El tradicional gladius romano
Parece tener su origen en Hispania y comenzó su servicio entre las tropas romanas a partir del s. III a.C. Este arma no permaneció invariable a lo largo de los siglos, sino que sufrió una evolución hasta llegar al tipo que podríamos calificar como definitivo en la segunda mitad del s. I d.C., el tipo “Pompeya”. El gladius romano tipo hispaniensis de época republicana se caracterizaba por sus potentes filos y amplia punta, y contaba con una longitud de hoja superior a la de los modelos de época imperial. Durante el s. I d.C. apareció el modelo “Mainz”. Los gladii de este tipo se caracterizaban por poseer una hoja de punta larga y filos no paralelos, sino decrecientes conforme se acercaban a la punta. Las longitudes de hoja de este modelo oscilaban entre 40 y 55 cm., lo que suponía, por tanto, una longitud menor que la de su predecesor republicano. Un subtipo intermedio antes de llegar al definitivo modelo “Pompeya” sería el conocido como “Fulham”, caracterizado por sus filos paralelos, pero con una punta amplia y afilada muy similar a la del modelo Mainz, que es el que se muestra en la imagen.
El gladius romano de tipo “Pompeya”
Aparece durante la segunda mitad del s. I d.C. Su hoja se caracterizaba por una longitud de entre 42 y 50 cm. y una anchura entre 4’2 y 5’5 cm., con filos rectos y una punta corta, bastante robusta y de forma triangular. La reducción del tamaño de la punta respecto al tipo mucho más aguzado de modelos anteriores podría haberse debido a que, desde la segunda mitad del s. I d.C., los legionarios solían enfrentarse a enemigos que, a excepción de las elites, no portaban protección corporal alguna (al menos en lo que sería la frontera Norte y NO del Imperio). Volviendo a la estructura del arma, la empuñadura se dividía en guarda, mango y pomo. La guarda marcaba la separación entre hoja y mango y ofrecía cierta protección a la mano durante la lucha cuerpo a cuerpo con espada. El mango solía ser de hueso, con asideros acanalados para los dedos. El pomo constituía la parte inferior de la empuñadura, solía ser de forma esférica y podía estar más o menos decorado. En la imagen, un modelo de gladius romano Pompeya de alta fidelidad histórica.
A partir de mediados del s. II d.C. aparecen los pomos de gladius en forma de anilla. El pomo actuaba, esencialmente, como contrapeso, equilibrando y mejorando las prestaciones del arma. Otro elemento accesorio del gladius romano, pero fundamental, era la vaina, que poseía una estructura de madera con decoración metálica y un recubrimiento de cuero, cuya finalidad era preservar la hoja de la humedad. Los legionarios suspendían el gladius del costado derecho, a diferencia de los centuriones, que lo portaban a la izquierda, y se fijaba al cinturón (cingulum) mediante cuatro anillos que sujetaban la vaina por la parte superior (dos a cada lado). Según hallazgos de Herculano y Delos, el gladius romano se sujetaba al cinturón mediante tiras de cuero cruzadas entre sí unidas con dos pequeñas hebillas, con lo cual quedaban enlazados los cuatro anillos mencionados; esas hebillas se situaban en la parte interior, por lo que al exterior no se apreciaba la forma de sujeción de la espada. A lo largo del s. II d.C. la sujeción por anillos fue dejando paso a la sujeción mediante pasador, típica de las espadas de la centuria siguiente, y el gladius romano ya no se fijaba al cinturón, sino a un estrecho tahalí (balteus) que colgaba desde el hombro izquierdo.
El gladius romano era un arma pensada para combatir principalmente con la punta
Si bien no de forma exclusiva, como muestran los fuertes filos paralelos del gladius romano tipo Pompeya. Su mayor efectividad se conseguía empleándolo junto al pilum, pues, si éste no eliminaba directamente al enemigo, se solía clavar en el escudo, haciéndolo ingobernable y obligando a su portador a soltarlo. Una vez que el enemigo se acercaba sin escudo, su posición era de completa inferioridad respecto al legionario, que se encontraba bien protegido detrás de su propio scutum, utilizando el gladius romano como arma de punta y dirigiendo sus estocadas al lugar más sensible y desprotegido del enemigo, el abdomen. Los legionarios estarían, además, bastante habituados a este sistema de combate gracias al riguroso entrenamiento al que eran sometidos. Además, ese tipo de ataques en punta con el gladius eran especialmente efectivos contra enemigos armados con espada larga, pues para atacar de filo estaban obligados a realizar un movimiento de arriba hacia abajo con la espada en el que su lado derecho quedaría bastante desprotegido ante un rápido ataque de gladius romano.
El hecho de que los legionarios portaran el gladius romano en el costado derecho suponía que debían desenvainarlo con la mano de ese mismo lado. La técnica consistía en invertir la mano derecha, agarrar la empuñadura y tirar hacia afuera para, una vez en posición, girarlo y disponerse al combate. Aunque en un primer momento pueda parecer una maniobra incómoda, el entrenamiento acabaría habituando al soldado. Por otra parte, al desenvainar desde el lado derecho, el arma no se vería estorbada por el escudo al salir de su vaina, ni el legionario desprotegido en ningún momento por tener que mover el amplio scutum para facilitar la maniobra de desenvainado del gladius. Además, al no tener que trazar el brazo un arco de izquierda a derecha, también se necesitaría menos espacio para desenvainar. Finalmente, permite un movimiento ofensivo de golpeo con el pomo hacia la cara del adversario en caso de que fuera necesario desenvainar con el enemigo ya encima; esto puede que se produjera en más de una ocasión, pues se recurría a los gladius, a veces, con el enemigo a punto de cerrar contra la línea romana, por lo que cualquier error o dificultad habrían sido todavía más peligrosos.
El gladius romano, además de su utilidad intrínseca como arma, poseía un importantísimo valor simbólico, pues los soldados la consideraban como el “genio” protector del juramento militar (Apuleyo, Metamorfosis 9.41); su extravío en combate o en cualquier otra situación era un hecho bastante grave. En este sentido, la pérdida del gladius se equiparaba a la deserción (Dig. 16.3.13 y 16.3.14.1), de ahí la preocupación del legionario que aparece en la obra de Apuleyo, que se había dejado arrebatar su gladius por un simple jardinero.
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