios más pormenorizados han sacado a la luz nueva información, que más que confirmar la información de las fuentes antiguas, la contradicen. Por un lado, este tipo de escudos redondos (aspis) no son exclusivos de los hoplitas: estudios modernos han concluido que estos escudos redondos se utilizaron en la Grecia primitiva también como defensa individual en combates abiertos. Dicho de otra forma, una de los fundamentos para establecer un armamento puramente hoplítico probablemente no lo es. Por otra parte, el casco común hallado en las tumbas itálicas es un casco abierto y no cerrado, como era norma en los ejércitos hoplíticos. Son cascos pensados para formas de combate de orden más abierto. Además, asociadas a estos enterramientos, encontramos tipos de armas (como hachas, jabalinas…) que difícilmente podrían haber sido portadas por un hoplita en el campo de batalla. Es decir, la panoplia hallada en las diferentes tumbas del entorno itálico no responde a la que se esperaría encontrar en una tumba de un hoplita. Sin embargo, y es destacable, la influencia griega en los diferentes elementos sigue siendo incuestionable.
Por otro lado, la división social que nos trasladan las fuentes, las llamadas reformas servianas mencionadas más arriba, datadas a mediados del siglo VI a.C., parten de criterios monetarios para realizar la segregación de la sociedad romana. Sin embargo, no será hasta el siglo IV a.C., cuando Roma adopte el sistema monetario descrito en las fuentes, en lo que parece un anacronismo claro. Sin duda se trató de la atribución al pasado de una reforma que debió, no solo ser bastante posterior, sino que además debió producirse en un proceso paulatino y no de forma repentina. Además, y siguiendo con el tema social, si analizamos de forma crítica las fuentes, podemos observar cómo el panorama está dominado por las distintas familias (gentes o clanes), que son los impulsores de las hostilidades con las comunidades vecinas, atendiendo exclusivamente a intereses privados. Es decir, frente a la necesidad de un estado fuerte, que es la base del ejército hoplítico griego, Roma parece establecerse como una entidad dividida, prácticamente proto-estatal, donde cada familia posee unas pequeñas fuerzas para velar por sus propios intereses. La aparición de una milicia estatal no es más que el germen que, con mayor o menor éxito, no cuajará como una verdadera fuerza militar al servicio de lo que podemos llamar interés general, hasta bien entrado el siglo IV a.C. y no algo repentino y consecuencia de una reforma profunda del sistema social romano de un día para otro.
De esta manera, volviendo al tema original, debemos entender que la Roma primitiva, como la mayoría de las poblaciones de su entorno en la misma época, distaba mucho de ser un estado plenamente establecido. Más bien, se trataría de un equilibrio de fuerzas entre las distintas familias. Así, debemos entender que las fuerzas de combate con las que contaba Roma en sus primeros tiempos, eran las que las distintas familias estaban dispuestas a proporcionar para un objetivo concreto e inmediato. Unas operaciones que, en un primer momento, se traducían en pequeñas acciones de saqueo. Se convierten, de esta manera, los paterfamilias en una suerte de señores de la guerra que luchaban por unos intereses propios. Las fuerzas de combate se reunirían a la orden del líder de la familia y se limitarían a una escaramuza rápida, buscando un botín con el que volver a casa, lejos de campañas militares planificadas o intereses por conquistar de forma permanente las regiones colindantes, al menos hasta mediados del siglo V a.C., cuando ya observamos cierto interés por la dominación territorial.
Pero, si no se equipaban a la manera griega, ¿cómo era la panoplia de un romano en los primeros tiempos de la Ciudad? Esta es una pregunta que aún es difícil de responder; lo más probable es que debamos hacer paralelismos con las culturas cercanas, estableciendo que la forma de lucha sería similar y que el armamento utilizado sería, por tanto, tambien muy parecido. Lo primero que destaca en las tumbas de la época que han llegado hasta nosotros, es la presencia constante de armas arrojadizas. Es muy probable que, junto a otras armas, el guerrero itálico de la época portase una serie de armas arrojadizas (venablos) que lanzaría antes de entrar en combate, al modo que posteriormente se utilizaría el más conocido pilum. Por otra parte, encontramos también en los enterramientos el ya mencionado escudo redondo (aspis), que bien podría usarse en combates abiertos. Este tipo de escudo iba embrazado gracias a un porpax y, por el perímetro del escudo una cuerda (antilabe) haría las veces de asidero.
Sobre las protecciones corporales, conocemos varios tipos que debieron estar en uso en la época. Protecciones como las disco-coraza (kardiophilax en griego), linothorax (coraza de lino encolado) y, más reservado a la élite, corazas de bronce. Sin embargo algunos guerreros podrían ir sin ningún tipo de protección; al fin y al cabo, cada guerrero debía costearse el equipo. También es común el uso de grebas de estilo griego, registrado en las tumbas halladas y visible en representaciones pictóricas de la época. Como decíamos más arriba, en el mundo itálico es común encontrar cascos abiertos frente a los cascos cerrados más del gusto griego, sin descartar el uso de cascos del todo griegos, como el corintio, con el que pronto tomarían contacto los primeros romanos. Es difícil por tanto precisar un tipo de casco en concreto como el usado por los romanos antes de la adopción del Montefortino (a partir de modelos celtas durante el siglo IV a.C.). Es este tipo de procesos de adopción de elementos de otras culturas, lo que nos hace entender que, posiblemente, en unos primeros momentos los romanos adoptaron piezas propias de otras culturas, como la griega, antes de adoptarlas a su gusto. Es decir, no sería demasiado aventurado proponer que es muy posible que, previo a la fabricación del casco Montefortino, algún guerrero romano portase un casco de fabricación griega o celta.
Junto a esta panoplia, es normal que el guerrero romano portase una espada. Al igual que en el caso del casco, es difícil precisar un modelo concreto. En Etruria, encontramos desde el siglo VII a.C. la espada del tipo kopis, también utilizada en Grecia. Una espada que algunos especialistas han creído ver en algunas estatuillas militares romanas del siglo IV a.C. Asimismo, no sería raro encontrar romanos portando espadas del tipo griego de tipo xiphos, como la encontrada en la localidad de Campovalano o en la localidad también italiana de Alfedena. Ambas espadas cumplen con los requisitos para ser el arma utilizada por la forma de combate que creemos tenían los romanos.
Por último, es importante hacer notar que incluso los hallazgos arqueológicos de piezas de la panoplia guerrera puede llevarnos a confusión. De este modo los escudos de bronce encontrados son, en ocasiones, sumamente pesados para ser prácticos en una batalla. Es muy posible que estos elementos fuesen realizados ex profeso para formar parte del ajuar funerario del guerrero y no fuese un escudo funcional. Sería éste más bien de elementos perecederos (madera y cuero principalmente), menos resistentes pero más fácil de transportar y manejar. Del mismo modo, al igual que pasaba con las representaciones pictóricas que mencionábamos más arriba, es posible que muchas de las armas que se colocaban en el ajuar funerario no fuesen armas usadas por el finado en vida, sino que respondieran a criterios de prestigio. De hecho, en varias tumbas se han encontrado tal cantidad de armas que difícilmente podrían ser portadas todas a la vez en una batalla.
En resumen, resulta sumamente complicado establecer con seguridad cómo se equiparía un guerrero romano en los primeros tiempos de Roma. Los hallazgos en las zonas cercanas son nuestra prueba más fiable para establecer una panoplia normal, aunque siempre debemos entender que cada guerrero se vestiría de una forma individualizada, a su gusto, aunque respetando siempre cómo sería la forma de guerrear de la época. De esta forma, establecer un equipo estandarizado es una labor de ficción que no respondería a una realidad histórica.
Debemos entender cómo normal los prestamos de elementos típicos de las culturas cercanas. La transferencia de tecnología y conocimientos entre culturas era una constante entre los pueblos de la antigüedad. A diferencia de lo que muchas veces se piensa, la comunidades no eran unidades impermeables a las influencias externas. De hecho, la propia historia de Roma puede ser prueba de esa permeabilidad culturas; muchos de elementos característicos de la sociedad romana son productos de una adopción y adaptación de elementos foráneos.
Por último, y no menos importante, hay que repetir la precaución que debemos tener a la hora de tomar las representaciones artísticas como modelos que representan una realidad histórica. En muchos casos, el gusto por las modas extranjeras, en la época que nos ocupa fundamentalmente la griega, puede llevarnos a contemplar espejismos. El promotor de una pintura o escultura, o bien el propio artista, representa a los protagonistas en una situación ideal, portando elementos que no responden a los históricamente verdaderos, buscando más la impresión artística y la promoción del representado, que la fijación de un modelo verdadero con fines informativos. Una precaución que debemos tener en cuenta, no sólo en la época monárquica y comienzos de la República, sino hacerla extensible a, prácticamente, toda la historia de Roma.
* La imagen que encabeza este artículo pertenece a Paestum y está datada en el siglo IV a.C. La hemos elegido porque, con mucha probabilidad, los guerreros romanos portarían una panoplia similar.
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