El legionario romano combatía, habitualmente, como infantería pesada, conformando el grueso de la línea de combate y erigiéndose en la fuerza principal que permitía la victoria o evitaba la derrota de la misma. El sistema de combate individual no permaneció estancado en modo alguno, si bien el carácter fragmentario de las fuentes disponibles y la dispersión temporal de las mismas (desde el s. II a.C.- hasta fines del s. IV d.C.) hacen muy complejo cualquier análisis sobre esta cuestión; a ello habría que unir las evidencias arqueológicas e iconográficas, que evidencian claras modificaciones en la panoplia del legionario, reflejo de las transformaciones que se habrían ido operando en las técnicas de combate individual, pero tampoco exentas de polémica en su interpretación.

Comenzaremos el presente estudio con el sistema de combate individual propio de los legionarios de la República media (ss. III-II a.C.), para el cual consideramos esencial la información proporcionada por Polibio de Megalópolis (200-118 a.C.). Durante este período, el sistema de combate empleado por la legión romana era el denominado “manipular”, cuya base era el manípulo de dos centurias y 160 hombres. La legión en combate se disponía en tres líneas (hastati, principes y triarii) y las unidades, separadas entre sí siguiendo un patrón ajedrezado, con los manípulos traseros cubriendo los huecos dejados por los de la línea precedente. No entraremos en el análisis del sistema manipular como tal, pues queremos centrarnos en cómo el legionario se empleaba en el combate cuerpo a cuerpo una vez la línea romana entraba en contacto con la enemiga. El legionario durante esta época disponía de dos jabalinas, un pilum “ligero” y otro más pesado, que se arrojaban antes de desenvainar las espadas (gladii) y cargar sobre el enemigo; la tercera línea de triarii conservaba, empero, el hasta o lanza pesada, empleada para blandirla y conformar una falange defensiva tras la que se retiraba la legión cuando las dos primeras líneas de hastati y principes no habían sido capaces de imponerse al enemigo.

Según Polibio, el legionario del s. II a.C. combatía cuerpo a cuerpo con espada (gladius) y escudo (scutum itálico oval curvo, con una fuerte spina central): “En su forma de luchar, cada uno se mueve por separado, ya que el escudo protege el cuerpo girándose siempre para prevenir la posible herida, y en el combate lucha con la espada que hiere de punta y de filo” (18.30.6). Para este método de combate Polibio (18.28) le otorga a cada legionario una superficie de seis pies de frente (c. 180 cm) por seis de fondo; estas cifras pueden parecer bastante amplias, pero serían suficientemente operativas para proporcionar espacio de maniobra a un infante pesado que se enfrenta al enemigo con escudo y espada. A modo de comparación, Asclepiodoto (s. I a.C.), en su tratado técnico dedicado a la falange macedonia, afirma que los intervalos entre soldados eran de c. 180 cm en orden abierto, c. 90 cm en formación compacta y c. 45 cm en la formación denominada de “escudos entrelazados” (synaspismos) (Táctica 4). En este último caso, sin embargo, esos mayores o menores intervalos se empleaban según las necesidades de maniobrabilidad de una formación tan pesada como la falange, pues a la hora de combatir al enemigo era imprescindible cerrar huecos para presentar un sólido frente de puntas de lanza al enemigo y prevenir infiltraciones

En ese espacio mencionado por Polibio el legionario ejecutaba los distintos movimientos de ataque y defensa cuyo entrenamiento había practicado concienzudamente, incorporando incluso técnicas de entrenamiento propias de las escuelas de gladiadores como el palus (estaca de la altura de un hombre contra la que el soldado entrenaba los distintos movimientos y golpes). El primero en implementar esos ejercicios fue Escipión Africano durante la II Guerra Púnica (218-202 a.C.), si bien el empleo de técnicas gladiatorias para el entrenamiento de los legionarios fue recurrente durante el último período de la República, como ocurrió con los ejércitos al mando de C. Mario.

En época de Mario (fines del s. II-comienzos del s. I a.C.) se abandona la táctica manipular y se adopta la nueva formación en cohortes, unificándose la panoplia legionaria. La cohorte, compuesta por seis centurias (480 hombres), era una unidad más apta para su empleo independiente, lo que daba mayor flexibilidad a la legión romana, que pasó a estar integrada por diez de estas unidades. Desde César en adelante se favorecen también formaciones más compactas en un orden más cerrado, empleándose sólo como excepción el orden de tipo más abierto similar al descrito por Polibio. Desde finales de la República, por otra parte, parece que también se fomenta en el entrenamiento individual de los soldados el empleo de ataques con la punta del gladius. De hecho, los cubrenucas planos de los cascos de tipo Montefortino final y Coolus de comienzos del Imperio parecen favorecer una posición de combate relativamente agachado tras el escudo a la espera de lanzar potentes ataques de punta con la espada. Eso no quiere decir que no se empleara el filo del gladius cuando era necesario. Por lo que respecta a las armas de proyectil, desde finales del s. I a.C. los legionarios sólo se equipan con el denominado pilum “pesado”, simplificándose el proceso de descarga (que pasa de dos a una) y propiciando un mayor orden a la hora de chocar contra las tropas enemigas.

 Posiciones de combate del soldado romano

Posiciones de ataque: 1. Lanzamiento de pilum; 2. Equipado a la ligera con escudo oval plano y venablos; 3. Posición de ataque desde mediados s. I d.C. en adelante; 4. Posición de ataque a finales de la República-comienzos del Imperio

Durante el Principado (ss. I-III d.C.) el método de combate individual de las tropas legionarias puede dividirse en dos fases. En ese nuevo despliegue en cohortes, el soldado, tras el avance para arrojar la jabalina, se enfrentaba al enemigo con espada y escudo. El avance desde las posiciones de despliegue solía realizarse en silencio y con un gran cuidado en mantener el orden de la formación. Onasandro a mediados del s. I d.C. hacía bastante hincapié en la importancia de mantener la posición dentro de la fila, evitando en la medida de lo posible la ruptura de la formación (Strategikós 27). Una vez lanzadas las armas arrojadizas, los soldados reformaban filas y se disponían a cargar sobre el enemigo, carga (impetus) que se convertía en carrera sólo en el último tramo para llegar al enemigo con cierta semblanza de orden y más o menos agrupados. A veces, en formaciones más compactas, se optaba por recibir al enemigo a pie firme, y en otras ocasiones, en las que era fundamental la cohesión para hacer frente a las oleadas de proyectiles enemigos, ese avance era más lento, intentando mantener lo más ordenadas posible las filas de las formaciones. La carga buscaba, fundamentalmente, incrementar el ímpetu de los soldados y atemorizar al enemigo antes de llegar al contacto, haciéndole huir sin necesidad de llegar realmente al choque. Raras veces, sin embargo, el ejército romano permanecía esperando en estático, pues esta disposición suponía abandonar toda la iniciativa en manos del enemigo, que además se veía favorecido por la fuerza tanto física como moral que le proporcionaba llegar en movimiento sobre un adversario inmovilizado. Una vez efectuada la carga, si el enemigo no había cedido, se producía el contacto y el inicio de la lucha cuerpo a cuerpo, que podía ser más o menos larga según las reservas de moral y la capacidad combativa de los contendientes. En este sentido, era fundamental no presentar huecos en la línea susceptibles de ser penetrados por el enemigo. En el cuerpo a cuerpo, que no es más que una suma de combates individuales, sólo la primera fila de la línea de batalla se encontraba en disposición de pelear. Este combate individual podía desarrollarse mediante espada y escudo, o con armas de asta, sobre todo a partir de la introducción progresiva de la lancea en detrimento del pilum; en este caso los hombres de la segunda y tercera filas también podían hostigar el frente de la línea enemiga. El combate con armas de asta ofrecía, además, la ventaja de llegar antes al contacto sobre un enemigo armado con espada y escudo.

Lo que parece incuestionable es que un legionario luchando con espada y escudo habría necesitado más espacio para emplear sus armas que cuando se enfrentaba al enemigo en una formación más compacta con armas de asta. En este sentido, Vegecio, refiriéndose a la antiqua legio (recordemos que este autor redacta su tratado a fines del s. IV d.C.) asigna a cada soldado un espacio de combate individual de tres pies de frente (c. 90 cm) por siete (c. 210 cm) de fondo. Parece que esta distancia de 90 cm de frente sería la más probable para un legionario luchando con espada y escudo; tanto el scutum rectangular como los tipos ovales empleados por los legionarios desde la segunda mitad del s. II d.C. contaban con una anchura de más de sesenta centímetros, cubriendo, por tanto, toda la parte izquierda de ese espacio y permitiendo el ataque con espada por la derecha del mismo. No obstante, en determinadas circunstancias, los soldados habrían adoptado formaciones más compactas escudo contra escudo, de carácter más defensivo.

Los legionarios romanos estaban entrenados para emplear diferentes técnicas de ataque con la espada, aunque se preferían los poderosos ataques en punta con rápidos movimientos desde detrás del escudo; la técnica de combate básica habría consistido en golpear la cara del enemigo con el umbo metálico del escudo y clavar la punta de la espada en su abdomen desprotegido (bien por haber perdido el enemigo su escudo debido a la acción de los pila, o bien por elevarlo para contrarrestar el golpe a la cara intentado por el legionario). Para reforzar su acometida con todo el peso del cuerpo, el legionario adelantaba el pie izquierdo. Sin embargo, esto no significaba, como hemos comprobado también para períodos precedentes, que no pudiesen atacar de filo, tipo de ataque que se habría visto especialmente potenciado a partir de las reformas de Septimio Severo (193-211) y la adopción de la spatha por la infantería legionaria. En palabras de Vegecio, la superioridad de un tipo de ataque sobre el otro se justificaba de la siguiente forma: “Además, [los soldados] aprendían a herir no a tajos, sino con la punta. Pues los romanos a los que luchaban con el filo no sólo los vencían con facilidad, sino que se burlaban de ellos. El tajo, por mucha violencia que lleve, no suele matar, como quiera que los órganos vitales se encuentran protegidos tanto por la armadura como por los huesos; por el contrario, las estocadas con la punta que se introduzcan un par de pulgadas son mortales, pues es inevitable que, al penetrar, no alcancen algún órgano vital. Por otra parte, cuando se ataca de filo, se deja sin defensa el brazo y el costado derechos; en cambio, al atacar de punta, con el cuerpo a cubierto, el enemigo es herido mortalmente antes de que pueda darse cuenta. Por ello, es cosa sabida que los romanos en combate empleaban preferentemente esta manera de atacar” (Epit. 1.12).

Por otra parte, la evolución de ciertas piezas de equipo como el casco, cuyo cubrenuca se hace cada vez más amplio y profundo, parece favorecer un estilo de lucha más erguido (véase la posición nº 3 en la primera ilustración que acompaña al artículo, así como los relieves de legionarios en combate procedentes de Mainz y Adamklissi, más abajo); la hoja del gladius también se acorta (tipos Pompeya) en relación a su homólogo republicano, indicando esa preferencia por ataques en punta frente a los de filo. Con todo, existen representaciones de legionarios empleando el gladius de filo (Tropaeum Trainai de Adamklissi), lo que deja claro que, a pesar de la doctrina vigente, el soldado romano empleaba la técnica más conveniente para sus propósitos.

Adamklisi

Tropaeum Traiani en Adamklissi (s. II d.C.).

El escudo, además de para la defensa, podía emplearse también como arma de ataque golpeando con el umbo metálico que protegía el asidero del escudo; otra técnica de ataque consistía en emplear el borde inferior del mismo con el fin de desequilibrar al enemigo, todo lo cual habría requerido cierto espacio para maniobrar con soltura. Por otra parte, una formación relativamente abierta como la descrita por Vegecio habría facilitado la retirada de los hombres de primera línea que acababan de causar baja y su sustitución al instante por un hombre de refresco que esperaba detrás de él o a su lado.

Este tipo de combate cuerpo a cuerpo habría exigido, además, un esfuerzo considerable; puede así afirmarse que los combates individuales habrían sido bastante cortos y los relevos algo imprescindible. En la falange macedonia los relevos se efectuaban por eliminación (Asclepiodoto, Táctica 3), ante la imposibilidad física de que los hombres de las filas posteriores pudieran pasar delante para relevar a sus compañeros más o menos agotados por la fatiga; a todo ello hay que unir que era precisamente la primera fila la que contaba con las mejores protecciones defensivas y que los jefes de hilera y de media hilera se colocaban en esta posición cuando la falange se disponía en formación de synaspismós (Eliano, Sobre la táctica) o escudos entrelazados. En el ejército romano, sin embargo, existía una tradición muy arraigada de relevos, en la que los individuos de las filas traseras habrían ido tomando el puesto de sus camaradas de las líneas delanteras que hubieran sido heridos o se encontrasen agotados por el esfuerzo; mientras se producía esta sustitución, los soldados de las filas posteriores vigilaban que el enemigo no penetrara dentro del despliegue propio y se mantenían alerta contra posibles ataques de flanco. La victoria en este tipo de combates acababa decantándose por el ejército que mejor era capaz de aguantar la tensión de la lucha, para lo cual era imprescindible poder ir renovando la primera línea con hombres de refresco, y en ello los romanos eran consumados maestros ya desde época republicana, gracias a la flexibilidad de sus despliegues. En este sentido, el sistema de combate legionario permitía alimentar de forma casi permanente la línea de frente con relevos, algo que por regla general acababa provocando que el enemigo, cada vez más agotado, acabara cediendo. Las melées, no obstante, debían tener una duración muy limitada, ante el agotamiento emocional y físico de los soldados a medida que progresaba la lucha. La gran ventaja del sistema romano era que sólo se exponían aquellas unidades que se hallaban directamente en la zona de combate, permaneciendo el resto fuera del área de más tensión. En este sentido, tanto en la táctica manipular de época republicana como en las formaciones en dos (duplex acies) o tres (triplex acies) líneas de cohortes de época imperial, las legiones podían llegar a mantener hasta dos tercios de sus hombres fuera de la zona de peligro y desmoralización, actuando como reservas progresivas que repetirían el esquema de batalla en caso de fracaso de la primera línea para derrotar al enemigo. Cuando una batalla se prolongaba durante varias horas, parece plausible que la propia dinámica del combate acabara provocando separaciones entre los contendientes, descansos antes de cargar de nuevo y enzarzarse otra vez en la refriega. Durante los intervalos en la lucha se aprovecharía para efectuar relevos y evacuar a los heridos, descansando también aquéllos que no se encontraran lo suficientemente agotados como para abandonar el combate. No obstante, el estado actual de nuestros conocimientos y las fuentes disponibles nos impide llegar a saber realmente cómo se producían estos “interludios” durante la lucha, si se desarrollaban por unidades o bien por todo el frente.

Relieve de los castra legionarios de Mogontiacum (Mainz, s. I d.C.).

A partir del gobierno de Constantino (306-337) puede situarse definitivamente la gran reforma que da lugar a la desaparición de la legión de orgánico tradicional (ya muy quebrantada durante la segunda mitad del s. III d.C.) y la consolidación y creación de legiones en torno a los mil soldados, complementadas por toda una serie de auxilia y unidades de guardias. Durante este período se potencian aún más las armas de proyectil, con la clara finalidad de someter al enemigo a sucesivas descargas desde una mayor distancia que lo fueran quebrantando antes del choque. Unido a lo anterior, se priorizan formaciones más cerradas, si bien la proverbial flexibilidad táctica del ejército romano se mantiene vigente durante toda esta etapa, como puede observarse, por ejemplo, en los escritos de Amiano Marcelino.

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