Los primeros años del siglo XIII en los reinos cristianos de la península ibérica fueron un periodo un poco convulso. Ya los últimos años del siglo anterior estuvieron cargados de inestabilidad en la zona de frontera con el califato musulmán. De hecho en el año 1195, el rey Alfonso VIII se enfrentó al ejército comandado por el califa Abu Yusuf Yaqub Almansur, recién llegado de África, y sufrió una desastrosa derrota en Alarcos. Según las fuentes del momento, parece que el monarca y su ímpetu tuvieron algo que ver en ello. Además de la vergüenza que tuvo que pasar el rey de Castilla, la corona perdió una cantidad importante de territorios, como por ejemplo el valle del Guadiana y el curso medio e inferior del Tajo.
Eso supuso un duro golpe para los reinos cristianos, que debemos decir que por aquel entonces no estaban precisamente unidos. Al año siguiente se sumó la pérdida de la fortaleza de Calatrava la Vieja, bastión de los caballeros de la orden de Calatrava, que pasó a manos del poderoso ejército almohade, con el duro golpe que eso también supuso para la cristiandad que iba perdiendo cada vez más terreno ante el avance de los musulmanes. Aunque todo no iba a ser tan malo, y en el 1198, el maestre de la orden, Martín Pérez de Siones, al mando de cuatrocientos caballeros y setecientos infantes logró tomar el castillo de Salvatierra. Pese a estar en territorio enemigo, los calatravos lograron mantener esa posición durante unos cuantos años, concretamente hasta el 1211. Fue entonces cuando el califa cruzó de nuevo Sierra Morena y puso sitio al castillo con un poderoso ejército. Los devotos caballeros de la orden de Salvatierra (así se llamaron los calatravos desde la reconquista de la plaza) no le pondrían las cosas fáciles, y salieron a campo abierto siendo tan sólo trescientos. Protagonizaron varias cargas épicas que francamente no sirvieron de mucho, ya que el enemigo era muy superior. Así pues, tras cincuenta y un días de asedio, Alfonso VIII dio la orden a los caballeros para rendir la plaza.
Eso fue lo que quizás hizo que el rey Alfonso, teniendo a las tropas del califa a las puertas de Toledo, decidiera que había llegado el momento de pedir ayuda a los demás reinos cristianos peninsulares, a la vez que hacía lo propio acudiendo directamente al papa Inocencio III. Al meter a la Iglesia por medio, los planes de Alfonso de reconquistar lo perdido se convirtieron en una cruzada en toda regla contra los infieles. Es por ello que acudieron en su ayuda dos de sus primos, el rey Sancho VII de Navarra y el rey Pedro II de Aragón. Además, llegaron también caballeros y hombres de armas de varios reinos de centro Europa, entre los cuales se contaban italianos, alemanes, franceses,…
Mapa de operaciones de la campaña. Fuente Juan Eslava Galán
Los que no acudieron pese a estar mucho más cerca fueron los portugueses, así como tampoco el rey de León, Alfonso IX que a la postre era también primo del monarca castellano. Aunque el rey no participaría de la cruzada, no impidió que sus vasallos se unieran a la misma, así que sabemos que hombres procedentes de León, Asturias y Galicia formarían parte de ese nutrido contingente que se estaba reuniendo en Toledo para enfrentarse a las tropas almohades. De hecho, todos los cristianos del otro lado de los Pirineos acudieron a la llamada, temerosos de que si los musulmanes derrotaban a los castellanos y sus aliados hispánicos, ya no habría quien frenase al califa y a sus hombres. En cierto modo les convenía ayudar a Alfonso VIII en su guerra, aunque por aquel entonces se estaba llevando a cabo una cruzada contra los herejes cátaros del Languedoc que se tuvo que dejar aparcada para acudir a combatir a los musulmanes.
La cuestión fue que el 20 de junio de ese año 1212, las tropas cruzadas se pusieron en marcha y asaltaron la fortaleza de Malagón, en Ciudad Real, que estaba ocupada por los árabes. Las tropas europeas, que iban en cabeza, se encargaron de pasar a cuchillo a todos los que allí estaban aunque se habían rendido previamente, cosa que no gustó nada al rey Alfonso VIII. Las diferencias entre los hispánicos y los europeos comenzaron a aflorar en aquel mismo instante y es que no compartían la misma manera de actuar. Todo acabaría de estallar con la toma de la fortaleza de Calatrava, aquella que se había perdido en el año 1211. Resulta ser que Alfonso VIII llegó antes que los cruzados europeos, para suerte de los musulmanes, y les ofreció marcharse en paz y con vida si abandonaban la plaza. Obviamente estos aceptaron, cosa que no gustó demasiado a los violentos ultramontanos, que optaron por abandonar la cruzada en señal de desacuerdo pidiendo al rey una indemnización por haber acudido en su ayuda. Alfonso VIII no tuvo más remedio que pagarles porqué habría sido peor no hacerlo. Así pues, lo que debía ser un ejército de toda la cristiandad, se vio reducido considerablemente cuando estos partieron.
Así pues, el rey se quedó únicamente con el apoyo de sus primos, los reyes cristianos de Navarra y Aragón, que tenían el deber sanguíneo además de la necesidad al tener a los enemigos mucho más cerca. Según los datos aproximados de los efectivos, se marcharon cerca del 27% de los que iniciaron la marcha. Así pues el califa, al frente de sus tropas, tan sólo tuvo que aguardar la llegada de los cristianos, si es que se dignaban a aparecer. Pero los cristianos estaban decididos a presentar batalla, así que trataron de buscar un punto idóneo para hacerlo a campo abierto. El único problema era que las tropas del califa controlaban todos los pasos de Sierra Morena, así que tuvieron dificultades para atravesarlas. La cuestión es que de repente apareció en el campamento cristiano un pastor mozárabe al que las fuentes llamaron Martín Alhaja y que se ofreció a indicarles una manera de cruzar los pasos montañosos sin ser detectados por los árabes que allí estaban apostados.
Pedro II de Aragón, en el cuadro Las Navas de Tolosa, por Ferrer Dalmau
Sin entrar en detalles sobre ese personaje, alrededor del cual se ha generado una aureola mística llegando a decir que era una aparición milagrosa, iré directamente al grano. Es decir, al momento en el que los cristianos aparecieron cerca del campamento almohade y se prepararon para combatir. Y es en este punto, en el que me voy a centrar, ya que el artículo no va a girar en torno a la batalla de las Navas de Tolosa, sino sobre las panoplias que portaban los combatientes cristianos durante ese enfrentamiento.
Pero para que entendáis como de importante era la panoplia de los cristianos, dejadme hacer un breve repaso al tipo de tropas que servían en el ejército del califa. Así pues, tenemos que en primera línea, estaban dispuestas tropas de infantería ligera procedentes del Alto Atlas. Tras esta, se colocaron los infantes pesados andalusíes y tras estos, dispuestos en la tercera línea estaban las tropas almohades, flanqueadas por la caballería también andalusí. Esta caballería apenas se diferenciaba de la cristiana, ya que vestía una panoplia bastante similar, tan sólo se diferenciaban por las libreas que portaban (colores y enseñas de sus ropajes). Es decir luchaban con lanza y espada y portaban armaduras y escudos del mismo estilo. Justo tras ellos formaban otro tipo de jinetes, los arqueros de élite turcos llamados agzaz. La última línea de defensa de los almohades estaba compuesta por la llamada guardia negra, una tropa compuesta por esclavos procedentes de la zona del actual Senegal que combatían encadenados entre sí para que no huyeran del combate y con poco más que un escudo para defenderse.
Así que podréis observar que la mayor parte de las tropas que componían el ejército del califa podrían ser más bien de tipo ligero, predominando las que llevaban proyectiles. Sabemos que los cristianos tras la victoria pudieron recopilar una inmensa cantidad de flechas que estaban en el campamento enemigo.
Pasaré ahora a hablaros sobre los cristianos y de cómo iban pertrechados. En primer lugar debéis borrar de vuestra mente la imagen de los caballeros medievales embutidos en brillantes armaduras metálicas al estilo de las grandes justas, ya que combatir de esa manera era inviable. Así que os diré como iban vestidos realmente esos caballeros, a los cuales obviamente denominaremos caballería pesada y que tal y cómo os he dicho antes, contrastaba con la de los almohades, que no portaba elementos defensivos tan prominentes. Los caballeros cristianos que combatieron en las Navas de Tolosa portaban las típicas cotas de malla de anillas en lugar de las corazas metálicas de placas. Bajo esas armaduras de malla que solían incluir mangas, se colocaban los gambesones, que eran unas piezas acolchadas hechas de un par de capas de lino, cuero o badana y que iban rellenas de borra, lana o incluso algodón en los casos de más poder adquisitivo. En alguna ocasión también se podían rellenar con pelo de caballo y la función de estos era la de acomodar la cota y evitar las rozaduras de esta contra el cuerpo del portador.
Para que os hagáis a la idea, estas piezas podían tener su similitud con los subarmalis de cuero que solían llevar los legionarios romanos y que tenían la misma finalidad que los usados en la Edad Media. Pese a ser un elemento de protección que se colocaba bajo las armaduras, ya fueran de anillas o de placas, la lógica nos lleva a pensar que había quienes no podían permitirse llevar una armadura metálica por su elevado coste, así que solo podían permitirse el gambesón como elemento protector de su cuerpo y brazos.
Cabe diferenciar que los que se usaban como armadura acostumbraban a estar hechos de un material más duro y resistente que el que se usaba bajo las cotas. Sabemos que algunos de estos gambesones podían parar incluso las flechas, por lo que tenían su utilidad. Aunque no todos tampoco podían permitirse ese elemento, y las tropas de infantería que se reclutaban como levas en las villas o entre los campesinos acostumbraban a acudir al campo de batalla sin ninguna pieza protectora del torso. Cabe destacar que algunos de los montañeses, podían llevar alguna protección de cuero o de piel, aunque obviamente poco podían hacer para parar las hojas metálicas o las puntas de los proyectiles. Aunque de ellos ya os hablaré más adelante.
Volviendo a los caballeros, os diré que esas armaduras cubrían normalmente de cintura para arriba e incluían también los brazos. Sabemos que para cubrir sus manos, usaban los guanteletes metálicos, normalmente hechos también en malla que solían tener la palma de la mano hecha en cuero de badana. Otro elemento importante era la protección de la cabeza, un punto que se tenía que tener a buen recaudo, sobre todo de los proyectiles. Así, hay constancia de que también se llevaban algunas capas bajo el yelmo. Partimos de una inicial constituida normalmente por una cofia acolchada lisa y de color blanca. Sobre esta cofia se colocaba el almófar, o lo que es lo mismo, el cabezal de malla y que iba justamente antes del yelmo. Antes del siglo XII, este almófar iba unido a la armadura en una sola pieza, aunque por influencia de las cruzadas y de los andalusíes, es muy la pieza de malla de la cabeza acabó separándose de la pieza que cubría el cuerpo.
Era sobre esta última donde se colocaba el casco. Y en lo relativo a estos cascos, debéis saber que había varios modelos, siendo el más usado el formado por una sola pieza y que permitía tener mayor cobertura facial. A este tipo de yelmo se le denominó yelmo encerrado y derivaba del típico yelmo nasal que se había usado hasta entonces. El nuevo tipo de casco permitía proteger totalmente la cabeza a la vez que se incluían una placa protectora frontal, la celada, que dejaba ver y respirar al portador.
Bibliografía
- 1212 – Las Navas de Tolosa, de Jesús Cano de la Iglesia, publicado por la editorial Ponent Mon
- Historia de España de la Edad Media, de Vicente Ángel Álvarez Palenzuela, publicado por la editorial Ariel (año 2011).
- Las armas en la Historia de la Reconquista, de Ada Bruhn de Hoffmeyer, publicado en la revista Gladius, Vol. especial (1988)
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