Introducción

El gusto por el perfume data de mucho antes de lo que podríamos pensar. Desde tiempos inmemoriales hemos buscado el modo de elaborar fragancias, pero es en el mundo clásico donde comienzan a ganar popularidad en todos los ámbitos.

Su nombre proviene de per fumum, “por medio del humo”, lo que nos muestra su carácter volátil, ya que en sus orígenes, para perfumar el ambiente, solían quemarse sustancias aromáticas. De hecho, Plinio el Viejo ya habla de esa volatilidad al afirmar que era el más superfluo de los lujos y que solo servía al placer del que se ha perfumado. De la misma opinión es Séneca al decir que:

“Actualmente no es suficiente usar ungüentos, a menos que se apliquen dos o tres veces al día, para evitar que se evaporen del cuerpo. Pero, ¿por qué debería un hombre presumir de este perfume como si fuera el suyo propio?” (Séneca, Epístolas, 86).

Para intentar evitar esta situación, los fabricantes de perfumes empezaron a mezclar el aroma con diferentes tipos de sustancias para retener el olor, ya que el alcohol, la base que se utiliza hoy y que consigue una mayor fijación del aroma, no comenzó a ser usado hasta el siglo XIV.

Mujer con unguentarium, Villa Farnesia, Museo Nacional Romano, Roma. Scala, Firenze 

Elaboración

Plinio menciona cómo hacer que el aroma sea más duradero, al igual que los elementos fundamentales en su elaboración:

“Los componentes básicos para la elaboración de un perfume son dos: el líquido (sucus) y la parte sólida (corpus): al primero pertenecen diferentes tipos de aceite, (stymmata) y al segundo, las esencias (hedysmata). Entre estos dos componentes existe un tercero, despreciado por muchos, que es el colorante. Para dar color se emplean el cinabrio y la ancusa. La sal añadida mantiene las propiedades del aceite. Pero cuando se añade ancusa, no se añade sal. La resina o las gomorresinas se añaden para mantener el aroma en el cuerpo; pues éste se evapora rápidamente y desaparece, si no están presentes estos conservantes.” (Plinio, Historia Natural XIII, 2, 7).

Como hemos visto, la composición del perfume constaba de dos elementos fundamentales. El primero era la base, de carácter líquido y composición grasa, que amalgamaba y permitía la conservación de los aromas. Estaba formada por un aceite vegetal, principalmente el de oliva, aunque también podía usarse el de sésamo o el de lino. Cuanto más graso era el aceite, como el de almendras, mayor era la duración del olor. A esta base líquida se le podían añadir conservantes y colorantes, como el cinabrio o la orcaneta (una planta vellosa con flores amarillas). El segundo componente, de carácter sólido, eran las plantas, flores, raíces o resinas que se añadían al aceite y le aportaban la fragancia. El repertorio de aromas era muy amplio, aunque el de las rosas destacaba sobre los demás. Otras sustancias empleadas eran la mirra, la canela, el azafrán, el nardo, el narciso o el membrillo. De entre todas las esencias, la que se añadía la última era la que permanecía de forma más potente y proporcionaba el aroma por el que se conocería.

Para obtener el aroma a partir de las materias vegetales, podía usarse el prensado, la maceración en frío o la maceración en caliente. El prensado consistía en aplastar las materias olorosas así como las aceitunas para el aceite. Para ello, los arqueólogos han localizado en una perfumería de Pompeya los restos de una prensa que permitiría extraer los jugos de las aceitunas y las flores, mayoritariamente rosas de la Campania, caracterizadas en las fuentes clásicas como “más perfumadas que el resto”. Ambos productos resultantes se terminaban mezclando en unas piletas con revestimiento hidráulico, usando además como aglutinante algunas gelatinas de origen animal concentradas en algunas partes concretas del animal, principalmente cabezas y miembros inferiores de suidos (la familia animal de los cerdos y jabalís). Por su parte, en la maceración en frío se colocaban el aceite y los pétalos en capas alternas. Éstos se iban sustituyendo periódicamente para impregnar más y mejor la grasa, llegando a realizarse varios enflorados. Cuantas más veces se añadieran y removieran las flores, más intenso era el aroma. La maceración en caliente, el método más empleado, se efectuaba de la misma manera, pero calentando la mezcla en un caldero o en un horno.

Los perfumes que utilizaban los romanos se dividían en tres categorías: sólidos (en polvo o pastillas), ungüentos de fragancias (como rosa o manzana) y ungüentos líquidos (basados en aceite de oliva). Los perfumes más líquidos, elaborados con aceite de oliva, almendra o sésamo, entre otros, se utilizaban para dar masajes corporales y perfumar el cabello o las ropas mediante espátulas. Por su parte, los más espesos, llamados ungüentos, servían para untar y perfumar el cuerpo. Una tercera forma de realizarlos era con polvos (diapasmata), que se aplicaban en el cuerpo y en el rostro con plumas de cisne. Además, se proporcionaba a los perfumes colores diferentes a partir de productos naturales como el cinabrio, la ancusa o la henna.

Amorini haciendo perfumeS, fresco de la Casa de los Vetti, Pompeya. Scala, Firenze.

Recipientes

Una vez maceradas, estas esencias podían ser “embotelladas” y estaban listas así para su adquisición en la perfumería. En la villa de Pompeya que ha sido estudiada recientemente por un equipo de arqueólogos de la Universidad de Granada y el Instituto Valenciano de Restauración han encontrado una oficina de producción de perfumes ubicada en la Casa de Ariadna, una imponente domus que se localiza en el corazón neurálgico de esta ciudad de Campania. Aunque esta instalación estuvo activa desde inicios del I a.C. hasta, aproximadamente, la mitad del I d.C., hay constancia de que esta manufactura se desarrolló en la zona desde, al menos, el II a.C. En este estudio se plantea que en esas instalaciones se preparaban ungüentos cosméticos usando grasas similares a la actual lanolina, un hecho que se deduce de la cercana ubicación de una oficina lanificaria, esto es, un lugar donde se lavaba y trabajaba la lana. En esos primeros lavados de la lana aún sucia se extraía esta grasa, que servía de base para algunos preparados cosméticos (Archaeopress Archaeology, 2020).

Los perfumistas almacenaban sus productos en frascos de plomo o de otros materiales como el alabastro y el ónice, e incluso arcilla para evitar que se evaporaran los aromas y los guardaban en los altillos de sus tiendas, a la sombra, para que el sol y el calor no los dañara, como bien nos dice Plinio:

“Esta piedra se llama alabastro, y se trabaja para hacer recipientes para ungüentos, porque tiene fama de evitar que se estropeen más que ningún otro material.” (Plinio, Historia natural, XXXVI, 12).

Pero con la invención del vidrio soplado en Siria en el siglo I d.C., las ampullae (botellitas para aceites o perfumes) comenzaron a elaborarse con ese material, ya que eran envases que reunían cualidades para preservar el aroma de los perfumes durante años. Además de poder ofrecer una gran variación decorativa, la reducción del precio de estos recipientes favoreció la ampliación de su uso debido también al abaratamiento del precio final del perfume o ungüento, siendo el preferido de muchos como nos lo cuenta Petronio:

“Ya sabréis disculpar lo que voy a deciros: prefiero los objetos de vidrio, al menos no huelen. Y si no se rompiesen, hasta los preferiría al oro. Pero hoy los apreciamos poco.” (Petronio, Satiricón, L).

Otro material más barato era la arcilla. Actualmente se conservan en museos numerosos recipientes tanto de vidrio como de arcilla y otros materiales, hechos en distintos tamaños y formas.

Los típicos alabastrones eran recipientes más o menos cilíndricos con la parte inferior redondeada, y un cuello más estrecho con una boca que permitiera dispensar el líquido en pequeñas cantidades o incluso gota a gota. Los anforiscos (amphoriskoi) son ánforas en miniatura con dos asas, cuerpo ancho y un cuello más estrecho. Los aríbalos (aryballoi) tenían un cuerpo redondeado u ovalado, con cuello y, a veces, con una base. La ampulla tenía un cuerpo redondo y plano con un cuello estrecho y más largo. El tipo askos solía tener un cuerpo más abultado, y un asa para su transporte.

Aryballos, Museo Nacional de Nápoles. Samuel López

Alabastrón, Museos Vaticanos. Samuel López 

Ampulla olearia, Exposición de vidrio romano, 2012, Foro de Roma Samuel López.

Askós, Exposición de vidrio romano, 2012, Foro de Roma. Samuel López.

Profesionales

Como hemos dicho, estos “contenedores” de perfumes eran almacenados en lugares frescos en las tiendas de los unguentarii o thurarii, que en Roma se agrupaban en el vicus thuriarius, el barrio de los perfumes. Además, estos profesionales estaban asociados en una corporación llamada aromatarium collegium

Aún así, Suetonio sostenía que las unguentaria tabernae eran centros de reunión de vagos, libertinos y buscavidas, ya que algunas unguentariae se encontraban anexas a prostíbulos, contándose las meretrices entre sus mejores clientes. Así, moralistas como Cicerón, en su tratado De officiis, coloca a estos perfumistas al mismo nivel que los jugadores al considerar que el perfume estaba muy ligado a la seducción y las artes amatorias. En este contexto, la perfumería era a menudo practicada por una suerte de personajes femeninos, las sagae, una especie de alcahuetas que lo mismo se ocupaban de practicar un aborto, como de elaborar un perfume o un veneno para alterar la voluntad de una persona.

Pero, además de la calle de los perfumistas y de ese otro entorno de prostíbulos, de condición más peyorativa, el almacenamiento y distribución de perfumes también se realizaba en el complejo de las termas, en concreto en el unctuarium. En el se guardaban las pomadas y los afeites, pero el sancta sanctórum de el unctuarium lo constituía el eleotesium, una cámara especial donde se guardaban los perfumes más exquisitos, procedentes de los lugares más alejados a los que el Imperio podía llegar. Las caravanas de mercaderes los traían desde las mismas riberas del Indo y por supuesto de Arabia. En ellos los romanos se dejaban millones de sestercios hasta el punto de que Plinio dice que había llegado a temer que el afán de perfume de las mujeres romanas descapitalizara la economía.

Unguentarios

Uso

Pero, contrario a lo que podríamos pensar, no solo eran las mujeres las usuarias de estos perfumes, ya que, tanto hombres como mujeres, se perfumaban por igual, aunque no con las mismas esencias, que podían clasificarse en masculinas y femeninas. Decía el poeta Marcial en uno de sus epigramas “Me seducen los bálsamos porque éstos son los perfumes de los hombres: vosotras, matronas, exhalad los olores deliciosos de Cosmos”, siendo este Cosmos un famoso perfumista del momento. Pero esta no es la única cita al respecto, siendo muchos autores los que nos indican que era una costumbre arraigada en ambos sexos: “No todo el mundo puede oler a perfumes exquisitos como hueles tú” (Tranión a Grumión, ambos personajes masculinos, en la comedia Mostellaria de Plauto). Incluso se decía del emperador Nerón que gustaba de impregnarse las plantas de los pies con perfume, mientras que en la Domus Aurea, su palacio en Roma, había introducido un curioso método de aromatización según recoge Suetonio: “El techo de los comedores estaba formado por tablillas de marfil movibles, por algunas aberturas de las cuales brotaban flores y perfumes”.

El tipo de aroma también variaba según las clases sociales, utilizando los plebeyos perfumes más baratos o adulterados, hechos con aceites de baja calidad como el de aceitunas verdes o el de ricino, y aromatizados con plantas como el junco oloroso, siendo este el caso, por ejemplo, de las prostitutas. Estos no tenían nada que ver con los perfumes destinados a las élites, más densos, aromatizados con exóticos productos y que podían llegar a costar precios astronómicos. El indiscutible valor del perfume queda recogido en uno de los epigramas de Marcial en el que describe los regalos que solían intercambiarse en las Saturnales, diciendo: “Nunca dejes a tu heredero ni el perfume ni los vinos. Tenga él tu dinero; éstos todos a ti mismo dátelos”.

En cambio, como ya hemos dicho, su uso era criticado por los moralistas e, incluso en la Roma republicana, se emitieron leyes para prohibirlos. Para la mayoría de los filósofos latinos y para ciertos emperadores, el uso del perfume era una frivolidad imperdonable. Suetonio, en la vida de Vespasiano, cuenta cómo el emperador “habiéndose presentado muy cargado de perfumes un joven a darle gracias por la concesión de una prefectura, se volvió disgustado y le dijo con severidad: “Preferiría que olieses a ajos”, y revocó el nombramiento”.

Sin embargo, los perfumes se aceptaban plenamente en ciertos contextos. Por ejemplo, el uso de aceites perfumados en el mundo del deporte aparece desde tiempos de Homero. En Roma, los atletas que acudían a practicar deporte a las termas solían llevar consigo un “kit de belleza”, con ungüentarios que contenían el preciado aceite con el que se ungían antes del ejercicio y que retiraban después con el estrígilo, una pieza curva de bronce.

Viales

Funciones

Esto nos indica que, además de la función higiénica, estos aceites tenían otras funciones como la terapéutica. Clemente de Alejandría nos cuenta que:

El placer derivado de las flores, y el beneficio derivado de los ungüentos y perfumes no debe pasarse por alto. Y de algún modo, qué placer hay, entonces, en las flores para aquellos que no las usan? Demos a conocer, pues, qué ungüentos se preparan con ellas y son más útiles. El Susinum se hace con varias clases de lirios, y es cálido, laxante, hidratante, sutil, anti  bilioso, emoliente. El Narcisinium se hace de narciso, y es tan beneficioso como el Susinum. El Mirsinium, de mirto y sus frutos, es astringente y detiene las efusiones del cuerpo y el de rosas es refrigerante”. (El Pedagogo, VIII).

Muchos otros autores grecorromanos también mencionan los efectos medicinales y terapéuticos de los ungüentos que aliviaban algunas enfermedades e indisposiciones, además de reducir los efectos del alcohol.

“El Malabatron es más diurético y mejor para el estómago. Machacado y cocido en vino se frota en los ojos para aliviar la inflamación. Refresca el aliento si se pone debajo de la lengua y entre las ropas les da olor y mantiene alejadas a las polillas. (Dioscórides, De Materia Medica).

Junto a esto, los investigadores afirman que, además de las posibles prácticas cosméticas e higiénicas similares a la actualidad, los perfumes podían tener funciones votivas. Por ejemplo, en los ritos funerarios, cuando el cuerpo era ungido para que recobrase el decoro perdido y se acercase a la divinidad. Perfumar el ambiente para sacralizar los ritos y las ceremonias, tanto en los templos como en el ámbito doméstico, era asimismo algo habitual en la Antigüedad. Los aceites olorosos podían entregarse como ofrendas en los altares familiares a los dioses o a los antepasados, y también se perfumaban las estatuas de culto y los animales para el sacrificio. Plinio nos cuenta que: “El efecto placentero de los perfumes ha sido admitido [...] entre las cosas agradables de la vida más exquisitas e incluso más nobles, y su consideración ha comenzado a extenderse hasta para las honras fúnebres”. En las necrópolis romanas, los ungüentarios de vidrio eran uno de los elementos funerarios más comunes y contenían los perfumes y aceites necesarios para ungir el cuerpo del difunto. Y, según narra el mismo autor, hablando de la canela: “Ni con la cosecha de un año se cubriría tanta cantidad como la que el emperador Nerón mandó quemar en el último adiós a su [esposa] Popea”.

En otras ocasiones, los perfumes romanos eran usados como simples regalos que algún particular hacía con el fin de buscar el favor de sus conciudadanos, caso de las sparsiones (rociados) que se hacían en los espectáculos públicos. O también para alimentar los depósitos de las lucernae (lámparas) para que su prendido fuera acompañado de olor.

Víctima sacrificial. Sacerdote vierte aceite perfumado sobre toro sacrificial, relieve, Museo de Historia, Berna. AKG.

Recetas

Las fórmulas para la elaboración de los perfumes, en sus distintas variedades y calidades, podían ser realmente complejas. Existían numerosas variedades y, en su mayoría, solo conocemos el ingrediente principal y que solía darle nombre. Así, las esencias más utilizadas eran flores como la rosa, el nardo, o el lirio, hierbas como el romero, tomillo, o lavanda, especias como el azafrán, canela, o cardamomo, resinas como el incienso, la mirra, o la de ciprés y frutos como el membrillo. Como decía Dioscórides: “Rociarse con perfume de nardo aleja el olor del sudor”. (Dioscórides 1.6).

Pero, además de las fragancias esenciales, también existía un perfume adecuado para cada parte del cuerpo. Para las mejillas y los cabellos se utilizaba el serpillín, una planta perenne conocida como serpol y cuyo olor evoca el limón o la melisa. Los brazos, por su parte, se perfumaban con menta acuática o sisimbra. Las piernas, con perfume de Egipto. El pecho, con perfume de Fenicia. Y las cejas, con perfume de lirio.

Plinio nos da algunas indicaciones: “La mirra por sí sola hace un perfume sin necesidad de aceite, es aceite de mirra; además es demasiada amarga. El Ciprinum es de color verde, el Sucinum es grasiento, el Mendesium de color negro, el Rhodinum blanco y la mirra amarillenta.” (Plinio, Historia Natural 13, 2, 17).

Enlazando con esto, encontramos algunos de los perfumes más famosos en Roma en la obra de Plinio. El Megalium fue creado por el perfumista romano Megallus, y sus ingredientes principales eran bálsamo, junco, cálamo y aceite de bálano. El Crocimus estaba compuesto de azafrán, mirra, alheña, junco, láudano y estoraque. Se empleaba para perfumar ambientes en celebraciones y se consideraba un lujo por su alto precio. Rociado con agua era el ambientador de los espectáculos públicos en la antigüedad. El Rhodinum era más popular por la facilidad de encontrar su ingrediente principal, las rosas, siendo especialmente apreciado el de Campania por sus rosas de Paestum. El Telinum, por su parte, se elaboraba con aceite de oliva, miel y mejorana. El Sucinum, con miel, aceite de palma, cinamomo, mirra y azafrán. Y el Foliatum, un perfume que Marcial estimaba como fuente de perdición económica para los maridos debido a su altísimo precio y por ser el perfume por antonomasia de las mujeres ricas, se realizaba a partir de nardo, aceite de ben, mirra y bálsamo.

Pero los perfumes más solicitados, sin duda, eran los que se elaboraban el lugares lejanos del Imperio y se exportaban a la capital. Entre ellos encontramos el Mendesium. Este era uno de los perfumes egipcios más famosos y se elaboraba en la ciudad de Mendes, en el delta del Nilo, desde donde luego se exportaba a Roma. Consistía en aceite de moringa, mirra y resina. Dioscórides le añadía casia. Era sumamente importante el orden en el que se agregaban los ingredientes al aceite ya que el último le impartía el aroma más dominante. Teofrasto menciona como ejemplo que se agregaba una libra de mirra a media pinta de aceite y en una etapa posterior se añadía un tercio de onza de canela, dominando este aroma. El secreto de los fabricantes de ungüentos egipcios era, obviamente, el momento en el cual  añadir los distintos ingredientes y a qué temperatura hacerlo. El perfume de Mendes era conocido como “El Egipcio” por excelencia. “Egipto es uno de los países mejor adaptados para la producción de ungüentos, pero Campania le sigue de cerca.” (Historia Natural, XIII, 26).

El Nardinum estaba compuesto de nardo, amomo, mirra, el aceite de olivas sin madurar, aceite de balano, cálamo, costo y bálsamo, y se traía a Roma y demás parte del Imperio en bolas sólidas de distintos tamaños. Según los evangelios, se usó para lavar los pies de Cristo, y en Roma se empleó para ungir el cabello. A principios del siglo I a.C. el precio de este ungüento era 300 denarios el litro, pero varias décadas después su precio había bajado hasta 100 denarios por la misma cantidad, gracias al abaratamiento del transporte y de los ungüentarios.

Sobre el Aceite de Membrillo, contamos con una receta de Dioscórides para su elaboración: “El aceite de membrillo se prepara de esta forma: mezcla seis sextarios de aceite con diez sextarios de agua, añade tres onzas de romaza triturada y una onza de esquemanto, déjalo durante un día y cuécelo. Luego, tras colar el aceite, échalo en una vasija de boca ancha, coloca encima zarzos de caña o una esterilla antigua y sobre ellos los membrillos. Envuélvelo todo con paños y déjalo reposar suficientes días, hasta que el aceite atraiga la virtud de los frutos."

Algunas otras regiones eran famosas por proveer a diversos países con sus productos cosméticos, como la zona de Oriente Próximo. El Opobalsamum o bálsamo de Judea, citado por Plinio como uno de los mejores ungüentos, se caracterizaba por su alto coste, ya que había pocos lugares en los que podía cultivarse la planta de la que se extraía, ahora extinta, además se podía conseguir poca cantidad y el gasto de transporte lo encarecía aún más. Las autoridades romanas vendían el bálsamo a 300 denarios el sextario, pero una vez que se había convertido en el preciado ungüento su precio alcanzaba los 1000 denarios.

Los bosques que proporcionaban tan apreciada esencia eran muy cuidados en el provincia de Judea. En los enfrentamientos contra los romanos algunos bosques fueron arrasados para que no cayeran en poder del Imperio, pero posteriormente, Roma se hizo con el control total de la producción a la que sacó gran beneficio. El comercio de este bálsamo se mantuvo por lo menos hasta el siglo VI d.C. “En medio de Judea se encuentra la ciudad de Jerusalén, que es como el ombligo de toda la región. Es una tierra próspera en los más variados bienes, fértil por sus frutos, famosa por sus aguas, abundante en perfumes” (San Isidoro, Etimologías, XIV, 3, 21).

Trípode para quemar perfumes, Museo Arqueológico de Barcelona. Samuel López.

Conclusión

La importancia del perfume en Roma es tal que, como hemos visto a lo largo de este estudio, tiene una presencia permanente en todos los ámbitos, destacando fuentes tan importantes como las arqueológicas o las literarias.

“Luego, una vez que hayas adorado con incienso las aras coronadas, y haya brillado una llama propicia en toda la casa, que se prepare la mesa y que transcurra la noche entre copas, y que refresque el olfato perfume de azafrán en un vaso de rubio ónix.” (Propercio, Elegías, III, 10).

Bibliografía

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