Bienvenidos a un nuevo artículo de la Casa del Recreador. Para esta ocasión he pensado que podría hablaros sobre un tema que a mí me fascina y que quizás es menos conocido de lo que debiera, pero que opino que merece ser tratado como Dios manda. Me refiero a un tema que se engloba dentro de un tiempo por el que la historiografía moderna ha pasado más bien de puntillas, pero que es muy complejo y digno de estudio: el gobierno de Flavio Justiniano. Y es que este fue uno de los grandes emperadores del imperio romano de oriente o el mal llamado imperio bizantino, y que ostentó el poder entre los años 527 y 565 d. C., un período sin duda extenso.

Obviamente podría hablaros largo y tendido sobre esta esplendorosa época. Podría tratar todas las reformas que impulsó a lo largo de su longevo gobierno, que ya os adelanto que fueron muchas. Aunque en lugar de hacer eso voy a centrarme en el campo militar, en el cual me muevo con más soltura y del que seguro que muchos de vosotros sois fans incondicionales.

Vayamos pues a ello, ya que creo que el ejército romano en tiempos de Justiniano I fue uno de los estamentos más relevantes de la sociedad. Y qué mejor que comenzar hablando sobre uno de los pilares en los que se sustenta todo ejército que se precie: el reclutamiento.

¿Cómo se llevaba a cabo el reclutamiento en ese momento de la historia del imperio? A grandes rasgos debo deciros que se alistaba el que quería, es decir, por lo menos a priori los que se presentaban eran voluntarios. Ese reclutamiento se llevaba a cabo por zonas o regiones concretas, siendo estas Tracia, el Ilírico, Armenia e Isauria (zona montañosa de los Tauros en la actual Turquía). La excepción la tenemos en el reclutamiento de los miembros de la guardia imperial, que como comprenderéis se llevaba a cabo directamente en la capital, Constantinopla.

Como había sucedido siempre, el hecho de enrolarse suponía una salida para muchos de los campesinos que poblaban los territorios imperiales, ya que era una profesión con más garantías y que podía reportar más beneficios que la ardua tarea de cultivar y trabajar los campos. Pero el ejército también sacaba algo de provecho de esos hombres, y es que como eran tipos fuertes y curtidos, eran los candidatos óptimos para ser entrenados como soldados.

Hablemos ahora un poco sobre la composición del ejército de esos tiempos. Sabemos que se dividía en dos tipos de tropas, que cuando os las nombre seguro que os sonarán: los limitanei y los comitatenses. Los primeros eran los encargados de guarecer las fronteras del imperio (los limes) y los segundos serían las tropas móviles que se desplazaban hacia los puntos de conflicto. Esta división del ejército no se puede atribuir a Justiniano, debemos ser “justos”, nunca mejor dicho. Básicamente porque tuvo lugar en tiempos de Diocleciano, finales del siglo III, como parte de sus reformas en el campo militar.

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Belisario rechaza la corona de Italia ofrecida por los godos

Sigamos pues con las unidades que componían el ejército. Y ahora ha llegado el turno de hablar de los contingentes de extranjeros y de cómo podían servir en el ejército romano. Podían servir en calidad de foederatii (federados), bajo la dirección de oficiales romanos, o bien como simples aliados (symmichoi o socii), en cuyo caso, los que les comandaban eran oficiales de su mismo origen y procedencia.

Ahora os voy a hablar con más detalle de otro tipo de tropas que servían en tiempos de Justiniano, de los bucellarii. Estos también estaban ya presentes en los ejércitos del tardo imperio y eran tropas privadas que servían a los grandes generales del momento. Estos solían ir a caballo, aunque llegado el caso tenían el entrenamiento suficiente como para combatir a pie como infantería de choque. Estas unidades estaban conformadas por dos tipos de soldados, los llamados escuderos (hypapistas) y los lanceros (doryphoroi). Por ejemplo, sabemos que hombres importantes del momento como el gran Flavio Belisario, el eunuco Narsés o el general Mundo llegaron a contar con ejércitos de bucellarii de hasta siete mil hombres. Obviamente el mantenimiento de esas tropas corría a su cargo, aunque llegado el momento de combatir, se ponían al servicio del emperador como fuerzas de élite.

Además de todo lo anteriormente nombrado, en el ejército romano del siglo VI la flota estaba compuesta por un gran número de marineros, a los que se añadían normalmente las milicias de civiles reclutadas en momentos de crisis y un importante cuerpo de artilleros, los llamados ballistarii.

Una vez que ya sabéis algo más sobre la composición del ejército, permitidme que vuelva a hablar del reclutamiento ya que aún quedan algunos aspectos que tratar. La edad mínima para entrar como voluntario parece que estaba estipulada en los dieciocho años, y según se deduce del Código Justinianeo (del cual os hablaré en otra ocasión) se prohibía el alistamiento a los ancianos. Sobre el concepto de anciano de la época no existe demasiada información, así que teniendo en cuenta la esperanza de vida del momento, quizás un hombre de cincuenta y pocos años ya era considerado como tal. Aunque es preferible dejar la palabra anciano y no hacer conjeturas ni aventurarse n zonas pantanosas que luego pueden ocurrir accidentes.

Lo que está claro en cualquier caso es que los voluntarios debían poseer todos los derechos civiles y tener unas capacidades físicas adecuadas para resistir el entrenamiento. Por tanto, los esclavos y los libertos quedaban excluidos, por lo menos inicialmente. Además, había otras personas que tampoco podían servir, cómo por ejemplo los funcionarios que dependían de los gobernadores provinciales, los siervos de las glebas y los miembros de las curias. Pero como siempre, había excepciones, y es que según el documento oficial antes mencionado, los esclavos podían ser reclutados siempre y cuando contaran con el permiso de sus amos, cosa que parece poco probable teniendo en cuenta que comprarlos era una inversión económica. Poseemos otro dato importante en cuanto a las excepciones, y es que en el año 529, el emperador Justiniano prohibió a los comerciantes el oficio de las armas, básicamente para no desatender sus negocios y permitir que el comercio fluyera. Sabemos que excluyó de esa prohibición al gremio de cambistas de Constantinopla siempre y cuando estos renunciaran a su profesión.

Sobre las características físicas que debían tener los reclutas, pocos datos tenemos al respecto, aunque el sentido común, o la información de tiempos anteriores nos pueden dar alguna aproximación. Y es que continuaba vigente la revisión médica de los candidatos y no eran admitidos los que tuvieran alguna malformación. Por ejemplo, para ser guardia imperial era esencial poseer una forma física excepcional. También tenemos constancia de que para acceder a algún cuerpo especial como podía ser la misma caballería, el candidato debía superar algún tipo de prueba de aptitud específica para el puesto.

Y ya que hablamos de la caballería… Permitid que me detenga un poco en ese cuerpo, para recordaros un detalle, y es que en esos tiempos se había convertido en la fuerza de choque de los ejércitos. No sólo los romanos, sino que todos los reinos e imperios otorgaban un papel fundamental a las tropas montadas y la infantería servía más como un complemento. Las todopoderosas legiones de la Roma del alto imperio hacía tiempo que habían pasado a la historia. Ese es un detalle importante que no debéis olvidar.

Hablemos de otro tipo de reclutamiento o más bien de otra de las maneras de acceder al ejército. Me refiero a los hijos de los nobles y los aristócratas del momento. Podemos afirmar que en esos tiempos el servicio de las armas era hereditario entre las familias más importantes. Así pues, incluso los cargos se transmitían de padres a hijos, por lo tanto, los jóvenes de alta alcurnia no tenían que pasar por la tropa, sino que ingresaban en el ejército con un cargo acorde a su pasado. Era habitual que si el padre había ostentado un rango importante, su hijo ocupara directamente su puesto. En pocas palabras, se trataría de los típicos casos de enchufismo que ya se venían dando desde los albores de la humanidad.

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Belisario pidiendo limosna por Jacques-Louis David

Sobre el asunto de las levas de reclutas, el historiador y cronista Procopio de Cesárea, que a la postre fue el encargado de escribir sobre la vida y hazañas del gran general Flavio Belisario, llegó a decir que se hacían anualmente, aunque no siempre se lograban cubrir todos los cupos necesarios. Es por ello, que los grandes generales de esos tiempos, entre los que se encontraba el propio Belisario o el general Salomón, se encargaban de hacer el reclutamiento de sus ejércitos privados por su cuenta. En ocasiones lo hacían en nombre propio, aunque en otras la tarea se llevaba a cabo en nombre del emperador, sobre todo en los momentos en los que se requerían levas extraordinarias para iniciar o proseguir con las campañas bélicas.

Avanzando un poco, sabemos que, superado el examen médico, la siguiente fase consistía en unas pruebas físicas que eran supervisadas por el mismo oficial al cargo del punto. Una vez se pasaban esas pruebas, los responsables del mismo enviaban unos informes a las oficinas de reclutamiento de cada una de las regiones con los resultados, y estas a su vez hacían lo propio con destino a la capital, Constantinopla. La respuesta tardaría algún tiempo en ser devuelta, ya que tenía que seguir el camino inverso. Cuando esta arribaba de nuevo, un oficial con el cargo de adiutor las registraba de manera oficial, a la vez que cobraba a los enrolados una cuota que sabemos que en tiempos de Anastasio (491-518) era de un sólido. Esta cuota era para cubrir los gastos del registro, y en tiempos de Justiniano es posible que fuera la misma.

Regreso ahora a los bucellarii, y es que, a diferencia del resto de tropas regulares, estos soldados cuando se enrolaban en los ejércitos privados de sus señores, lo hacían mediante un contrato privado que estaba fuera del control estatal. Pero eso no significaba que no debieran lealtad al emperador, sino que su servicio a órdenes de su señor estaba supeditado a que este sirviera a su vez al máximo gobernante del imperio. Los bucellarii podían ser reclutados de cualquier forma, es decir, podían ser hombres que jamás habían servido como soldados (es decir reclutas de levas), o bien veteranos que habían destacado por sus habilidades en combate. El lazo o contrato entre los bucellarii y su señor no era perpetuo, sino que se podía romper en cualquier momento de manera unilateral sin problema alguno. Tenemos constancia de que algunos de estos soldados podían pasar a servir a un nuevo general sin problema, ya que lo único que se requería de ellos era hacer un nuevo juramento de lealtad hacía él.

Cuando se firmaban los tratados o acuerdos entre el imperio y sus aliados, estos solían ofrecer contingentes de tropas al ejército imperial en caso de que fueran necesarios, e incluso se comprometían a proteger las fronteras combinándose con los ejércitos regulares. Aunque llegado el caso, y si era necesario, otra opción era la de contratar a tropas mercenarias, porqué ya sabéis que el imperio romano de oriente tenía más capacidad económica que la que habían tenido sus hermanos de occidente.

Y ya que hablamos de todas las tropas disponibles, no quiero olvidarme de las que servían en la capital, sobre las que he hablado muy poco. Para acceder a estos puestos de privilegio era importante tener la bolsa llena de monedas y poder invertir unas pocas para conseguir uno de ellos. Se sabe que incluso algunos civiles que servían en la administración eran aceptados a cambio de un módico precio. Ser reclutado en Constantinopla y entrar en los diferentes cuerpos de guardia que había, otorgaba tranquilidad ya que como mucho tenías que participar en algún desfile puntual. Toda una diferencia respecto a las tropas que servían en las lejanas y conflictivas fronteras del imperio. Romperé una lanza en favor del cuerpo de los excubitores, que eran la guardia del emperador, ya que, en determinadas ocasiones, sí que podían ser movilizados para la guerra, aunque quiero pensar que eso sólo ocurriría en casos de extrema gravedad.

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Mosaico con la imagen de Justiniano, Rávena.

Una vez ya sabéis algo sobre el reclutamiento ordinario o común, voy a daros cuatro pinceladas sobre los reclutamientos que se llevaban a cabo de manera extraordinaria ya que creo que fueron muy importantes. Estos se llevaban a cabo en momentos puntuales, sobre todo cuando se planificaban campañas militares especiales. Claro ejemplo fueron las llevadas a cabo por Justiniano I en su cruzada personal por recuperar las antiguas provincias que pertenecieron al imperio romano de occidente, lo que fue conocido como Renovatio Imperii o Recuperatio Imperii. Normalmente corrían a cuenta del emperador o del estado, pero en ocasiones, y sobre todo cuando había tantos frentes abiertos, el reclutamiento podía recaer directamente en los generales que las comandaban. El caso más evidente fue el de la conquista de Italia, cuando el general Belisario, tuvo que encargarse personalmente de reclutar tropas para proseguir con la campaña.

Otra opción para ese reclutamiento extraordinario era el de enrolar a prisioneros de guerra que habían sido derrotados. A modo de ejemplo, cuando los vándalos fueron vencidos en África allá por el año 534, cinco escuadrones de caballería pasaron a formar parte del ejército romano. Otro caso similar se produjo en la frontera oriental, hacia el año 540, cuando Belisario de nuevo venció a los persas y se llevó consigo a la lejana Italia a un nutrido grupo de jinetes que habían sido capturados para luchar en su segunda fase de las guerras contra los ostrogodos. A su vez, algunos ostrogodos ya habían participado previamente en oriente en las guerras contra los persas. O sea que como podéis apreciar, para los ejércitos romanos era importante nutrirse constantemente de contingentes de tropas vencidas en combate. Imaginad que habéis derrotados y os ofrecen dos alternativas: pasar toda una vida de esclavitud, o por el contrario, uniros al ejército que os ha vencido y luchar junto a ellos, eso sí, manteniendo la condición de persona libre. Creo que la decisión está más que clara para todos.

Pasaré a hablaros un poco sobre la última fase del reclutamiento y sobre las unidades en sí del ejército imperial. Y es que una vez los nuevos reclutas constaban como inscritos en el registro oficial, se les enviaba directamente a sus unidades para iniciar de esa manera su período de formación e instrucción. Si tenían la fortuna de haber sido reclutados en las guardias imperiales, como podían ser los scholarii o los excubitores, se les acuartelaba en el mismo palacio imperial. Si se les destinaba a los domesticii o a los protectores, también se les acuartelaba en la misma capital, aunque no en el palacio. Hasta aquí los que habían tenido más suerte.

A los que se habían alistado en las regiones más alejadas no les esperaba un alojamiento tan cómodo y apacible. Algunos de los que formaban parte de los ejércitos comitatenses se quedarían en los aledaños de Constantinopla, otros se repartirían por las ciudades más importantes del resto de provincias, y los limitanei, que decir de ellos. Simplemente que se ubicarían en los confines del imperio, encargándose de la defensa de ciudades y fuertes fronterizos, sin duda puntos más calientes en los que uno podía servir.

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Ahora que os he acabado de hablar del reclutamiento, voy a sumergiros en el fascinante mundo de las unidades militares. Ya os avanzo que aunque fascinante puede ser un poco complejo, por lo que trataré de ser preciso y no liaros demasiado en la explicación. Para comenzar os diré que la denominación técnica que se les daba, para que sepáis la diferencia respecto a épocas anteriores, era la de numerus o numerii, en plural. Aunque es verdad que en ese momento el latín era una lengua más de la administración estatal que del pueblo. Así que existen algunas variantes en griego como las de catálogos, taímas o taxeis. Por el contrario, en el Código Justinianeo, la obra de referencia del momento, se las continuaba llamando legiones, cohortes o vexillationes, denominaciones que nos recuerdan más a las que se les daba a las unidades militares de los gloriosos tiempos imperiales. Evidentemente las legiones o numerii de estos tiempos no tenían nada que ver con las de antaño, sino que estaban formadas a lo sumo por quinientos soldados, aunque a juzgar por algunos ejemplos que encontramos en las fuentes, rara vez llegaban a esa cantidad de efectivos.

Si seguimos desgranando esas unidades, podremos ver que esos numerii se subdividían a su vez en unidades más pequeñas llamadas centurias, que a su vez eran comandadas por un oficial llamado centenarius, un equivalente en funciones y casi en nombre al emblemático centurión. Pero por si eso no fuera poco, esas centurias se subdividían en dedarquías, es decir en unidades compuestas por diez hombres, algo similar a los antiguos contubernios que estaban formados por ocho legionarios. Estas dedarquías estaban comandadas por un dedarca.

Dentro de esas unidades existían evidentemente como en todos los ejércitos diferentes rangos entre los soldados. El más bajo de todo era el de los reclutas, que recibían el nombre de tirones o iuniores. Estos eran los recién llegados que se tenían que formar durante un tiempo impreciso que dependía de la especialidad en la que estaban encuadrados. Cuando estos reclutas acababan su período de formación, llegaba la hora de hacer el juramento de lealtad al emperador, y este se hacía evidentemente en unos tiempos en los que la religión oficial del imperio era el cristianismo, sobre los evangelios.

Los soldados rasos, que no tenían rango alguno recibían el nombre de milites gregarii o manipularii, aunque los diez más veteranos de ellos recibían algunos privilegios como la exención de llevar a cabo algunos servicios que podían ser más incómodos. Seguiré hablándoos un poco sobre los rangos de suboficiales, pero para ello voy a pasarme a la caballería. Después del recluta se encontraba el soldado de caballería, y por encima de este ya comenzaban a haber muchos rangos de suboficiales, como por ejemplo el circitor, una especie de suboficial con tareas de inspección. Otro de los cargos de importancia era el biarchus que se encargaba de la supervisión y el reparto de los víveres. Otro de los suboficiales más relevantes era el campidoctor, o lo que es lo mismo el instructor de los reclutas.

Pasaré a hablaros de otros dos suboficiales del ejército, concretamente de dos de los portaestandartes más importantes. En primer lugar, estaría el draconarius, el encargado de llevar el draco, es decir, el estandarte en forma de cabeza de dragón que se introdujo en los ejércitos romanos en tiempos del bajo imperio. Otro portaestandarte relevante era el bandophorus, el portador del bandón. ¿Y qué era el bandón os estaréis preguntando? Pues un trozo de tela similar a los antiguos vexillum sobre el que se colocaba el nombre del emperador y el de la unidad militar que lo portaba. Para los romanos de este momento los emblemas imperiales seguían siendo sagrados, y se consideraba un deshonor perderlos en combate. Podría nombraros muchos más rangos de suboficiales, pero creo que no se trata de bombardearos con nombres extraños que os pueden liar un poco. Con lo que os he explicado tenéis más que suficiente, por ahora.

Espero que os hayáis hecho a la idea de cómo se estructuraba el ejército romano en tiempos de Justiniano I y sobretodo de cómo se podía uno enrolar. Evidentemente esto no es más que una parte del complejo estamento militar, así que no os creáis que ya está todo dicho, sino que amenazo con volver de nuevo para explicaros más sobre las tropas romanas de esa primera mitad del siglo VI.

Un saludo y nos seguimos leyendo.

Bibliografía

  • Soldados de Bizancio en tiempos de Justiniano, Giorgio Ravegnani. Signifer Libros, Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana, 1998.
  • La caída del imperio romano, Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros, 2009.
  • El ejército romano del bajo imperio, Pat Southern i Karen R. Dixon. Desperta Ferro ediciones, 2018.

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