La explosión de vida y cultura que para todo el mundo supone el Renacimiento se refleja en todos los aspectos de la vida de las personas, no siendo la moda y los complementos una excepción.

Y dentro de este pequeño gran mundo de los complementos, las joyas femeninas se convertirán en las protagonistas, habiendo llegado hasta nosotros gracias a la pintura y a la documentación gráfica en torno a ellas. Hay una gran innovación en cuanto a los materiales empleados, que, buscando el exotismo y la novedad, comienzan a incorporar piedras y gemas procedentes de los territorios recién descubiertos, pero al mismo tiempo se sigue otorgando a las joyas las connotaciones mágicas y, muy frecuentemente religiosas, que entroncaban con la Antigüedad.

Durante el Barroco, el siguiente periodo del que hablaremos, la joyería heredará muchos elementos y características del periodo anterior, pero también ampliará el panorama de la joyería como ocurre en el caso español. Durante el reinado de Felipe III (1598-1621) la calidad y el costo material de la joyería española asombraron al mundo.

En el presente trabajo realizaremos una aproximación somera al apasionante mundo de la joyería, prestando especial atención a la producida en la España imperial, que marcaba modas y tendencias en el mundo entero.

¿Existe una joyería propia del Imperio Español?

La joyería española es generalmente muy poco conocida. Pero no son pocas las fuentes disponibles, las cuales apuntaremos aquí de modo agrupado para los lectores curiosos. En primer lugar, tenemos los tesoros recuperados de los pecios, pero después, el investigador cuenta con los exámenes de maestría que cada cofradía de plateros recogía en sus libros, y donde constan dibujados los diversos modelos realizados por los examinandos, los llamados “Llibres de Passantíes” (colecciones de dibujos que se conservan en poblaciones como Sevilla, Granada, Pamplona y Reus), pero también el códice conservado en el Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe e incluso las ofrendas de joyas como exvotos.               

examen joyeria

Examen Bartomeu Farret – Llibre Passantíes

Las joyas españolas pueden ser clasificadas de múltiples maneras: según su uso, según el carácter de las joyas, según el tipo de persona que las lleva o según su lugar de aplicación.[1]

La clasificación según uso es muy popular. De este modo tenemos dos grupos de joyas: joyas civiles, es decir, aquellas en las que predomina el aspecto ornamental y joyas devocionales, o sea, aquellas en las que priman los motivos vinculados a la iconografía religiosa.

Pero si las dividimos según su carácter, los expertos establecen tres grupos: joyas devocionales (cruces, medallas, medallones, relicarios, etc.), joyas mixtas (veneras, hábitos o encomiendas) y joyas civiles (aderezos y medios aderezos con sus collares, manillas, petos, sortijas, pendientes, etc.).

Por establecer unos límites temporales, vendrá bien separar los que muchos ya llaman los Dos Siglos de Oro.

La joyería española del siglo XVI

Durante el reinado de Felipe II (1556-1598) el imperio español comprendía el continente americano, extensos territorios en el centro y sur de Europa, buena parte de las costas de África, así como Filipinas y diversos dominios en el Pacífico.

Los  hombres pudientes no son ajenos a la joyería y hay que indicar que exigían que los pequeños detalles de la vestimenta, a veces realizados en pasamanería, estuvieran, en caso de ser metálicos, exquisitamente labrados en oro esmaltado y enriquecidos a veces con piedras preciosas, como sucede con las botonaduras o con las hebillas de los finísimos cinturones. Es curioso señalar que las alhajas más ricas se destinaban al ornato del sombrero, especialmente las piezas llamadas plumas y los aderezos de gorra, herederos de las antiguas enseñas, que consistían en camafeos y medallas de oro esmaltado.

Con independencia de esto, se utilizaban también piezas de plata y oro, cintillos, trenzados metálicos o de pasamanería y cadenillas para el adorno de las gorras con eslabones torcidos en forma de estrella y enriquecidos con esmalte. Los camafeos eran en su mayoría de artífices italianos, los de mayor fama en el continente, y los motivos eran variados, principalmente retratos y escenas de la mitología clásica. Los materiales empleados con más frecuencia eran el ágata, el jaspe y, excepcionalmente, el lapislázuli.

Las botonaduras masculinas, pequeñas y de forma esférica, se lucían sobre el jubón, la ropilla y otras prendas similares, bien dispuestas hasta el cuello en hilera, o bien salpicadas en las costuras y el arranque de las mangas.

En cuanto a la moda femenina destacaremos varios tipos de joyas populares de la época. En primer lugar, encontramos los elementos de mayor tamaño que, aunque también son denominados “botones”, constituyen piezas singulares en sí mismas, para aplicación sobre los textiles.

Anónimo, Dama (1585), Museo del Prado

Anónimo, Dama (1585), Museo del Prado

Este tipo de elementos provistos de pasadores, constituyen las piezas o entrepiezas, pasos o pasillos que se combinarán para formar, entre otros tipos de joyas, los femeninos collares de garganta (collares que rodean el cuello a la caja, por debajo de los cuellos rizados o lechuguillas, que después se transforman en grandes gorgueras), las manillas, las cintas de cadera, las bandas y los cabestrillos.

Las mujeres que podían permitírselo, además, solían utilizar ciertas joyas para unir los dos extremos de la llamada toca de cabos, formada por un tipo de velo blanco sutilísimo, cuyas puntas caían sobre el pecho y que se habrían levantado al menor golpe de aire si no estuvieran sujetas con algún objeto de cierto peso, como los camafeos, miniaturas en marco oval o joyeles de cadenas también llamados pinjantes o brincos. Ello supuso que los brincos tuvieran características específicas en España ya que en Europa se trataba de una moda de uso principalmente masculino.

La tipología de estos brincos es variada y su estudio resulta de lo más apasionante. Algunos son pesados y algo toscos, otros son diminutos y delicados, pero todos están hechos con esmaltes vivaces, que pueden ser translúcidos u opacos, y pedrería colorista, combinada en figuras geométricas centrales, normalmente una cruz o un círculo.

Pinjante con delfín y jinete (1600), Museo Arqueológico Nacional

Pinjante con delfín y jinete (1600), Museo Arqueológico Nacional

En esta centuria encontramos referencias a un diamante que tuvo un valor descomunal y que fue denominado como “El Estanque”, comprado por el Rey Felipe II a un flamenco llamado Carlo Affetato, para ofrecérselo, con ocasión de su matrimonio, a Isabel de Valois (ver imagen de cabecera del artículo). Su valor y su rareza residía en su calidad, más que en su tamaño (calculado en 100 quilates), lo que hacía de ella una piedra única según el concepto de la época. Posteriormente, su talla anticuada y su tamaño hizo que fuera desbancado ante las grandes piedras que las cortes europeas adquirieron a lo largo del siglo XVII.

Otro tipo relevante de joya en el siglo del que hablamos es el joyel o colgante renacentista por los elementos decorativos que muestra: grutescos, guirnaldas de frutas, mascarones, etc. [2]

Por último, tenemos que hablar de las joyas devocionales, es decir, de las cruces y las medallas. Ejemplares como los que luce Isabel de Valois en el retrato que preside este artículo, realizado por Alonso Sanchez Coello hacia 1570, constatan la importancia y tamaño que llegaron a alcanzar las cruces pectorales, muchas de las cuales, especialmente las del entorno cortesano, procedían de los talleres centroeuropeos.

El esplendor español del siglo XVII

La magnificencia y perfeccionismo de la joyería española del XVII hereda del siglo anterior, entre otros modelos, los apliques sobre vestidos y cintos, los botones y por supuesto los diversos tipos de joyeles. Se continuaron llevando las cadenas, los pinjantes y medallones de cadenas y los aderezos de gorra.

La clase social siempre es un elemento definitorio fundamental para el estudio de la joyería en este siglo, e incluso en el próximo, ya que se va produciendo la extensión o paso desde la joyería cortesana o elitista hacia los ámbitos populares, ciudadanos e incluso rurales. Como norma general, cada estamento social tenía su apariencia perfectamente reglada. El hecho de que alguien tuviera objetos de lujo sin contar con el nivel social correspondiente era considerado un escándalo público y debidamente censurado.

América tuvo una influencia decisiva en la joyería de este siglo, ya que se convierte en la fuente de las exóticas materias primas utilizadas por los españoles que ya hemos indicado con anterioridad: oro y plata de Méjico y Perú, impresionantes esmeraldas de las minas colombianas y perlas del mar Caribe.

En la joyería masculina nos encontramos con los hábitos y las bandas como protagonistas. Estas joyas, cuyo origen se encuentra en los emblemas textiles medievales, indicaban la pertenencia a determinadas Órdenes de caballería, privativas del estado noble. Atendiendo a los ejemplares y documentación que conocemos, las más modestas parecen haber sido realizadas en chapa de plata o latón.

Medalla del ángel Custodio (1630), Museo Nacional de Artes Decorativas

Medalla del ángel Custodio (1630), Museo Nacional de Artes Decorativas

En cuanto a la joyería femenina es necesario indicar que el nuevo siglo trae formas nuevas que obligan a decorar los escotes con joyas de gran tamaño. Así surgen las lazadas metálicas, que simulan las textiles, las rosas o joyas de perfil circular u ovalado, a las que se puede añadir un copete o morrión, o bien combinarlas con los lazos. Se decanta la moda hacia las joyas con pedrería engastada en bocas de plata y se recupera la pedrería de color.

La joya devocional fue, en algunos casos, de uso cotidiano, con especiales valores simbólicos y profilácticos y muchas de ellas, además, tenían su versión “laica” (mismo diseño pero sin ningún elemento sacro).

Se trataba de una sociedad que gustaba de manifestar exteriormente su piedad pública, con lo cual podemos encontrar diferentes tipos de joyas devocionales: medallones con símbolos eucarísticos, firmezas (medallones triangulares en recuerdo de la Trinidad), cifras o anagramas con los nombres de María o Jesús, retablillos o medallas caladas y esmaltadas y cruces pectorales con el reverso esmaltado.

Como vemos, todo un mundo por explorar y desarrollar en la recreación de las modas del Imperio Español.

[1] Ministerio de Educación y Cultura (1998), La joyería española: de Felipe II a Alfonso XIII, Madrid: Editorial Nerea, S.A.

[2] HORCAJO PALOMERO, N. (1998), Los colgantes renacentistas, Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Hª del Arte, t.11, págs. 81 – 102.

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