Bienvenidos a un nuevo artículo de La Casa del Recreador. Hacía tiempo que no sabía de vosotros y me alegro mucho de que me podáis leer de nuevo, y más para hablar de un elemento tan fundamental en la historia del ser humano como es, o fue, la cota de malla, un tipo de armadura que supo adaptarse a la perfección al transcurso de los años y al devenir de los tiempos. Y hablando de esta, parece ser que no le afectó y resistió sus avatares convirtiéndose en uno de los elementos imprescindibles en gran cantidad de ejércitos desde tiempos inmemoriales.

No creáis que la cota de malla fue originaria de nuestros queridos y amados romanos. Recordad que esta gran civilización antigua se caracterizó por ser una gran copiadora. Podríamos decir que el plagio fue una de sus virtudes globales como cultura. Pero no me entendáis mal, ya que adoptar las ventajas que otros poseen y adaptarlas a tu propio sistema tiene su lado bueno, y si, además, mejoras aquello que has copiado, es decir, haces una versión 2.0 o 3.0, pues mucho mejor. ¿No opináis de la misma manera que yo?

Pero antes de hablar de los orígenes de la pieza, quiero destacar que una armadura, en este caso concreto, la cota de malla, debe cumplir con varias funciones para ser útil. Evidentemente no os voy a descubrir la sopa de ajo, pero es imprescindible que sirva para detener los golpes de las armas de los enemigos, o al menos evitar que sean mortales para permitir a su portador continuar combatiendo con ciertas garantías. También debe ser en cierto modo flexible y debe permitir a quien la lleva moverse con cierta agilidad, y a su vez, poseer una ligereza que permita que el guerrero que la vista no se extenúe demasiado pronto al llevar ese peso encima.

Esos tres aspectos, recogidos en cualquier tratado o artículo dedicado a la investigación de las armaduras que se precie, deben cumplirse a rajatabla. No iba a ser menos en el caso de la cota de malla. Cierto es que, desde el punto de vista de los ejércitos antiguos, los encargados de construirlas a su vez debían tener en cuenta otros factores como, por ejemplo, la facilidad en la elaboración y unos costes de producción bajos para que saliera a cuenta la venta. La venta y, evidentemente, la compra por parte del que la tenía que vestir, ya fuera un particular o, en casos concretos, el propio estado cuando lo proporcionaba a los soldados (véase el caso de Roma desde tiempos de nuestro querido Cayo Mario).

Ahora sí, hablemos brevemente sobre el origen de la cota de malla, ya que, como os he avanzado unos párrafos más arriba, no fue un elemento defensivo creado por los romanos, sino que su uso ya era extensivo en otras culturas o pueblos antiguos que precisamente chocaron con nuestra potencia hegemónica. Es verdad que los romanos no eran los únicos que copiaban, ya que cuando un elemento es útil y se puede sacar provecho de él, es lógico que lo acabes adaptando. No hace falta irse a los tiempos antiguos para llegar a esa conclusión, en nuestros días tenemos infinidad de ejemplos que dan fe de esa afirmación. Uno que me viene a la cabeza y que tiene un componente similar al que estamos tratando, por tratarse de un arma, es el uso entre las fuerzas y cuerpos de seguridad españoles del llamado Táser, o lo que es lo mismo, la pistola de descargas eléctricas, proveniente del mundo norteamericano. Hasta hace relativamente pocos años, ese arma nos parecía algo poco práctico o innecesario (quizás no a todos, pero sí a la inmensa mayoría), pero después de observarlo y estudiarlo con detalle, se ha llegado a la conclusión de que al ser menos letal que un arma de fuego, puede servirles a nuestros policías para neutralizar agresiones que de otra manera podrían tener un resultado fatal. Pues de la misma manera que la pistola Táser, la cota de malla pasó a ser algo que los romanos vieron que los demás pueblos usaban cuando combatían contra ellos, y decidieron adoptarlo por la practicidad o efectividad a la hora de protegerse.

Guerrero de Vacheres, siglo I d.C. Fuente Commons.

Según los estudios hechos por especialistas en la materia de las armaduras, es más que probable que los romanos incorporaran esas cotas de malla de un enemigo muy cercano: los pueblos celtas. No caigamos en el error de creer que esos pueblos o tribus, a los que ellos siempre llamaron bárbaros, combatían a pecho descubierto y se lanzaban en masa hacia una línea formada por guerreros mejor equipados cual si fueran hacía una trituradora. Sería de necios pensar que eran tan insensatos. Hay constancia de la presencia de estas armaduras de malla entre los guerreros celtas que ya se enfrentaron a las legiones romanas en los primeros tiempos de la República. Está claro que no todos los celtas las llevaban, ya que es probable que solo los que pertenecían a las élites pudieran permitírselas, al tratarse de elementos caros de producir y bastante costosos de obtener. Pero también estoy convencido de que los guerreros que no las podían portar, llevaban otros elementos defensivos de menor calidad, pero al igual que los propios romanos antes de adoptarla.

Fueron estos mismos romanos los que llamaron a la cota de malla, lorica hamata. Y ya que hablamos de esta lorica, la definiré con un poco más de detalle para que conozcáis el proceso de elaboración de la misma. Este tipo de armaduras no es más que un conjunto de anillas metálicas que se superponían unas con otras, enlazándolas entre ellas de manera que, al final, se elaboraba una protección total del torso y, en algunos casos, de los brazos de los portadores. Debo afirmar que era poco habitual encontrar cotas de malla de manga larga, siendo las más habituales las de manga corta o incluso algunas de ellas sin mangas. En primer lugar, porque eran más baratas de producir, y en segundo, porque facilitaban más los movimientos del guerrero. Los artesanos romanos mejoraron las armaduras, como ya he dicho antes, añadiendo unas hombreras que iban abrochadas al pecho mediante un par de ganchos metálicos. Ello, sin duda, le daba más firmeza a la pieza y la ajustaba a su portador, confiriéndole más libertad de movimiento. Estas anillas que componían la cota de malla se fabricaban en diferentes metales, como el hierro, o en aleaciones de bronce y cobre, y solían diferir bastante en el tamaño. Por un lado, las había de 3 milímetros tan solo, cosa que ofrecía mayor protección a quien la llevaba, evitando de esa manera que las puntas de las armas las perforaran con más facilidad. Por el otro, se han hallado algunas piezas en las que esas anillas eran de 6 milímetros.

Vamos a pasar ahora a repasar las ventajas y desventajas que ofrecían en combate para que entendáis porqué, en un momento determinado de la historia de Roma, se optó por buscar otras opciones.

Primero, la cota de malla fue una armadura muy eficaz para detener los cortes hechos con los filos de las espadas, y cuanto más pequeñas eran esas anillas, mayor protección ofrecían. Por el contrario, en el momento de recibir una estocada que buscase penetrar en el cuerpo del portador, se convertía en una armadura menos efectiva. Ya sea mediante un proyectil o mediante la fuerza ejercida por un golpe de lanza o espada, la hoja metálica agresora podía penetrar entre las anillas, y, con la misma inercia, quebrarlas o abrirlas causando un daño letal. Segundo, dejando a un lado el uso en combate, y centrándonos en la elaboración de las mismas, hallamos otra desventaja, y es que se tardaba mucho tiempo en hacerla, ya que era un proceso lento y que requería mucha precisión a la hora de encajar cada una de las piezas. Tercero, y aunque a simple vista no se aprecie, la cota de malla es una armadura pesada. Más pesada de portar que otras que a priori podrían parecer más toscas. Es decir, la evolución de la lorica hamata a la segmentata, en todas y cada una de sus versiones, respondió más bien a un intento de cubrir las vulnerabilidades que esta ofrecía a nivel defensivo, y también en lo relativo al peso. Creedme porque sé de lo que hablo. Si le preguntas a cualquier recreador histórico de época romana que haya portado ambas armaduras sobre el tema del peso, estoy convencido de que te dirá que la cota de malla pesa más de lo que a simple vista parece. Después de llevarla varias horas en un entrenamiento o un evento, acaba causando más daños colaterales en el cuerpo del portador que la de placas. La segmentata te carga los hombros sobre todo, pero si posees un buen subarmalis que te cubra esa zona, todo se hace más llevadero. En cambio, una hamata reparte el peso desde arriba hacia abajo, dejando caer la carga en la zona de los riñones, y eso, al final de una larga jornada, es realmente duro. Un cuarto aspecto que me gustaría destacar de la cota de malla, y que, a mi parecer y al de la mayoría de los expertos, es primordial para entender esta armadura, es el hecho de lo fácil que era el mantenimiento de la misma cuando se dañaba. Simplemente sustituyendo la parte afectada por otra nueva volvía a estar lista para combatir. De ahí el elevado índice de reaprovechamiento de estas a lo largo de la historia. Y, por último, limpiarla era bastante sencillo. En las fuentes antiguas se nos habla de una manera curiosa que usaban los legionarios, y que consistía en sumergirla en un recipiente de tierra y frotarla durante un buen rato. De esa manera se evitaba la oxidación de la pieza y se le alargaba la vida.

Cota de malla bizantina. Fuente Commons.

Datos claros en cuanto a vestigios y hallazgos de piezas en excavaciones nos hablan de la presencia de las cotas de malla a lo largo de la historia del Imperio. Es decir, pese a que con el tiempo aparecieron nuevos modelos de armadura, como la segmentata, debemos afirmar que la hamata nunca estuvo en desuso o fue sustituida por la anterior. Siempre hubo unidades que la usaron, ya fueran legionarias o de auxiliares.

En cuanto a la vida de esa armadura de láminas, la llamada segmentata, hay cierta controversia entre los investigadores. Algunos afirman que se empleó durante un breve período de tiempo, es decir, desde inicios del siglo I d. C., en tiempos aún de nuestro amado Augusto, y que cayó en desuso hacía finales del siglo II d. C. a mucho tardar. Esa era la teoría más apoyada hasta hace poco, y es que parece ser que hallazgos más recientes confirman la posibilidad de que este tipo de armadura fuera aún utilizada en el tardío siglo III, o incluso algunos se han aventurado a decir que llegaron a usarse hasta el siglo IV d. C.

Dejando de lado este dato que debería ocupar otros artículos, y volviendo a nuestra querida cota de malla, es de justicia reconocerle que, pese a tener otras armaduras que le podían hacer sombra, siempre se mantuvo como una de las más usadas por las unidades del ejército romano, y también evidentemente por sus enemigos. No vayamos a creer que en el momento en el que los romanos la adoptaron, se hicieron con la patente y nadie más la pudo utilizar. Fue pues, una armadura muy antigua, que sobrevivió a las nuevas, y que se acabó imponiendo a ellas. ¿Por qué lo hizo? Aquí nos surgen como siempre dudas porque las fuentes clásicas no hablan de este asunto ya que quizá lo daban por hecho al escribir para sus coetáneos. Visto así tiene lógica.

Hay investigadores que creen que la supervivencia o preeminencia de la cota de malla se debió simplemente a que era más económica de producir e incluso de reparar como he comentado antes, y claro con el advenimiento de la crisis del siglo III d. C., el Imperio buscó economizar en lo relativo a las panoplias de los legionarios. Pero quiero hacer inciso de nuevo al detalle de que, precisamente, la palabra barato o económico no cuajaba con nuestra armadura en cuestión. ¿Tuvo entonces algo que ver el tema de la producción de estas en los talleres dependientes del Estado conocidos como fabricae? ¿Sobrevivieron y se impusieron a los demás modelos porque elaborar una armadura de placas requería mucho trabajo al tener que ensamblarlas y usar piezas que hicieran de nexo? ¿Fueron más prácticas las cotas de malla por su facilidad al ser reparadas respecto a sus competidoras que requerían mucho más trabajo y se quebraban con más facilidad al ser articuladas?

Demasiadas preguntas y todas ellas podrían tener una respuesta afirmativa, o más bien la de, ¿por qué no? La cuestión es que, durante el bajo Imperio, es decir ya a partir de los siglos III y IV de nuestra era, la cota de malla pasaría a convertirse en la armadura que todos los ejércitos llevarían mayoritariamente. Las armaduras de escamas o las lamelares continuarían existiendo, evidentemente, igual que las de cuero, o aquellas que ni siquiera podían ser consideradas como tales. El ejército tardío cambiaría radicalmente respecto al de tiempos del alto Imperio. Pero no solo en el uso de la armadura, sino que también lo haría en el uso de las propias armas, cambiando el gladius por la larga spatha que había sido más bien un arma de caballería. También se abandonaría el modelo de scutum (escudo) en forma de teja y se volvería al redondo u ovalado, a la vez que los propios yelmos sufrirían claras modificaciones.

Cota de malla utilizada en Hastings 1066. Fuente Commons.

En general, toda la panoplia se transformaría con el devenir de los tiempos. Si pusiéramos a un legionario de época de Trajano o Adriano frente a uno de tiempos de Constantino, o de Juliano II, pensaríamos que estamos frente a dos ejércitos distintos, y que el segundo en cuestión no sería ni siquiera romano. Pero la realidad sería totalmente distinta, y es que ambos pertenecerían a la legión romana. El único elemento que podría llegar a coincidir de todo su equipamiento sería la cota de malla. ¿Curioso, no? Evidentemente os hablo de un legionario alto imperial que no llevara la segmentata, ya que no todos tenían la suerte o el privilegio de poderla tener.

Pero no nos detengamos en los tiempos de Juliano II. Avancemos un poco más, ya que la historia de la cota de malla no se acaba con la caída del Imperio romano de Occidente. La herencia de esa Roma sería adoptada por sus hermanos de Oriente, y entre los elementos que podrían recordar a la antigua gloria, estaría sin duda nuestra querida cota de malla. Presente en los mal llamados ejércitos bizantinos (mal llamados porque eran romanos, pero de Oriente), y también en sus enemigos. Tanto los persas sasánidas en Oriente, como los Vándalos en el norte de África o los ostrogodos en Italia.

Así que, como podéis apreciar, si estudiáramos con detalle las panoplias de los ejércitos del siglo V o VI d. C., estas serían similares a las de tiempos de Juliano II, pero se podrían diferenciar en algunos aspectos. Algunos aspectos entre los que no tendríamos que contar con nuestra omnipresente cota de malla. Estando en un período al que me gusta llamar tardo antigüedad y no Edad Media aún, hagamos un ejercicio de reflexión, y tengamos presente que, en ese tardío momento, la cota llevaba ya en los campos de batalla la friolera de mínimo diez siglos, si no me quedo corto, que es muy posible que suceda.

Pero no contento con este dato, recordaréis que hace un tiempo escribí un artículo dedicado a las panoplias cristianas que se usaron en la batalla de las Navas de Tolosa. Si no lo recordáis, os invito a que cliquéis aquí ya que os llevará directamente al artículo en este blog. La cuestión es que, en esa batalla decisiva para la historia de los reinos cristianos de la península que tuvo lugar en el año 1212, los contendientes, musulmanes y cristianos, portaban aún cotas de malla como armaduras principales. ¿No os resulta llamativo el hecho de que en pleno siglo XIII d. C. dos ejércitos llevaran aún ese tipo de armadura en combate? ¿Qué os dice este dato? A mí me indica que la cota de malla fue, sin duda, el elemento de protección preferido por muchos guerreros a lo largo de la historia. Está claro que su uso no terminó en las Navas de Tolosa y que se extendió mucho más allá. También es cierto que otras armaduras aparecieron y convivieron en el transcurso de la historia junto a ella, pero lo más llamativo de la protagonista de nuestro artículo es que envejeció con mucha honra, o más bien, se mantuvo eternamente joven.

Y con este dato me vengo a referir a que su uso prolongado es un claro indicador de la practicidad del elemento, de su resistencia en los combates (evidentemente no estoy afirmando que fuera una armadura infalible y a los hechos nos podemos remitir), y quizás también, porque no, de la tradición entre los ejércitos de gran parte de la historia de la humanidad. Si la vida de la cota de malla fue longeva ya nos da una pista de que tan mala no sería.

Ahora que ya habéis leído este artículo, espero que como buenos guerreros que seréis, os decantés por la opción de haceros con una buena cota de malla. No importa que tenga mangas o que no las tenga, o que sus anillas sean de 3 o de 6 milímetros, porque si algo nos ha enseñado la historia en general, y la historia de la guerra en particular, es sin duda que las cosas cuando funcionan no tienen por qué cambiarse.

Un saludo cordial y espero que os haya gustado este particular análisis de la armadura de anillas.

Cráneo de guerrero con alpartaz de malla caído en una fosa común. Invasión de Visby por Waldemar Atterdag en 1361, Museo Fornsalen, Visby (Gotland). Fuente Commons

BIBLIOGRAFÍA

- Talleres dedicados a la producción de equipo militar en los campamentos romanos de León, con especial referencia a los restos de lorica segmentata, Joaquín Aurrecoechea Fernández, Universidad de Málaga

- Las armaduras romanas en Hispania: protectores corporales para la infantería y la caballería, Joaquín Aurrecoechea Fernández, Universidad de Málaga. Revista Gladius de estudios sobre armas antiguas, arte militar y vida cultural en oriente y occidente, número XXX, páginas 79-98. Año 2010.

- La guerra en Grecia y Roma, Peter Connolly. Ediciones Desperta Ferro, 2019.

- Armas y armaduras en la Roma del siglo II d. C., Michael C. Bishop. Desperta Ferro número especial XIII, diciembre 217 – enero 2018.

- La forja de la anarquía. El equipamiento militar romano en el siglo III, Jon Coulston. Desperta Ferro número especial XVII, diciembre 2018 - enero 2019.

- El ejército romano, Yhann Le Bohec. Editorial Ariel, 2013.

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